El bolsonarismo militar

Dos semanas después del asalto al Palacio de Planalto, el presidente Lula Da Silva ha destituido al jefe del Ejército, general Julio César de Arruda, tras una reunión con el ministro de Defensa y la cúpula militar. Los tres comandantes militares habían tomado posesión de su cargo a finales de diciembre, en el marco del relevo presidencial, y la aplicación del criterio de la antigüedad en el arma respectiva fue presentado como un gesto de normalidad hacia los uniformados. Ahora, con esta decisión de autoridad, se señala el comienzo del proceso de rendición de cuentas de los responsables de la seguridad del Estado, tanto de la policía federal como de los mandos de la guardia presidencial, de la región militar en la que se encuadra Brasilia, y de los servicios de inteligencia.

Los sucesos ocurridos en la capital federal del Estado, en una acción simétrica a lo sucedido en el Capitolio estadounidense, es la culminación de un movimiento de resistencia a la victoria electoral del presidente Lula. El estrecho margen de votos por el que se impone a su rival, el expresidente Jair Bolsonaro, en nada disminuye el carácter democrático de la elección, pero sí garantiza el mantenimiento de la polarización política que se vivió en la campaña. El bolsonarismo tiene entre sus bases de apoyo principales al integrismo cristiano y al entorno social de los miembros de las fuerzas armadas. Esto explica la indisimulada tolerancia de las acampadas frente a los cuarteles, pidiendo la intervención militar para anular los resultados electorales.

Tras el grotesco episodio de Planalto, las concomitancias entre el trumpismo estadounidense y el bolsonarismo brasileño son evidentes. Ambos líderes coinciden en el personalismo populista, en el estilo fanfarrón de hacer política, en la tendencia a desconocer los problemas reales y crear polémicas artificiales con hechos falsos (realidad alternativa), en el apego a las teorías conspiratorias más insensatas, en el patriotismo hueco de las frases y los símbolos mientras se descapitaliza al Estado y se desarticula el sector público, etc. Sin embargo, entre tantas semejanzas, podemos identificar un ámbito en el que no se produce esta coincidencia: el del aparato de Seguridad del Estado.

En efecto, en los sucesos de Washington de enero de 2021, llevada a cabo una exhaustiva investigación federal de los hechos, no aparece relación alguna de apoyo institucional a las turbas de manifestantes, más allá del ámbito del presidente Trump y su séquito. En cambio, en el caso de Brasilia, pendiente todavía del esclarecimiento total de los hechos, se acumulan los indicios del significativo respaldo de sectores estatales a la confusa y desordenada manifestación de los bolsonaristas, para cumplir su declarado propósito de deslegitimar la alternancia democrática en el poder. La razón lógica se encuentra, dejando a un lado las diferencias administrativas entre ambos sistemas políticos, en el diferente grado de penetración ideológica de ambos movimientos en las estructuras de los respectivos Estados.

Tras una década convulsa en la política brasileña, las fuerzas armadas, que habían superado con éxito el proceso de transición democrática, pueden haber retrocedido a posiciones institucionales extemporáneas

En los días siguientes al asalto, los medios internacionales destacaron como un hecho relevante la neutralidad de las fuerzas armadas en el intento de subvertir el orden constitucional. La implicación golpista de los militares brasileños en el pasado, como en el resto de la región suramericana, supone siempre un antecedente de desconfianza en la lealtad de la institución militar a la autoridad civil democráticamente elegida. Pero el intervencionismo militar, dado el peso relativo de la organización castrense en el Estado brasileño, puede seguir manifestándose de manera indirecta a través de su apoyo sectario al titular de la presidencia de la República. Este fenómeno, con las correspondientes adaptaciones nacionales, se está produciendo ya en otros países de la región. En el caso de Brasil, la presidencia de Bolsonaro, antiguo capitán del Ejército, supuso una cierta vuelta al poder de los militares, mediante el nombramiento de oficiales generales al frente de distintos ministerios.

El asalto a Planalto, sede del poder ejecutivo, ha supuesto la culminación del ambiente progolpista gestado durante dos meses de protestas insurreccionales de los bolsonaristas. Debería significar también un punto de inflexión para el cese de este apoyo camuflado, con un alto componente militar, en el interior de la administración del Estado. Las fuerzas armadas, especialmente el Ejército de Tierra como centro del poder militar brasileño, deben retornar inmediatamente al debido cumplimiento de su misión constitucional con estricta neutralidad política, con ocurrió en el extenso primer mandato de Lula.

Tras una década convulsa en la política brasileña, las fuerzas armadas, que habían superado con éxito el proceso de transición democrática, pueden haber retrocedido a posiciones institucionales extemporáneas. El civismo, que también se integra en los valores militares, demanda un comportamiento profesional. Y es que el control democrático de las fuerzas armadas, como indican múltiples ejemplos históricos, exige un permanente ejercicio de pedagogía democrática, que en el caso de Brasil debe seguir a una necesaria depuración de los mandos implicados. El desempeño del gobierno democrático no puede depender del beneplácito de ningún sector de la administración del Estado.

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