Libertad de expresión y cultura de paz

 

No seré yo quien discuta sobre los dictámenes de la justicia en relación con los casos de condenas por manifestaciones ofensivas contra personas o instituciones. Las leyes son un campo demasiado técnico en el que ni tan siquiera los profesionales se ponen de acuerdo. Vaya mi reflexión por otros caminos.

Comenzaré diciendo que a mí, como creo que también les ocurre a muchas personas, me asusta la verborrea agresiva e hiriente de determinados personajes que se ocultan a través del anonimato en las redes sociales, y usan estos medios para provocar, insultar o amenazar. Pero, a pesar de lo grave de esa manera de agredir, me causa mayor preocupación cuando esas expresiones, impropias de seres civilizados, las realizan personas que tienen influencia social.

Desde determinadas plataformas mediáticas profesionales también se insulta y amenaza. Uno de los pilares fundamentales de la democracia, que es la prensa libre, se convierte de esta manera en un elemento perturbador de la convivencia social. Su principal función, que es la de la información libre y responsable, deja de ser prioritaria en favor del escándalo que produzca dividendos empresariales, o/y pasa a ser un arma de utilización política y/o desestabilizadora.

Entre los que insultan y amenazan asímismo hay representantes sociales y políticos, a los que por la naturaleza de su función hay que exigirles ejemplaridad para la trasmisión de valores y actitudes que contribuyan a la convivencia civilizada. No hay excusa para la agresividad verbal en aquellos que se les supone un mayor educación y preparación para los cargos que desempeñan. La serenidad y la sensibilidad deberían de estar entre la virtudes más destacadas de los líderes sociales y políticos.

Pero en los tiempos recientes, se ha sumado a esta pléyade de profesionales del dicterio algunos individuos que dicen expresarse en nombre del arte. Este caso, también podría considerarse un uso perverso de la libertad de expresión. Es más que dudoso, al menos desde mi punto de vista, el considerar arte el empleo de un lenguaje que ultraja, difama o amenaza a una persona o institución. El arte es belleza, respeto y armonía. No puedo llegar a comprender que se considere un artista a aquella persona que vilipendia, injuria o zahiere a otra mediante el sonido, la imagen o la palabra escrita.

Violencia es también la violencia cultural y es además, tantas veces, el preludio de la violencia directa. Por eso es necesario prestar atención a la proliferación de esa violencia cultural que se trasmite a través de los medios y personas ya citados. La pregunta clave es ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión? A mi juicio, no vale todo y, por lo tanto, se debe trabajar para desmontar esa concepción interesada “que la libertad de expresión no tiene límites”.

Si preocupantes son las manifestaciones de violencia cultural de ciertos individuos, también lo son, y puede que en mayor medida, las de esos seguidores incondicionales que los jalean. En ese proceso de alimentación mutua, en ese círculo vicioso de exaltación de los unos y los otros, se refuerzan en sus posiciones de agravio continuo contra toda persona que ose a diferir de sus planteamientos.

El antídoto contra esta ola de extensión de lo zafio e intolerante, ofensivo y amenazante, además de la aplicación de las leyes democráticas, es la buena educación: el respeto, la tolerancia, la empatía y la solidaridad.

La educación para una cultura de paz también pasa por educar contra el uso mal entendido y abusivo de la libertad de expresión.