Hemos visto estas últimas semanas declaraciones de dirigentes europeos sobre el estado de la OTAN que nos llevan de nuevo a la reflexión sobre la existencia y los cambios de rumbo de esta organización a la luz de los acontecimientos que se están sucediendo en sus confines.
Las decisiones de la Administración Trump están mostrando desde hace tiempo que la estrategia norteamericana sigue unos derroteros distintos de los intereses de la Unión Europa, como lo demuestra la retirada del acuerdo nuclear con Irán, en mayo de 2018 (con amenazas de sanciones a los países europeos que inviertan allí) y la más reciente e inesperada retirada de tropas del noreste de Siria, abandonando así a sus aliados kurdos y dejándolos a merced de la ira de Turquía, uno de los países militarmente más fuertes de la OTAN. Ambos países, EEUU y Turquía, han ido por libre en el avispero sirio sin consultar con los demás aliados presentes en la zona que forman la coalición contra el Daesh. El resultado inmediato es que Rusia ha quedado ahora mismo como el único interlocutor internacional sobre el terreno. Un buen regalo para quien se había convertido en la razón de ser de la OTAN tras la caída del muro de Berlín. ¿Qué credibilidad le queda ahora a la Alianza en el ámbito internacional? ¿Qué fiabilidad cuando su principal motor, político y militar, los EEUU (22% del presupuesto), mira cada vez más al Pacífico?
Añadamos a esto la desmedida beligerancia de Trump con Irán que ha venido suscitando desconfianza en las grandes potencias mundiales y que recientemente ha naufragado en su intento de construir una coalición naval, la Operación Centinela, en el estrecho de Ormuz. Un dirigente que va como pollo sin cabeza por el tablero internacional –dejando gotas de sangre– es normal que genere desconfianza entre sus socios y aliados, que temen que pueda llevarles a un conflicto. Añadamos también que Turquía, que está atacando las posiciones kurdas con la bendición de los EEUU, provocando centenas de muertos y heridos entre la población civil y más de cien mil desplazados, ha llegado a un acuerdo con Rusia (aliado de Bashar Al Asad) para vigilar la zona de seguridad en la frontera turco-siria, con la advertencia de Putin de que no deben enfrentarse a las tropas gubernamentales sirias.
Turquía, parte beligerante en la zona, podría ser atacada por cualquiera de las otras partes en el conflicto, bien mediante operaciones bélicas directas o con ataques terroristas. Como miembro de la OTAN, ¿podría Turquía apelar al artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte? Para quien no lo sepa o no lo recuerde, ese artículo establece que un ataque contra un Estado miembro (incluidas sus fuerzas, buques y aeronaves) es considerado un ataque contra todos, por lo que la parte atacada debería recibir la asistencia de las demás. Y abunda en ello el art. 6 a), cuando menciona específicamente “…contra el territorio de Turquía”. En ese supuesto, la política revanchista de Erdogán respecto a los kurdos podría desencadenar un conflicto de imprevisibles consecuencias si la OTAN entrara formalmente en él. Socios inestables como son ahora mismo los EEUU y Turquía, dirigidos por personas imprevisibles con rasgos autoritarios, debilitan una Alianza que tal vez deba replantearse el repliegue al ámbito europeo y, en todo caso, iniciar un debate sobre su existencia y su futuro.
Pero, con todas sus debilidades e incoherencias en el plano político y las políticas erráticas de algunos de sus dirigentes, la OTAN, nos guste o no, no tiene a día de hoy un sustituto para la seguridad y defensa de Europa y las estructuras y capacidades puestas a disposición de la defensa europea, como la PESCO, la Agencia Europea de Defensa (EDA) y el Fondo Europeo de Defensa están aún lejos de reemplazarla. El esfuerzo de la nueva Comisión Von der Leyen, junto con el liderazgo franco-alemán (Merkel deja el listón alto en esta materia), deberá enfocarse hacia un aumento del compromiso presupuestario europeo en materia de seguridad y defensa una vez sea efectivo el Brexit. Si contamos con que países OTAN no integrantes de la Unión Europea, como los EEUU, Turquía y previsiblemente el Reino Unido (que acaba de bloquear el aumento de presupuestos de la EDA y del Centro de Satélites por apenas 500.000 €), son precisamente los que siguen políticas más alejadas de la común europea de seguridad y defensa (PCSD), no le va a quedar más remedio a la UE que dotarse, cada vez con más urgencia, de medios propios para garantizar su seguridad y actuar con autonomía estratégica. En este sentido, parece que la UE va tomando conciencia y el gasto previsto en defensa para los años 2021-2027 aumentará sensiblemente, según una propuesta de la Comisión pendiente de aprobación por los Estados miembros.
El presidente Trump ha conminado a sus aliados europeos, en varias ocasiones, a aumentar los presupuestos nacionales de defensa para una mayor contribución a la fortaleza de la Alianza. Es bien sabido que lo que en el fondo está pidiendo es que se compre más material de guerra norteamericano con independencia de que se ponga o no a disposición de la OTAN. La compra reciente de misiles rusos S400 por parte de Turquía prueba que un aumento en el gasto de defensa nacional no revierte necesariamente en el fortalecimiento de la defensa común de los aliados. EEUU ya les ha advertido de que su uso es incompatible con la OTAN y Turquía no dudará en utilizarlos si fuera preciso en Siria y contra el PKK kurdo. Ese aumento en el gasto militar no contribuye, evidentemente, a la defensa colectiva aliada, antes bien, como señala Nicolas Gros-Verheyde, de Bruxelles2, puede ser contrario a los intereses de los miembros OTAN, especialmente los que lo son también de la UE. Hemos visto hace unos días una celebración de poca pompa y muy corta en el 70º aniversario de una Alianza en la que ahora reina la desconfianza mutua y la tensión entre algunos de sus líderes.
La OTAN, que parecía huérfana de su razón de ser tras la caída del Muro, encontró rápidamente en los años 90 un campo de acción y justificación en los Balcanes, a lo que se añadiría años más tarde su intervención en Afganistán (ISAF, enero 2002) donde áun sigue presente. Con una capacidad de mutación asombrosa, la Organización parece estar buscando permanentemente clientes en el extrarradio para seguir viviendo. Padece el síndrome del taxi, dispuesta a subir a quien primero levante la mano, como acertadamente señaló hace años Rafael Bardají, del GEES. El panorama internacional es más cambiante de lo que nos gustaría y nada asegura que la Alianza sobreviva a los retos geoestratégicos del siglo XXI.
Oficial del Ejército del Aire (R). Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Graduado Social. Especialista Universitario en Derecho y Políticas de la UE y Diplomado en Geopolítica y Estrategia por el Instituto Europeo de Relaciones Internacionales (IERI, Bruselas). Observador electoral Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores. Vocal de la Junta Directiva del Foro Milicia y Democracia (FMD).