Exploraciones en archivos (y IX)

Por lo señalado en el post anterior, no es de extrañar que un catedrático de Historia Económica como fue Alberto Ullastres tuviera alguna dificultad en “tragarse” ese tipo de tan “sesudos” estudios procedentes del santo de los santos que era entonces la Presidencia del Gobierno. Además, como es notorio, el hombre propone y los dioses disponen. SEJE, Carrero Blanco y los equipos que ayudaron a este último a redactar las gansadas contenidas en sus discursos y su introducción al estudio sobre lineamientos de la deseable política económica a seguir en el futuro no tuvieron en cuenta algunas cosas. No porque carecieran de información, que no era el caso, sino porque la ideología que emanaba de aquella rutilante lumbrera que fue el general Francisco Franco las excluía.

 

El primer dato que hubo que tomar en consideración fue que la economía española, a pesar de todo el orgullo oficial que sobre ella recaía, se dirigía inevitablemente hacia el precipicio. Los militares -y Franco lo era en grado sumo, como también Suanzes- no acababan de darse cuenta de que el aparato económico se vería estrangulado rápidamente.  A ello coadyuvaban numerosos factores. Por ejemplo, la falta de importaciones de productos de primordial necesidad para la industria, la agricultura y el consumo. La exportación iba cuesta abajo. La posición de divisas descendía no ya a números rojos sino rojísimos (dicho esto sin la menor acepción ideológica). ¿Consecuencias previsibles? La reintroducción de las cartillas de racionamiento a los veinte años casi de terminada la guerra civil.

En tales condiciones no era preciso ser un Keynes redivivo ni un mago de la economía. Bastaba con tener una pizquita de sentido común y pensar en cambiar de estrategia. Una estrategia que, entre otros aspectos, pasaba por contener la inflación; abrir la economía al exterior y, ¡oh, cielos!, también a la inversión extranjera. Como todo eso produciría paro porque, por ejemplo, las empresas no podrían sostener en un principio la competencia extranjera, a lo mejor convenía exportar mano de obra a los países que la necesitaban, como Bélgica (minas de carbón), Francia (de todo tipo, incluído el servicio doméstico) y Alemania (lo que fuese: al fin y al cabo eran los “viejos camaradas”).

Dado que los ministros del Opus ocupaban carteras claves, que sus equipos técnicos eran infinitamente mejores que los de la vieja guardia falangista, fascista, militar y carpetovetónica, que a lo largo de 1957 se había ido poniendo en marcha un mecanismo de política exterior para salvar al régimen, aun en contra de la voluntad y querencias de muchas  de sus elites, las ideas de Carrero Blanco fueron a parar a la basura y el cambio  de rumbo empezó a despuntar, a pesar de Franco y, a veces, sin apoyo de Franco.

Luego, como es frecuente en la historiografía franquista, se dio la vuelta a la tortilla y ¿quién apareció como el gran genio del despegue económico?. No hace falta recorrer mucho trecho: el Generalísmo. Lo reconoció hasta el propio Ullastres.  Es una historia bien estudiada y a la que dediqué mucho tiempo y muchas páginas.

No extrañará que durante años me haya reconcomido sobre cuál habrá sido el destino de aquel discurso de Franco anejo a la reunión de la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos de marzo de 1957. Como he señalado, no lo ví antes de que termináramos el libro para el Banco Exterior de España. Lo vi después. Más tarde todo hace pensar que Tusell vio las actas de algunas reuniones, pero no el discurso mismo. De lo contrario lo hubiese mencionado.

En mi opinión, existen dos posibilidades. La primera es que en el período de tiempo que medió entre mis investigaciones y las de Tusell, alguien pudo ver el acta que llevaba anexo el discurso y, aterrado, informó y se eliminó. La segunda es que cuando la profesora Paloma Villota preguntó por él en el Archivo de la Presidencia del Gobierno algún avispado funcionario o contratado lo buscara y dio, en efecto, con él. En este caso alguien no tardaría en darse cuenta de que se trataba de pura dinamita. ¿Qué hacer con un documento que podría utilizarse para sacar los colores a SEJE? Pues, simplemente, destruirlo o llevárselo a casa.

Siempre he creído que la segunda posibilidad es la que más visos de verosimilitud tiene, habida cuenta del color del Gobierno de la época cuando tuve la maldita idea de rogar a Paloma que fuese a Presidencia. Aunque reconozco la alternativa de una desaparición anterior, me cuesta trabajo pensar que alguien hubiese husmeado en aquellas actas. Por otro lado, también es perfectamente posible que Tusell no viera todas.

