Una estrategia equivocada

Asistimos en estas semanas a un escenario inédito para la sociedad. El covid-19 produce muertes, padecimiento de la enfermedad por miles de ciudadanos, dolor por no poder acompañarlos, el confinamiento y la privación de algunos de nuestros derechos. Mientras, ejércitos de personal sanitario con el apoyo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE), junto con las Fuerzas Armadas (FAS), combaten una pandemia que ha surgido de forma imprevista y poniendo de manifiesto vulnerabilidades que pueden provocar una gran inestabilidad. Un desafío convertido en amenaza que causa muertes y pone al descubierto graves carencias en medios, déficit organizativo y falta de previsión.

En el año 2014 surgió un brote epidémico de ébola en África que extendiéndose por varios países (entre ellos España) puso en alerta al mundo entero. No ha sido la única epidemia o enfermedad que ha resultado algo más que una amenaza. La gripe A, el ZIKA o el SARS se han mostrado también como enfermedades que han necesitado de una acción global y específica para su control.

En España, mientras que el Sistema Nacional de Salud está demostrando una gran fortaleza en cuanto a preparación y dedicación del personal, así como en la propia organización del mismo, sin embargo sale a la luz un grave déficit en la respuesta inmediata ante un problema sobrevenido, por la falta de previsión, algo que ya no es inherente al Sistema Nacional de Salud sino a la gestión administrativa y, en gran medida, a la Estrategia de Seguridad Nacional.

Entre los elementos que se convierten en actores principales en el apoyo a la contención de la crisis están las FCSE y las FAS, elementos que se visualizan más entre otros servidores públicos y sectores también activos en la contención de la crisis. En el ámbito de actuación de estos cuerpos de servidores públicos destacan disfunciones que evidencian falta de previsión y de preparación. Parece lógico pensar que ante una situación sobrevenida e imprevista, puedan darse dificultades en la actuación, coordinación y en el reparto de responsabilidades, sin embargo esto no tendría que ser así existiendo normativa que, bajo su estricto cumplimiento, no debiera dar lugar a improvisaciones y descoordinaciones.

La Estrategia de Seguridad Nacional -ESN- (2017) responde a las necesidades planteadas en la Ley de Seguridad Nacional (2015) que regula los elementos y actores que han de proveer de seguridad garantizando el desarrollo de la sociedad, la libertad y prosperidad de los ciudadanos y la estabilidad y funcionamiento de las instituciones. Esta ESN establece las amenazas y desafíos, en el entorno de la seguridad, en los que ha de estar involucrado el Estado, tanto a nivel nacional como internacional. En la misma, existe un apartado específico dedicado a las epidemias y pandemias, en el ámbito de los “desafíos”, es decir, de los retos sin entidad de amenaza, como la propia ESN describe. No deja de resultar curioso que esta estrategia que viene a modificar la del año 2013, en la que no existía tan siquiera título específico para las epidemias y pandemias, tras la situación generada por el ébola en el año 2014, las otorgue una categoría de “desafíos” y no de amenazas. Esto supone que a la hora de confeccionar presupuestos, de dotar de medios y de establecer prioridades para la prevención, anticipación y respuesta ante una epidemia o pandemia, estando estas establecidas como desafíos, se lleven una peor parte.

A pesar de esta categoría de grado bajo establecido para las epidemias y pandemias en la ENS, se dispone una línea de acción estratégica para este objetivo concreto: “Establecer los mecanismos necesarios para la coordinación de las Fuerzas Armadas, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los responsables judiciales y las autoridades de salud pública para dar una respuesta eficaz ante ataques intencionados con agentes infecciosos”.

Si bien es posible que no podamos estar ante un ataque intencionado, el mecanismo previsible para abordarlo, desde la prevención y la anticipación, podría valer perfectamente para la actual crisis; el resto del documento no aporta nada más para el tratamiento de epidemias o pandemias.

En lo que concierne a la actuación de las FCSE y de las FAS, asistimos a un evidente desacuerdo interministerial para la coordinación de los mismos, como se refleja en el intento de constitución de las patrullas mixtas entre cuerpos policiales y militares. Un aparente protagonismo competitivo y, quizá también, una desconfianza (en Fuerzas Armadas, la UME y las policías militares tienen preparación y experiencia como agentes de la autoridad, pero el resto de unidades puede que carezcan de ambas) podrían estar detrás de esa falta de interconexión.

Las líneas de acción estratégicas no parecen dar su fruto: falta de acuerdo y coordinación por una inexistente previsión en la actuación conjunta de diferentes departamentos administrativos. Incapacidad y, de nuevo, falta de previsión en dotar de medios y material de prevención a los miembros de estos cuerpos en sus actuaciones en primera línea, ante su posible contagio y la más que probable diseminación del virus.

Una Estrategia de Seguridad Nacional posiblemente mal diseñada y peor ejecutada. Quizá interesadamente se hagan prevalecer las posibles situaciones de conflictos armados, crimen organizado, proliferación de armas de destrucción masiva, vulneración del ciberespacio, del espacio marítimo, del espacio aéreo o incluso del ultraterrestre, señalados todos ellos como amenazas, por delante de emergencias y catástrofes, epidemias y pandemias o efectos derivados del cambio climático, estos últimos considerados como simples desafíos. Solo hay que echar una mirada a los presupuestos del Estado y sacar conclusiones, sobre qué interesa más en determinados sectores ideológicos e industriales.

Fijándonos en las FAS vemos que al desmesurado endeudamiento por compras compulsivas anteriores, presupuesto tras presupuesto, se diseñan compras a diez, quince, veinte años vista, de carros de combate, de aviones de caza… ¿Tan ciegos estamos ante la realidad evidente? Una amenaza real (para la ENS un desafío) nos ha colado un gol por la escuadra y el portero y la defensa, ni lo han visto venir, ni habían preparado la defensa para esa posibilidad. Llevamos décadas de graves incendios, de crecientes inundaciones, de sequías, de epidemias, el mundo científico viene advirtiendo de los cambios ambientales, de las limitaciones energéticas, de la escasez de los recursos, y seguimos empeñados en ver todo esto como un desafío y no como una principal amenaza, como así se contempla a los inciertos ¿probables? conflictos armados.

Estamos asistiendo al desencuentro entre instituciones, a actuaciones personalistas, a competitividad entre ministerios, al desacierto estratégico, a la falta de medios, por no hablar del desencuentro político entre los representantes de los ciudadanos en una situación que reclama de la participación conjunta de la unión de sinergias y esfuerzos. Ante la nueva etapa política que se avecina tenemos que ser capaces de repensarnos y actuar de una vez, desde el sentido de Estado; de plantear las verdaderas necesidades teniendo en cuenta las carencias reales y las más que evidentes amenazas, que no se sitúan en ambientes bélicos sino en el mismo medioambiente que nos rodea.