Un ejemplo ilustrativo de la investigación histórica: el caso del agente de Mola y Franco que fue Juan de la Cierva (I)

Publicado en angelvinas.es

NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. Con esta tajante afirmación empieza un libro en el que estoy trabajando y que no saldrá hasta el año que viene, es decir, en 2023. Espero terminarlo dentro de unos meses, en cuanto me lleguen documentos que he tenido que encargar un poco a ciegas, porque en estos tiempos de pandemia viajar me parece un tanto arriesgado.

La misma afirmación se aplica a un tema que ha salido ya repetidas veces en este blog, que ha aparecido en una serie de artículos que publiqué en InfoLibre el año pasado y que me ha granjeado las iras de algunos lectores. Puede que sepan más del mismo que servidor, aunque nunca han justificado sus razonamientos ni, por desgracia, conozco sus publicaciones. Es más, he “desafiado”, modestamente, a los responsables del Gobierno de la Comunidad de Murcia para que hagan público el informe que encargaron a un historiador (con quien comparto pocas ideas) y que, al parecer, se pronunció en contra de mis tesis. Sus argumentos han quedado en la oscuridad de la alta burocracia de aquella comunidad. Tampoco el notabilísimo historiador en cuestión se ha dado por aludido.

Una de las razones por las cuales NO HAY HISTORIA DEFINITIVA es porque los historiadores somos tributarios de las evidencias que van descubriéndose. A veces de golpe, con frecuencia poco a poco. Servidor basó su afirmación de que el inventor del autogiro y distinguido retoño de una ilustre familia murciana había laborado no solo en favor de la conspiración que llevó al 18 de julio de 1936 sino que, y sobre todo, continuó después. Y, naturalmente, apoyó por lo menos las gestiones del general Mola para obtener armamento de aquellos grandes adalides, no precisamente de la cristiandad, que fueron los gobernantes nazis. Al parecer, la carta que Juan de la Cierva escribió al sanguinario general Emilio Mola y cuyo original se reprodujo en uno de mis artículos en InfoLibre no fue suficiente. Tampoco era una pieza desconocida, aunque nunca había aparecido la copia fotográfica de tan revelador documento.

Ahora, meses después, una amable lectora, Doña Loreto Urraca, con un desprendimiento digno de todo elogio, me ha enviado un documento pensando que me interesaría. Le he pedido permiso para, naturalmente, dejar constancia de mi agradecimiento y, generosamente, me lo ha concedido. Está, tengo entendido, buscando papeles para hacer una biografía de corte documental sobre uno de sus antecesores, Pedro Urraca Rendueles (de no muy buena fama, pues fue el inspector de policía encargado de acompañar a la frontera franco-española al expresidente de la Generalitat Lluis Companys (véase, por ejemplo, https://www.sapiens.cat/temes/personatges/pedro-urraca-l-espia-que-va-detenir-companys_202466_102.html)  y de localizar a varios distinguidos políticos republicanos a los que en el Madrid de todas las desdichas también aguardaba el paredón  en 1940 (https://elpais.com/diario/2008/09/28/domingo/1222573955_850215.html)

Tras este imprescindible agradecimiento he de entonar, ante todo, la palinodia. Debería haber conocido el documento en cuestión, pero confieso que lo ignoraba. Una ignorancia culpable. Se trata, en efecto, de la hoja de servicios de un militar muy distinguido. Se sabe que desempeñó un papel importante al lado de Franco durante la guerra civil, que tuvo un destino diplomático envidiable en Francia, que llegó a ser teniente general y ministro del Ejército durante la dictadura. Lo he citado en numerosas ocasiones en varios de mis libros, incluso en el más reciente (El gran error de la República). No se me ocurrió solicitar la dichosa hojita, como hice con otros militares, a la hora de preparar con varios colegas un volumen sobre diplomáticos y guerra civil (Al servicio de la República).

Pero, y aquí viene lo de la palinodia, no me había preocupado de abordar la hoja de servicios de tan ilustre militar. ¡Error! ¡Craso error! ¿Su nombre? Antonio Barroso Sánchez-Guerra.  Era muy conocido. Votó contra la Ley de Reforma Politica que abrió la puerta a la transición y falleció en 1982 (dato que tomo de su entrada de Wikipedia que, por cierto, contiene varias afirmaciones no demasiado exactas y numerosas omisiones importantes).

