Con un sobresalto, el 22 de julio de 2019 me enteré del fallecimiento del general retirado Santiago Bastos y de su mujer en un accidente de circulación. El tiempo ha pasado implacable y hacía ya muchos años que no nos veíamos. Rememoro la época convulsa en la que le conocí y la estrecha amistad que, casi instantáneamente, surgió entre nosotros. Era aquella época marcada por el llamado “ruido de sables”, por los miedos colectivos a las conspiraciones militares y al terrorismo de ETA.
Al conocerse su muerte, la prensa destaca su decisiva participación en otro intento de masacre con magnicidio: aquel acto de 1985 que no era una conspiración militar al uso sino terrorismo puro y duro. Una trama ultraderechista, dirigida por militares desafectos, pretendía nada menos que volar la tribuna oficial del Día de las Fuerzas Armadas en A Coruña, con todas las personalidades, encabezadas por el rey y el presidente del Gobierno.
Pese a la gravedad de los planes felizmente abortados, nada se supo entonces. Felipe González, a mi juicio con buen criterio, lo ocultó una vez desactivado todo por los servicios de inteligencia, en los que Santiago Bastos tuvo una participación de primer orden. El presidente del Gobierno de España no podía llegar a Europa con semejante tarjeta de visita. Y, como he dicho, el Gobierno decidió ocultarlo hasta años después cuando González confirmó los rumores que comenzaban a llegar a las redacciones de los periódicos y revistas, en una entrevista.
Siguiendo la filosofía del que fuera primer ministro civil de Defensa en la democracia, Agustín Rodríguez Sahagún, el CESID, organismo de Inteligencia antecesor del CNI de hoy, se aplicó a la tarea de prevenir antes que curar. Y en esta labor, dirigiendo el Área de Involución del Centro, Santiago Bastos con prudencia, eficacia, discreción y firmeza fue desmontando los más graves episodios e intentonas golpistas hasta apagar el ruido de los sables en los cuarteles.
Y lo hizo con contundencia y vocación de servicio a la democracia, en unos momentos en los que dirigir esa tarea era difícil, casi no sería exagerado decir que heroico, con la mayoría de sus compañeros de armas de entonces jugando a la contra y criticándole en las salas de bandera de las unidades militares. Su entrega a la causa de la libertad fue tenaz y discreta. Nunca pidió —y hubiera podido hacerlo, me consta— nada a cambio.
Tuve el privilegio de conocerle más allá de su brillante biografía en los servicios de información. Profesionalmente colaboré con él, intercambiando información, en varias ocasiones, tanto desde la redacción de Diario 16 como formando parte del “Grupo Saconia”, formado por antiguos miembros de la UMD y otros militares y policías demócratas. Santiago Bastos era la fuente de muchas informaciones del periódico. Otras no vieron la luz por lealtad a lo pactado con un hombre íntegro, que, además, era un amigo cuya confianza no se podía traicionar. General Santiago Bastos, amigo mío, hasta siempre.
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Fernando Reinlein es militar y periodista

Fernando Reinlein es Teniente Coronel de Infantería retirado y periodista. Fue expulsado del ejército por pertenecer a la UMD.