Me ha tocado vivir una etapa de la Historia de mi país tan deforme que ni siquiera la idea de que no se trata de la Guerra Civil de 1936 a 1939, o la de las cuatro décadas de dictadura que le siguieron, me consuela.
Para la gente de mi generación, la que ha nacido durante la Transición, la que ha crecido al albor de la Constitución Española de 1978 y del contrato social garante de los principios fundamentales que sustentan la convivencia en España, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, es complejo entender cómo es posible que la extrema derecha haya echado raíces aquí y esté pisando los valores básicos de la democracia como si se tratase de uva para hacer vino. Estamos perdiendo el norte, porque estamos eliminando lo que nos une y porque hace años que no se han hecho los deberes.
Estoy preocupada. Pero sé que la gente decente y demócrata está ahí, escuchando las barbaridades que profesan, viendo las cosas que hacen, tomando nota de quienes les apoyan y esperando el momento para reafirmar nuevamente que España, en general, es un país lleno de gente cívica, respetuosa con los Derechos Humanos, de gente noble que sabe distinguir el bien del mal, la seriedad de la insensatez, la verdad de la mentira.
Cuánta razón lleva cuando dice que la extrema derecha está conscientemente retorciendo el significado de la ley de la Memoria Histórica, escondiendo la verdad. Cuánta razón cuando dice que no debemos permitir que se siga adelante con este atropello. Un atropello que, por cierto, altos mandos de cierta promoción de la Academia General del Aire, de cuando el “tío Paco”, parecen querer llegar a Bruselas y a quienes les recomiendo que lean la carta de Sonia Largo Valcarce en su totalidad antes de hacer el soberano ridículo.
Vamos a recuperar la memoria de todas las partes que durante décadas ha sido olvidada y ahora pretende ser tergiversada. De hecho, ya lo estamos haciendo y todo este movimiento reaccionario a la libertad, la igualdad, la justicia y la memoria, no es más que la constatación de que lo estamos haciendo bien y estamos removiendo los cimientos mismos de la civilización tal y como se ha entendido siempre, en clave patriarcal. A las mentiras se las desmonta con la verdad y con la determinación de que no se la entierre. De determinación las mujeres entendemos mucho cuando nos empoderamos. Mirad a María Pita que, en 1581, al grito de “¡Quien tenga honra que me siga!”, hizo dar media vuelta a los corsarios ingleses de Francis Drake, retirándose todos de La Coruña, ciudad que pretendían tomar.