Pues bien, la hoja de servicios del teniente general Barroso, al referirse al año 1936, contiene los siguientes párrafos que, en primer lugar, transcribo literalmente, en itálicas y en negritas.  Dejo para un segundo post su análisis y contextualización, en el bien entendido que servidor no es sino un aprendiz de biógrafo y que muchas de las hojas de servicio de militares que sirvieron en la dictadura hay que tomarlas con varias toneladas de sal. Es algo que ya aprendí, con mis añorados Dr. Miguel Ull y mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas, en El primer asesinato de Franco, y que corroboraré en un libro que se publicará dentro de algunos meses y al que ya me he referido en el post anterior. Transcribo, pues:

1936. Continúa prestando servicio como Agregado Militar. En el mes de enero acompañó a la comisión presidida por el Excmo. Sr. General Don Francisco Franco Bahamonde a los funerales de S.M. el Rey Jorge V de Inglaterra. El 19 de julio de dicho año, enterado del levantamiento nacional presentó inmediatamente la dimisión de su cargo de Agregado Militar, poniéndose a las órdenes primero del general Mola, con el que pudo comunicar directamente y después a las del General Franco. Por orden expresa del General Mola se encargó de unas gestiones de compra de material de aviación en Francia y Bélgica, gestiones que realizó en compañía del ingeniero Don Juan de la Cierva, bajo la alta dirección del Excmo. Sr Don José Quiñones de León. Regresado a París se le ordenó por el Ministerio del Interior que saliera en un plazo de 48 horas del territorio francés, indicándole que no podía hacerlo por las fronteras de Irún o de Vera, por lo que marchó a Amberes donde embarcó para Lisboa, incorporándose al Ejército Nacional en los primeros días de septiembre de 1936, cuando el Cuartel General del General Franco se ocupaba de instalarse en Cáceres. Se hizo cargo a su llegada a dicho Cuartel General del mando de la 2ª Sección del EM, y el 1º de octubre del mismo año, cuando se organizó el Cuartel General de S. E. el Generalísimo, pasó a desempeñar el cargo de Jefe de la Sección de Operaciones (3ª Sección) de su E. M….”

El resto no es interesante para nuestros propósitos. Queda por decir que la letra manuscrita con que está escrito lo que antecede es extraordinariamente pulcra y legible, algo que no siempre ocurre en tales hojas de servicio.

A Doña Loreto Urraca le llamó la atención, naturalmente, la referencia a Juan de la Cierva y repito que tuvo la amabilidad de enviarme una copia de la página en la que figura la anterior transcripción.

Tenemos, pues, una pieza de EPRE que, como toda EPRE, hay que explorar, analizar y contextualizar. De por sí, esta parte del documento dice poco para lo que nos interesa. Es espartana en su sencillez. Hay que interrogar al papelín en cuestión. Esta es, precisamente, la labor del historiador.

Ante todo, nadie podrá negar que es EPRE genuina. Todo lo transcrito está tal cual en una hoja de servicios y, a diferencia de lo que ocurre con otros documentos de tal porte, a primera vista no nos suscita dudas en cuanto a su carácter. Esto, que puede parecer una afirmación de rutina, no lo es. Hay hojas de servicio que contienen, claro está, las vicisitudes profesionales de los oficiales, jefes y generales a que se refieren, pero de cuyo contenido que cabe dudar. Conozco un caso en el que las vicisitudes de su titular, expuestas someramente a lo largo de los antecedentes y el curso de la guerra civil, están escritas en el mismo tipo de letra. Es decir, por la misma persona, probablemente un soldado destinado en Mayoría, pero que teóricamente a lo largo de tres años no se movió de su puesto tampoco del jefe sobre quien escribía. Algo más que sospechoso y que permite pensar que el texto -anodino- de la dichosa hojita se redactó a posteriori, probablemente con fines de ocultación. Hay cosas de las que es mejor no dejar constancia.

(continuará)