La formación en la enseñanza militar

 

Todo cuanto se trate de reflexionar sobre sobre cualquier  cuestión profesional de un colectivo como el militar  ha de ser contemplado con el rigor, espíritu crítico y objetividad  que no enturbien o desvíen el fin pretendido.

La presente reflexión me la suscita un comentario y los de algunos tratadistas al que he tenido acceso recientemente,  y en los que se aborda la enseñanza en las Academias militares desde una perspectiva muy puntual mirando al pasado, y en concreto a la referida a esos lugares; y  percibo que los  hay  que la examinan a partir de ciertos conceptos no solo difíciles de definir sino  también de contextualizar en el ámbito en el que se va a desenvolver las posteriores actividades de oficiales y suboficiales.

Antes de nada anticipo que la mía está sujeta a la razonada crítica o desacuerdo de cualquier lector, y que mi pretensión es entrar en tema y enfrentarlo a la realidad de este tiempo global, transversal, digital y de pluralismo social y político, del que no escapa la milicia como sector involucrado también en el avance de la cultura, la justicia y los derechos humanos en la guerra y la paz.

Pero  es que es frecuente recurrir, para explicar lo que a veces no es fácil, a conceptos oscuros e indeterminados que son en sí mismos virtuales, inconmensurables o no cuantificables en cantidad y calidad.  Se acude a ellos como fácil modo de convicción o de concreción de aquello que se nos escapa del alcance del propio cerebro o se agarra al veleidoso corazón, como los son la “formación integral”, el “espíritu de la General” o la “experiencia académica” o la “tradición”; pero además  entiendo que no ha lugar a  poner  en contraposición la enseñanza universitaria y la de la AGM, o intentar magnificar que esta última posee más o mejores valores éticos, morales, espirituales e incluso religiosos o metafísicos frente a aquella otra mas utilitarista o instrumental y lejana  a las convicciones personales y virtudes  militares. Esa actitud creo es errónea por las connotaciones adversas de rechazo que de contrario provoca  hacia la invocación de esa singularidad, y la inconsistencia argumental  en la retórica que puede venir al caso.

La Universidad según la Ley de Universidades que la regula tiene una función de creación, desarrollo, transmisión y crítica de la ciencia de la técnica y la cultura, así como la preparación para su ejercicio y difusión del conocimiento a lo largo de toda la vida, sin que efectivamente en sus programas añada nada sobre esa formación ética, que aquí se dice “integral”, pero que es voluble e indefinida en su significado, y con asimilación de códigos de conducta que se tienen por incrustados pero que, como queda dicho, a mi parecer son conceptos inaprensibles, imposibles de determinar o concretar con el debido rigor.

Ciertamente ética y moral , que no son conceptos idénticos,  son principios y valores que tanto en el ámbito civil como militar tienen un muy especial significado para cada uno de ellos, y son el sustrato de la conducta humana y de la  apreciación del bien y del mal desde la individual libertad y responsabilidad con los otros. La ética como interna reflexión personal sobre acontecimientos y conductas sociales que va “de dentro a fuera” del individuo y es la misma en cualquier tiempo, lugar  o cultura. Por el contrario la moral como conjunto  de normas  de obligado cumplimiento ante la sociedad  sigue camino distinto de lo legal, y  va de “fuera a dentro” del individuo.

Es lo cierto es que en la realidad actual del siglo XXI  toda las virtudes, conductas y actitudes que se hacen propias y exigibles en los Códigos, Ordenanzas, Leyes Orgánicas de Defensa Nacional, de Derechos y Deberes de los miembros de las FAS, de la Carrera Militar, de Ingreso en las FAS, de Régimen Disciplinario, de Reglamento de la adquisición y pérdida de la condición militar, de Reglamento de ordenación de la enseñanza deformación de las FAS, incluso el Decálogo del cadete, conforman en su totalidad, junto al resto del Ordenamiento jurídico nacional, el contenido a conocer, cumplir y desarrollar como reglas o normas que orientan y encauzan la organización del Ejército como institución, así como el aprendizaje formativo que garantiza el comportamiento y conducta ética y profesional a seguir  por el militar, tanto en paz como en guerra, desde que empieza a vestir su primer uniforme.

Creo que es innecesario el uso de la llamada “formación integral” porque puede llevar a equívocos  por las connotaciones que puede suscitar la opacidad que lleva consigo esa frase, cuyo alcance teleológico desconozco, y quién o quiénes serían los órganos o personas competentes para fijar su  contenido.

