Exploraciones en archivos (I)

Publicado en www.angelvinas.es/

Después de más de tres meses subiendo posts a este blog relacionados de una manera u otra con Franco, pegándome a la EPRE para desfacer algunos entuertos, siento la necesidad de cambiar de registro. Desde que tuvimos la desgracia de que se nos muriera en un accidente dramático nuestro terrier galés, no he cesado de ausentarme de Bélgica tanto como ha sido posible. ¿En qué emplear los viajes? La respuesta se imponía por sí misma: en buscar nueva documentación primaria.. La idea la reforzó un congresito que se celebró en Madrid a finales del pasado mes de noviembre en el que el organizador, el profesor Javier Cervera Gil, me invitó a disertar sobre la aportación que pueden hacer los archivos extranjeros al conocimiento de la reciente historia de España.

 

Naturalmente, la respuesta es múltiple y su extensión e intensidad dependen de las épocas. España nunca ha estado aislada. Ni siquiera en la edad media. Tampoco en la época más lejana, aunque en estos casos la naturaleza de las evidencias que reposan en archivos (o en sitios arqueológicos) es muy diferente de la que puede encontrarse para tiempos más recientes. No hay que recordar la importancia del material, español y no español, conservado en los archivos de Indias o de Simancas. Uno de mis héroes favoritos, el embajador Pablo de Azcárate, que fue el representante republicano en Londres y después consejero aúlico de Negrín en la misma ciudad durante el exilio, invirtió mucho de su tiempo en rescatar documentos británicos sobre la “Peninsular War”, es decir, la guerra de la independencia contra Napoleón. Hoy forman parte del acervo primario que cualquier historiador puede utilizar.

Por azares y afición quien esto escribe se concentró desde el primer momento en un período histórico muy definido: los antecedentes de la guerra civil, la contienda misma y los años de retracción de la dictadura hasta el entorno del plan de liberalización y estabilización de 1959. Luego avancé algo más hasta cubrir la totalidad de la misma y alguna de sus derivaciones, como por ejemplo las relaciones hispano-norteamericanas hasta que se logró plasmar una relación que satisfacía los deseos de ambas partes en los años ochenta del pasado siglo.

Pasar por la criba de los archivos casi sesenta años de historia española, lo que para mi es en realidad nuestra historia contemporánea, constituye una tarea ímproba. Cualquier historiador más o menos decente puede escribir un relato que los cubra, pero a riesgo de no descubrir nada nuevo. Bien o mal, el período está muy trillado y escribir libros sobre la base de libros es una tentación a la que pocos se sustraen. Sin embargo, la única forma de penetrar en un pasado tumultuoso, rico en vetas y matices, complejo y controvertido, y sacar a la luz aspectos desconocidos o mal interpretados del mismo, estriba en entrar en la documentación primaria relevante de época.

Los lectores de este blog sabrán que no tengo particular aprecio por uno de esos autores norteamericanos que suelen seguir tratando de enseñar a los españoles nuestra propia historia desde lejos, pero sin haber puesto jamás los pies en ningún archivo, ni español ni extranjero. Me corrijo: leyendo su prolija obra aparecen cuatro o cinco citas a legajos, todos ellos radicados en el archivo de la benemérita FNFF. Naturalmente, su obra -muy encomiada por algunos en nuestros lares- contiene deficiencias masivas. Para mí, el tiempo es siempre escaso como para perderlo en diatribas con él y sus discípulos, así que suelo optar por ignorarlo a no ser que sus afirmaciones pasen de castaño oscuro.

Todo esto viene a cuento de mi trabajo en los últimos meses desde septiembre. Liberado, por desgracia, de la necesidad de cuidar de nuestro terrier me he dedicado con cierta asiduidad a visitar archivos, españoles y extranjeros.

Hacía tiempo que no abordaba tal labor, salvo por la necesidad imperiosa de hurgar en archivos italianos para escribir ¿Quién quiso la guerra civil?. Los españoles no podían, por sí solos, permitir dar una respuesta novedosa, empírica y documentalmente fundamentada, a tal pregunta. A lo largo, pues, de estos meses pasados me he dado una vuelta por archivos franceses, británicos y españoles para tratar de abordar algunos de los interrogantes que dejé sin resolver.

