Franco, ejemplo de diplomacia y de “savoir-faire” internacional ¿émulo para Vox? (IV)

Publicado en www.angelvinas.es/

Algunos lectores podrían pensar que soy muy malintencionado en mis críticas a Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) y que su trayectoria en política exterior fue tan  gloriosa que solo los antifranquistas acérrimos no la reivindican plenamente. A los que así lo crean les recomiendo ir (cuando puedan) a alguna biblioteca y lean la biografía que de él escribieron su primo hermano y el entonces director de LA VANGUARDIA ESPAÑOLA, Luis de Galinsoga, exdirector de ABC en la primavera de 1936. Se titula CENTINELA DE OCCIDENTE. Podrán entonces entrever la sagacidad y el genio que se imputaba a SEJE, incluso en unos momentos en que la economía española iba de capa caída.

Servidor ha escrito algo sobre la política exterior de la España de Franco. Creo que el mejor enfoque analítico para enjuiciarla consiste en contraponer la imagen y la realidad que siempre alcanzó en puntos culminantes. Por ejemplo en los pactos de Madrid con USA pero, más difícilmente superable, también en el tratamiento de “el oro de Moscú”. Así que los papanatas que se deshacen en loores sobre el genio inmarcesible e inagualable de SEJE bien podrían tratar de reconstruir, si se atreven, lo que pasó después de la entrega de documentos que hizo Ansó.

En ningún momento la aherrojada prensa española dejó entrever, que yo sepa, que el regalo lo componían muchos papeles. La atención se centró sobre el acta de recepción final del oro, fechada en Moscú el 5 de febrero de 1937. No hay, desde luego, que buscar en archivos. Si se va a la biblioteca y se busca en otro libro, ESPAÑA: LOS AÑOS VITALES (Espasa Calpe, Madrid, 1967) del nunca suficientemente alabado periodista (aunque sin escrúpulos y predecesor de los muchos de hoy) que se llamó Luis A. Bolín (sí, el del Dragon Rapide y corresponsal de ABC en Londres) [advierto solemnemente que mis referencias a este periódico no representan ningún juicio de valor: son meras constataciones], comprobará dos cosas: la primera es que fue prologado nada más y nada menos que por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, y la segunda, que en el anexo se reprodujo, como si viniera a cuento, una parte del acta de recepción del oro, en el francés original y en traducción castellana. Los comentarios se los dejo al curioso lector. Sobre todo porque Castiella, y la censura, permitieron que Bolín reprodujera igualmente la traducción de dos cartas del 23 de enero y del 1º de agosto del entonces comisario del Pueblo para las Finanzas, A. Zverev, en inglés y castellano, sobre acuses de recibo de operaciones sobre el oro. Esta referencia nos permitirá reir a pierna suelta en un próximo post.

Volvamos a 1957. Como los genios que rodeaban a Franco, o él mismo, no dijeron ni pío sobre el contenido de los demás documentos de Negrín, tampoco es de extrañar que entre la oposición republicana en el exilio se desataran los más duros calificativos contra quien los conservó. La prensa española se regodeó destacando algunos de los que, en su momento, publicaron Indalecio Prieto (que en el tema del oro no vivió ninguna de sus horas de gloria) y otros exiliados. Hoy cualquier lector puede consultar los del primero acudiendo a la colección de EL SOCIALISTA que se encuentra en línea gracias a los desvelos de la Fundación Pablo Iglesias.

Nadie entendió entonces lo que había pasado. ¿Qué había querido Negrín? Como murió poco antes, los historiadores hemos recurrido a lo que escribió Mariano Ansó. Servidor nunca se lo creyó del todo. Simplemente porque  el distinguido exministro mezcló probablemente mucha realidad con las adecuadas gotas de fantasía para desvirtuar las intenciones del fallecido. No extrañará, pues, que su regreso a España se realizara sin que sufriera ninguna molestia y que fuese bien acogido, siempre y cuando guardara silencio. Lo que hizo hasta después de la muerte de Franco.

Regresemos a ABC. Si los curiosos lectores acuden a la hemeroteca del venerable periódico monárquico y van a la fecha señera del 10 de abril de 1957, verán una importante noticia en primera página, a las tres columnas de rigor (excepto para dar cabida a la referida a unión “reunión del grupo de trabajo de la FAO”, en la que participó España y que, como todavía estaba bastante aisladita internacionalmente convenía destacar).

ABC reprodujo una comunicación de la Agencia EFE (entonces controlada rígidamente por el desaparecido Ministerio de (Des)Información y Turismo). Se trataba de una noticia aparecida pocos días antes en el diario soviético Pravda. Los comentarios no los hizo ABC de forma directa sino indirecta, a través de la prensa de Londres y París. Puso titulares explosivos. En negritas y mayúsculas: “Pravda dice que ha desaparecido el oro español transportado a Rusia en 1937” [fue el año anterior]. “La prensa de Londres rechaza la explicación dada por el órgano del partido comunista soviético”. En letra más pequeña añadió: “El tesoro, unos 300.000 millones de francos, sigue en manos de los soviets”, dice “L´Aurore” “.

