La nueva dictadura egipcia

Para entender, siquiera ligeramente, el tortuoso camino que la sociedad egipcia está recorriendo desde que a comienzos de 2011 un movimiento de raíz popular pusiera fin a treinta años de dictadura militar personalizada en Hosni Mubarak, hay que tener presente la moderna trayectoria política de este país.

En 1952 un golpe de Estado militar, encabezado por el coronel Gamal Abdel Nasser, derribó al rey Faruk I, aquel corrompido monarca, probritánico y bon vivant, que auguraba que en pocos años solo reinarían en el mundo los cuatro reyes de la baraja y la reina de Inglaterra. Desde entonces, el ejército egipcio se fue aferrando progresivamente al poder para no soltarlo más. Los presidentes que siguieron a Nasser fueron también militares y nunca olvidaron su condición aunque no ejercieran mando.

Pero en febrero de 2011 el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) permitió que una revuelta de base popular derribara a Mubarak, con lo que aparentemente se devolvía a los egipcios la soberanía de su propio país. ¿Fue un alucinado suicidio militar? ¿Recapacitaron los altos mandos sobre lo que para su pueblo habían significado tantos años de aplastante monopolio de la política por el brazo armado de la nación? ¿Vieron la luz los generales y se convirtieron a la democracia de la noche a la mañana?

Nadie lo cree así. Todo parece indicar que el CSFA, y en especial el general Sisi, tenía indicios razonables de que Mubarak pretendía entregar el poder a su hijo menor, Gamal, invistiéndolo como nuevo presidente de Egipto cuando en mayo de 2011 él cumpliera 83 años de edad. Sisi y algunos de sus compañeros de armas vieron en esa irregular transmisión del poder un grave riesgo para el papel hegemónico que el CSFA jugaba en la economía del país, puesto que Mubarak había tomado ya algunas decisiones en favor de las empresas dirigidas por su hijo, también un próspero y corrompido hombre de negocios.

En todo caso, y como ha publicado recientemente International New York Times, Sisi organizó su plan. Hizo ver a los generales que el nombramiento del hijo de Mubarak, por su impopularidad, suscitaría revueltas callejeras que obligarían a intervenir al ejército, a lo que la mayoría de los mandos militares se oponía. Pero lo que estaba previsto para mayo de 2011 se anticipó bruscamente a causa de la revolución tunecina, que en enero del mismo año derrocó al dictador Ben Alí. Así que la revuelta callejera egipcia terminó con Mubarak sin que el ejército moviera un dedo en su defensa.

No por ello el CSFA soltó las riendas que tantos años venía manejando con firmeza. El complejo militar-industrial egipcio es la principal corporación del país. Aunque sus datos económicos son un secreto, algunos piensan que su participación en el producto interior bruto podría alcanzar hasta un 40%. Lo que sí está comprobado es que los directores de 55 de las más importantes compañías, que contribuyen al PIB con un tercio del total, son generales retirados. Como también lo son 19 gobernadores territoriales de los 27 existentes.

No pasó mucho tiempo para que, con el pleno respaldo de su intocable poder económico, el CSFA fomentara y apoyara una revuelta popular contra el presidente Morsi, democráticamente elegido por vez primera en la historia de Egipto, quien en julio de 2013 fue depuesto y encarcelado. Este golpe de Estado se produjo en un momento en que, según la organización Pew Research Center, el 63% de los egipcios veían favorablemente a la Hermandad Musulmana y un 53% apoyaban al presidente, que un año antes había alcanzado el 52% de los votos.

La deriva de la sociedad egipcia ha ido quedando clara sin más que observar el desarrollo de los acontecimientos desde que el poder militar se ha hecho de nuevo con el control del país: un retorno al “mubarakismo”, pero sin Mubarak. La glorificación del mariscal Sisi (fue ascendido en enero de este año por el presidente interino) ha superado a la de sus predecesores dictatoriales: retratos, semblanzas, panegíricos de todo tipo, recuerdan a los españoles los primeros años de mitificación oficial de aquel caudillo que fue la “espada más limpia de Occidente” tras haber dirigido una “cruzada” victoriosa que exterminó a la “antiEspaña” y “salvó a la patria de las garras de la masonería y el comunismo”.

Aunque para ser candidato a la presidencia hubo de renunciar a su condición militar, el nuevo faraón pisa con la misma seguridad que sus antecesores en el Egipto moderno. Como publicó International New York Times hace unos días, Sisi no se anda con circunloquios respecto a la política a aplicar: “No voy a dejar que el pueblo actúe por su cuenta”, anunció en su primera intervención televisada: “Mi programa será obligatorio”. Considerándose como una superior figura paternal, se siente responsable de dirigir y corregir a su pueblo, con mano firme si hace falta: “¿Queréis ser una nación de primera clase? ¿Aceptaréis que yo os haga caminar sobre vuestros pies? ¿Que os haga levantaros a las 5 de la mañana todos los días?”. En fin, dictadura militar a estilo primorriverista, aunque algo más cruel que la que encabezó el general jerezano. ¿Alguien piensa que la Historia no se repite? En lo que respecta a las dictaduras militares parece como si de un mismo original se siguieran haciendo innumerables copias.

Publicado en CEIPAZ el 8 de junio de 2014