Por ello, desde el rigor y justa crítica, al tratar de deontología y necesidad de una ética y moral militar en las decisiones y conductas a seguir, se ha de pasar de largo de otras cuestiones que no son de trascendencia y relevancia jurídica, ni afectan sustancialmente al fondo del asunto que aquí se trata, aunque siempre sean dignas de consideración, tales como el solemne acto protocolario de Jura ante la bandera, y los llamados “espíritu de la General” y la “experiencia académica”, como ideas expresivas, si se quiere, de un sentimiento muy singular de la tradición y  de una época ya pasada no concordante con los conceptos actuales de ética y moral militar y sus connotaciones con  el Derecho, con la especificidad de las diversas misiones bélicas y de paz internacionales, y con la propia Defensa nacional en el marco de la OTAN.

La inmersión en una posible formación ideológica que se trasluce en las manifestaciones de alguno de esos tratadistas, no cabe ya ahora aunque tuviera su traducción pasada cuando se habla de: “el nacionalismo primario, catolicismo, antiliberalismo periférico, antizquierdismo, defensa de la guerra civil”  que no constituyen sino un programa o ideario político de los que aún se dan en la España actual, pero que eso es otra cosa.

Las virtudes que se dice deben inculcarse tales como el compañerismo, espíritu de servicio y búsqueda de la excelencia, junto a otras muchas explicitadas en las Ordenanzas actuales, no pueden tenerse como exclusivas de la milicia sino que la mayoría son extensibles sin duda a cualquier colectivo profesional o grupo social con ética y moral específica, cuyos miembros, no se olvide que, aunque no hayan jurado o prometido ante la bandera, también tienen la obligación constitucional de defender España, como conducta a fomentar.

Es innegable que el aspirante ya  trae esas virtudes con su vocación en la maleta, porque las posee previamente o porque está dispuesto a añadirlas en mayor grado desde que empiece a vestir el uniforme.  Pero se ha de reiterar que las virtudes y reglas de la  ética y moral militar no se inculcan o imponen sino que se presentan en la enseñanza académica como principios que orientan, y encauzan las opciones del buen hacer y decisiones a tomar en el ejercicio del futuro Mando.

La singular actitud moral y valorativa de los acontecimientos del tiempo pasado pudo tener su explicación, y pudieron ser inculcadas con la finalidad de mantener una trayectoria ética e ideológica imprescindibles para la persistencia del entonces régimen vigente, pero ahora el vértice geodésico en el plano de la formación moral militar reside en la Constitución, las Ordenanzas, y las leyes y códigos de ámbito militar, junto al  uso por parte del profesional de la libertad responsable al enfrentar el bien y el mal, el mal mayor y el mal menor, lo legal y lo ilegal, tanto ante el personal civil como militar en la paz para los conflictos y en la guerra, etc.

Es evidente que puede haber en algún colectivo, e incluso ser necesaria, la unidad de doctrina y de ética cristiana en un seminario sacerdotal, pero para los futuros ordenados no hay problema de entrar en contradicción con la vida política y social de la ciudadanía. Para el militar, como componente de la sociedad con la que convive, no le es posible pasar los límites de la conducta exigible a su especial condición, al Derecho internacional, a los Derechos humanos, etc.

La “experiencia” de ejercicio del Mando se adquiere esencialmente en primera persona por la vivencia de sucesivos acontecimientos individuales y grupales que exige la profesión, sin necesidad obligada de recurrir a la particular de terceras personas, aunque no cabe duda que el buen ejemplo complementa y es  siempre bien venido.

Por otro lado el ordenamiento jurídico español impone a sus militares la neutralidad ideológica en sus apariciones públicas, sin obviar que la realidad actual es que España pertenece como miembro de la UE, a una unidad política que quiere e intenta ser democrática, económica, judicial, social,  de mercado y valores diversos, sin que esta realidad  de este siglo  pueda ser compatible con aquella realidad de ideas y actitudes valorativas de otro tiempo.

La formación académica actual pretende desde la propia deontología militar  la aplicación de los conocimientos y técnicas profesionales necesarios para responsablemente cumplir con eficacia la misión constitucional asignada bajo la dirección del Poder civil, y ser garantía de la solvencia del Estado social y democrático de derecho.

Todas las virtudes y actitudes deben acompañar al militar profesional, junto a su propio carácter y legítimas convicciones, de modo que todas ellas conforman la conciencia interna como reflejo de su ética personal y moral colectiva que a su vez tutelan y reflejan la ley u orden natural inmutables, siempre concordante responsablemente con los deberes del militar.

Igualmente también tienen cabida en el programa de formación académica el Derecho, la Historia, la Sociología, etc., todas en su teoría general, sin entrar en la elección o selección con criterios ideológicos de conductas, comportamientos y tomas de posición ajenos a la libertad de cátedra, a fin de alcanzar  los fines perseguidos

José Moreno Gutiérrez,  Granada 09/02/2022