En mayúsculas, pero menores, ABC añadió: “Moscú pagó con ese oro las compras que el Gobierno rojo de Madrid hizo en el extranjero”, y en letra pequeña, pero también en negritas, “Los dirigentes republicanos tienen una deuda de cincuenta millones de dólares con Rusia”.

Los titulares eran correctos aunque no he calculado la cifra del diario francés. Claro que uno podría preguntarse qué diablos sabrían la prensa de Londres y L´Aurore parisina del tema y por qué medios. No me he molestado en verificar la prensa inglesa del momento, pero sí me ha preocupado saber quién era el experto del periódico francés en la temática del oro. Se trataba de un abogado, metido a periodista y distinguido maurrasiano, llamado Henri Bénazet. ¡Ah! Esto es una cosa muy relevante. Charles Maurras tuvo una gran influencia en la extrema derecha española en los años republicanos (todavía una calle en Madrid lleva su nombre con el de pila castellanizado a Carlos, que suena más español a los ignorantes).

Lo que Bénazet supiera del oro es probable que lo hubiese obtenido de la lectura de Le Figaro de la época, que dio una gran batalla periodística a favor de los sublevados y de sus reclamaciones relativas al metal amarillo. Por cierto que el señor embajador de España le impuso una condecoración por los servicios prestados a la Patria en horas difíciles.

Quizá fuera de ABC la valoración de tales informaciones: “El problema que plantea “Pravda” denuncia a los dirigentes de la zona roja española como autores de uno de los más fabulosos saqueos del tesoro de una nación”. Lo pongo en itálicas y en negritas en una transcripción literal para brindársela a los historiadores, periodistas y demás propagandistas de VOX y de la FNFF.

Naturalmente el artículo de Pravda no se reprodujo en la prensa española, aunque sí lo fue en el proscrito y perseguido Mundo Obrero, órgano del Comité Central del PCE. En favor de EFE, sin embargo, debemos subrayar que recogió los para el régimen incómodos mensajes centrales del periódico soviético: “Sostiene que el oro español fue utilizado totalmente” y que “el Gobierno español dejó al soviético una deuda de 50 millones de dólares”.

¡Cielos! ¿qué hacer?. Me ha costado cierto trabajo reconstruir las carambolas del  gobierno de Franco. Actuó por vías diplomáticas y por las de hecho. En las primeras pueden alumbrarse por lo que escribió el señor embajador de España en París en ABC, José Rojas y Moreno, conde de Casa Rojas, en sus encuentros con su colega soviético Sergei Vinogradov (no lo busquen los lectores: ha desaparecido de la hemeroteca del diario monárquico en algún momento de los últimos años. Servidor llegó a leerlo cuando todavía estaba en línea). No condujeron a nada.

Las vías de hecho fueron mucho más expeditivas. El dossier Negrin (es decir la colección de documentos entregados por Ansó) se cerró y lacró a cal y canto. Se depositó en el Banco de España con la prohibición absoluta de abrir el sobre. Si se hicieron fotografías para algunos de los hombres de confianza del señor ministro de Asuntos Exteriores (Don Alberto Martín Artajo) no han quedado huellas. Casi toda la documentación que se originara después de la entrega ha desaparecido (salvo que haya aflorado en los últimos años, pero ni VOX ni la FNFF han dicho ni pío). El silencio selló los labios de los que sabían algo. Eso sí, se produjeron movimientos entre las bambalinas. Si los soviéticos se habían quedado con el oro, y el ESTADO ESPAÑOL tenía el original del acta de recepción, ¿no debería hacerse algo?

Intervino Franco. En una conversación con su primo hermano, ayudante eterno y encubridor de algunas de sus aventuras financieras ocultas, dejó constancia de lo que en mayo de 1957, al mes de aparecida la noticia de Pravda, le dijo el inmarcesible Caudillo:

No le supone nada a Rusia; en España la opinión (sic) se interesa mucho por este asunto y en cambio no aprecia lo que significa la pérdida de una cosecha, como ocurrió el pasado año con la naranja a consecuencia de las heladas, con una pérdida que supone la mitad del oro enviado a Rusia. El documento (sic) está en nuestro poder y estoy seguro de que no habrá necesidad de recurrir al Tribunal Internacional de La Haya, pues, repito, los rusos lo han de entregar sin que tengamos que hacer para ello grandes esfuerzos[1].

Es decir, salvo que el teniente general que recogió la confidencia mintiera como un cadete SEJE creía que Moscú, dispuesto a todo quizá por establecer relaciones diplomáticas con su régimen, le entregaría sin problemas una supermillonada. Por su cara bonita.

Uno se pregunta, sin mala intención por supuesto, qué concepcios sobre política internacional tenía el glorioso Caudillo a una edad que ya no era de meritorio general en las batallas de la guerra civil y en el arte de bandearse en los remolinos exteriores de la segunda guerra mundial. Quizá los exégetas de la FNFF y de VOX podrían alumbrarnos, dando a conocer los secretos que sin duda reservan para los admiradores de tan egregia figura. La primera ya lo intentó hace muchos años con una colección de documentos que, ¡ay!, no prosiguió, quizá porque no tuvo el menor éxito.

(Continuará)