Mi creencia se ha robustecido con el paso del tiempo y no me extraña ya tanto pensando, por ejemplo, en la actitud del PP ante lo que fue la novela negra de la exhumación de los restos mortales de SEJE. Así, con golpes en el pecho de todas las intensidades, me fastidia la posibilidad de haber podido ser el instrumento de la pérdida de una pieza fundamental para la historia económica de la dictadura en su primera etapa (más larga que la segunda).

Por otro lado, mi conciencia debería estar objetivamente tranquila. Entre los documentos que me apañé para incrustar en el libro del Banco Exterior de España figuró uno (que espero no haya desaparecido) en el que el ministro subsecretario de la Presidencia y posterior presidente del Gobierno dejó clara su visión del acontecer internacional. Lo hizo en una carta a Fernando María Castiella el 21 de febrero de 1961. Lo reproduzco parcialmente. Los comentarios que me suscita podrían dar lugar para otro post pero no creo que sea necesario.

Afirmó aquel distinguido marino y eminente aprendiz de brujo:

“En el mundo existen tres internacionales poderosas, con enormes medios de captación y de propaganda, que tienen repartido su dominio por la casi totalidad de los órganos de información, prensa, radio, televisión, editoriales, etc, que cada una por su cuenta y con sus fines propios, pretenden dominar al mundo y ejercer un totalitarismo universal: la internacional comunista, cuya dirección lleva Moscú aunque la (sic) ha salido un peligroso competidor en China; la internacional socialista y la internacional masónica. Para las tres, la situación más favorable para ejercer su influencia y su dominio sobre los distintos estados, es que estos tengan regímenes democráticos a base de partidos políticos y de una serie de libertinajes en los órganos de expresión que consientan las más escandalosas propagandas en contra de los particulares intereses de la nación en cuestión, pero al servicio, claro está, de la internacional de turno. Con partidos políticos, entre los que tiene que existir el socialista y el comunista, y entre cuyos miembros pueden infiltrarse gran cantidad de masones, los gobiernos acaban estando formados por hombres que, por unas razones u otras, están al servicio de cualquiera de estas tres internacionales y la nación acaba perdiendo de hecho su libertad, en lo económico y en lo político. La realidad de la inmensa farsa en que vivimos es que no interesa la democracia por lo que ella afecta a la libertad del individuo y de las naciones, sino por cuanto esta, bajo el sistema de los partidos políticos, favorece a la dominación de las naciones

Por eso, cuando un régimen democrático no encaja exactamente en esta fórmula tan querida, y tan conveniente, de los grandes totalitarismos internacionales, se da el enorme sarcasmo de que se le califica de régimen totalitario y se le ataca a fondo por todos los medios, con mentiras, calumnias, con falsedades para tratar de derrocarlo. ¿Que los individuos tienen bajo ese régimen todo género de libertades, que viven en paz, que la nación prospera, que en ella hay orden y positivas realizaciones sociales? Poco importa: cuanto mejor sea el régimen para los administrados, más interés hay en derrrocarlo, porque cuanto más fuerte sea más difícil será dominar a la nación de que se trate. Con la bandera de la libertad lo que se pretende es todo lo contrario a la libertad; esgrimiendo el estigma del totalitarismo, lo que se intenta es conseguir el más bárbaro de los totalitarismos. Es cierto que los tres totalitarismos (Comunismo, Socialismo y Masonería) tienen objetivos finales distintos, pero los tres, que son en lo espiritual ateos y en lo político pretenden dominar el mundo, tienen el objetivo común de hacer desaparecer los regímenes que, como el nuestro (católico, antisocialista, anticomunista, anticapitalista y rabiosamente independiente), son impermeables a su acción de dominio”.

Confieso que al llegar a las últimas líneas casi me ahogué del susto. Pensar que uno de los mandamases de la España de Franco caracterizara al régimen nada menos que de “anticapitalista” casi me cortó la respiración. Por no hablar de la “independencia rabiosa”.

Los amables lectores extraerán sus propias conclusiones, pero no quisiera terminar esta serie sobre exploraciones en archivos sin dejar de advertir que argumentos muy similares a los carreroblanquistas pueden leerse, o escucharse, en nuestros días en esta España, según algunos manipulada por fuerzas oscuras a las que solo una vibrante FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL puede oponerse. Franco, Carrero Blanco, epígonos, ¿sucesores?…. ¿quién pide más?

 

FIN