Resolver en un sentido lato, porque si el contemporaneísta ha aprendido algo es que  las incógnitas que enciera el pasado nunca se resuelven. La historia jamás es definitiva, como afirmaban -el pecho hinchado y firme el ademán-  algunos de los historiadores que bebieron su sabiduría en los insondables, pero numerosos, libros que forjaron el canon franquista. Cada avance arroja nuevas preguntas que requieren nuevas respuestas. A veces es posible darlas. Con frecuencia, no.

Estos últimos meses quedarán en mi memoria como extraordinarios. He vuelto a casa con, digamos, tres o cuatro mil documentos relacionados con los antecedentes y las consecuencias de la guerra civil. Soy muy consciente de que no podré utilizar todos. No importa. Los que no utilice irán, en su momento, a otros archivos y complementarán sus fondos.

¿Qué he descubierto? En primer lugar algo que puede parecer una perogrullada. Ningún país ha permanecido estático, clavado sobre el propio terreno, a la hora de abrir sus archivos. Hoy, sobre España, la desclasificación alcanza ya los años noventa del pasado siglo. Es decir, que las estupideces (con perdón) que pronunciaron en su momento los dos últimos ministros de Defensa del PP  (los excelentísimos D. Pedro Morenés y Dña. María Dolores de Cospedal) de que no podían abrirse los archivos militares españoles para no incomodar a “nuestros amigos” se revelan en toda su asinina magnitud. Que yo sepa, ni franceses, ingleses, norteamericanos, italianos, alemanes, etc. han solicitado permiso del Estado español para abrir documentación sobre España y su política, interior y exterior. Tampoco es previsible que lo hagan en el futuro.

En segundo lugar que los archivos, en su totalidad, han recibido de lleno el impacto de la revolución tecnológica e informática que también ha moldeado nuestras vidas. Yo recuerdo, ahora con espanto, lo que era trabajar en archivos alemanes, por ejemplo, en los años setenta del pasado siglo. Y digo alemanes porque en ellos me pasé casi tres años (en general por las tardes, cuando no se trabajaba en la embajada, o con permiso de los embajadores cuando tenía que ausentarme porque ciertos archivos no estaban en Bonn o porque abrían solo por las mañanas). Eran también ya de los más explorados, tras haber caído en manos de los aliados, occidentales y orientales, al final de la segunda guerra mundial. Naturalmente no había ordenadores, sino catálogos e inventarios  mejor o peor estructurados que daban una idea del tenor de la documentación conservada.

Claro que eso tenía su encanto. Requería entrar en la mentalidad de los antiguos archiveros  y en el conocimiento de los sistemas de organización del tiempo pasado de las Administraciones respectivas para intentar localizar documentación que no estaba inmediatamente reseñada. Fotografiar en los archivos también era impensable. Por lo general el personal especializado de los mismos se encargaba de tal tarea (a un costo para muchos prohibitivo) o se había delegado a empresas también especializadas (que con frecuencia eran más costosas). Los plazos de entrega no eran inmediatos. Unos y otras estaban sumergidos en un mar de solicitudes.

En definitiva, las búsquedas eran difíciles y los resultados imprecisos. Con frecuencia había que cambiar de rumbo a lo largo de la propia investigación. Era también el momento en que florecieron, en consecuencia, las colecciones documentales. En muchos casos de la mano de comisiones de investigación formadas por archiveros e historiadores que pasaban tiempo, ayudados por múltiples asistentes, hurgando en los archivos para seleccionar aquellos documentos que mejor pudieran ayudar a comprender parcelas del pasado que consideraban como más relevantes.

Era la época en que proliferó la publicación de documentos diplomáticos y militares en países de larga tradición en tales menesteres como Francia, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Canadá, Suiza, etc. Desgraciadamente España nunca estuvo entre ellos. Al régimen franquista el pasado le daba pavor (salvo en contadas ocasiones como por ejemplo el famoso Libro Rojo sobre Gibraltar propiciado, con fines reivindicativos, por el ministro Castiella).

En la Transición algunas personas en puestos relevantes se quejaron de la falta de tales instrumentos. Que yo sepa (conocí a varios) lo hicieron de puertas adentro y nunca tuvieron demasiado porvenir. Nadie podía pensar que estábamos a relativamente pocos años de la revolución informática que transformaría todo. Si el pasado es impredecible hasta cierto punto, el futuro lo es totalmente.  Y, si no, que se lo digan a las víctimas del Covid-19 y a las Administraciones públicas.

(continuará)