Un medalla para Juli Busquets

 

Hace unas semanas la Comisión de Defensa del Congreso aprobó la proposición no de Ley instando al Gobierno a otorgar a Juli Busquets, principal alma impulsora y uno de los fundadores de la UMD en 1974, la Cruz al Mérito Militar a título póstumo. Tarde, muy tarde, aunque sirve para reconocer, finalmente, su lucha por la democracia que efectuó en el franquismo, en el seno de la institución más hostil y refractaria a un régimen de libertades. Además de reparar una grave injusticia, la proposición permite evocar su figura singular marcada por la honradez y por la incomprensión que encontró en demasiados ámbitos.

Obviamente no nació demócrata y menos de izquierdas. Como buen militar de la postguerra era un ferviente admirador de Franco, católico devoto, y seguidor de los ideales del 18 de julio. Siempre inquieto por ser buen oficial, idealista, preocupado por buscar la perfección, no vaciló en presentarse voluntario para luchar contra la invasión soviética de Hungría, aunque por supuesto nadie le hizo caso. En su afán de perfección tampoco vaciló en alistarse para ser hombre rana, aunque no tenía idea de nadar, debiendo practicar duros cursos de natación para poder ser admitido. En aquellos años cincuenta ingresó en Forja, una organización de jóvenes militares que aspiraban a perfeccionarse como soldados y cristianos. Otro hombre honrado, el jesuita José María de Llanos, años después comunista, era el consiliario de la organización. Simplemente buscaban ser coherentes con la España de justicia que proclamaba Franco, leyendo, debatiendo, pensando… pero pensar era peligroso y Forja fue disuelta. Fueron esas ansias de coherencia, de honradez, las que le hizo comprender que la verdadera España era la de los pobres reclutas que iban cada año al servicio militar, jóvenes de humilde extracción, y no las que proclamaban la propaganda oficial; y que las soluciones a la injusticia sólo podían venir de la mano de la democracia. Y que había que luchar por ella. Mientras tanto se había diplomado en Estado Mayor y licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense.

Enseguida comenzaron los problemas. Perseguido por sus mandos a raíz de sus escritos y labor intelectual, criticado, marginado cuando no vigilado por sus compañeros de milicia, resistió y persistió en sus ideales democráticos, hasta lograr aglutinar a un pequeño grupo de camaradas de armas y fundar la UMD. Poco después, en 1975, por mostrar su público desacuerdo con la actitud represiva del ejército, al apoyar a un capitán que se negó a revelar los nombres de los líderes obreros que encabezaban una reivindicación laboral frente a la RENFE, sufrió un arresto de seis meses en el penal militar de El Hacho, en Ceuta. Sabía que se jugaba, como sus compañeros de ideales, la carrera, la libertad y la vida. Pero no le importó. Tampoco el ser visto con recelo por buena parte de la oposición al régimen que no comprendía como un militar podía luchar por la democracia. Luego, en plena transición, los partidos democráticos no oyeron sus advertencias de los ruidos de sables que se daban en los cuarteles, despreciando informes y consejos que podían haber hecho la transición democrática menos convulsa y angustiosa. En los debates constitucionales y legislativos, ya fuera del ejército y como diputado del PSOE, tampoco se le escuchó, ni a él ni a sus compañeros demócratas, por miedo a incomodar a los militares franquistas que eufemísticamente se llamaban por entonces “los poderes fácticos”, sin evitar por ello los diversos intentos de golpes de estado. Por fin llegó al poder su partido en 1982, pero tampoco entonces lo tuvo fácil debido a su actitud crítica hacia la política del entonces ministro Narcís Serra, y se le impidió desempeñar puestos políticos de relevancia en el Ministerio de Defensa. Persistía el miedo a incomodar a los sectores reaccionarios militares siendo, por ello, visto con recelo por muchos de sus compañeros de organización. Aún así siguió trabajando durante cuatro legislaturas en la Comisión de Defensa de las Cortes, tratando de acomodar definitivamente a las FAS al régimen democrático y de luchar, infructuosamente, por rehabilitar a sus compañeros de la UMD.

En el 2001 un cáncer acabó con su vida. Un año antes me llamó para que le ayudase a acabar un último libro, Ruido de sables, que tenía entre manos. Fue un honor. Porque completé la labor de un hombre honrado e idealista, que no dudó en adoptar siempre una postura crítica contra lo que consideraba injusto, sin importarle los costes personales.

 

JUAN CARLOS LOSADA

Miembro de la Comisión Asesora del FMD