Hace diez años, el 18 de marzo de 2003, dos días antes de que las primeras bombas empezaran a llover sobre Irak, escribí lo siguiente en el diario electrónico Estrella Digital, antecesor de República.com:
“Ahora Sadam desaparecerá, Irak será ocupado por los ejércitos vencedores y empezará lo más difícil, lo que las armas raras veces saben construir: la paz estable. Habrá un desfile triunfal en Nueva York, bajo la lluvia de confetis y el tremolar de banderas. Empezará la rapiña de los contratos de reconstrucción de lo previamente destruido, y el reparto de los recursos petrolíferos. La ONU y Europa se lamerán las heridas. Los que creían ‘haber leído correctamente en el libro de la historia’ percibirán que se anticiparon mucho y que la historia, tarde o temprano, dará su veredicto condenatorio a una agresión a todas luces ilegal e injusta. Pero sus ejecutores ya no ejercerán responsabilidades políticas; todo lo más, obtendrán sabrosos beneficios […] en aulas y conferencias, impartiendo su honda sabiduría en política internacional. Quedarán las familias Irakuíes llorando a sus muertos, los futuros terroristas abrasándose en su odio y planeando venganzas [antes de un año Madrid explotaba en llamas], los pueblos preguntando por qué hay distintas varas de medir en la justicia internacional y los dictadores actuales y venideros comprobando que la razón reside en la fuerza de las armas y buscando el modo de hacerse con ellas [como ahora en Irán o Corea del Norte].”
Es más o menos lo que ha venido ocurriendo durante estos diez penosos años. Lo digo sin jactancia, puesto que me limité a expresar lo que entonces pensaba cualquiera que no fuera propenso a creerse a pie juntillas las mentiras gubernamentales de las que con entusiasmo se hicieron eco tantos medios de comunicación.
La vergonzosa ignominia periodística había empezado algo antes, el 30 de enero de 2003. Ese día, justo después del discurso sobre el Estado de la Unión de Bush, cinco jefes de Gobierno de la Unión Europea (los de Dinamarca, España, Italia, Portugal y Reino Unido) y tres dirigentes de otros países entonces candidatos (Hungría, Polonia y República Checa) publicaron un artículo conjunto en el conservador Wall Street Journal y en los principales diarios europeos. Según Le Monde, la iniciativa partió del presidente español, José María Aznar. En extraña mezcolanza, a las firmas de los ultraconservadores Aznar y Berlusconi se sumaron las de los excomunistas Miller (Polonia) y Medgyessy (Hungría). Se dijo que el primer ministro checo se había opuesto a la firma de su presidente, Vaclav Havel, y que el jefe del Gobierno húngaro, entrevistado sobre el texto del documento, reveló haberlo firmado a ciegas.
He aquí algunos párrafos que reprodujo “El País”, para intentar convencernos a sus sufridos lectores:
“El régimen de Irak y sus armas de destrucción masiva representan una amenaza clara para la seguridad mundial”.
“[Los europeos] hemos enviado un mensaje claro, firme, inequívoco de liberar al mundo del peligro que supone la posesión por parte de Sadam Husein de armas de destrucción masiva”.
“No podemos tolerar que un dictador viole sistemáticamente [las] Resoluciones (sic) [del Consejo de Seguridad]“.
“Nuestro objetivo es salvaguardar la paz y la seguridad mundiales asegurando que este régimen [de Sadam Husein] entrega sus armas de destrucción masiva”.
Concluiré este repaso de la historia reciente con un fragmento del comentario que publiqué casi dos meses antes de que se iniciara la catástrofe: “¿Y si por una vez nos dijeran la verdad? Escucharíamos que Irak no es hoy una amenaza real para el mundo, que la democracia no se instaurará a cañonazos en Oriente Próximo, y que el terrorismo internacional no desaparecerá con Sadam Husein. Lo que sucede es que Blair es el primero que ha intuido correctamente que Bush está estableciendo el nuevo orden mundial, tras los pasos de su padre. Y quiere un puesto de privilegio en él. Otros dirigentes europeos no desean faltar a la cita. Si para ello hay que sentarse en la mesa de los que aplasten a Irak, son muchos los que olvidarán las buenas maneras y las intenciones justas y rectas, y buscarán a toda prisa un hueco a la sombra del vencedor. Sombra en la que encontrarán petróleo, buenos negocios, influencia política y una retorcida cobertura moral proporcionada por los grandes medios de comunicación y engaño”.
Así estaba el panorama internacional hace diez años y, a pesar de todo lo ocurrido desde entonces, sigue siendo una ingenua aspiración de los pueblos el deseo de que “por una vez nos digan la verdad”. La verdad sobre aquella guerra y las que vinieron y vendrán después; sobre la economía y sus estafas a nivel mundial; sobre por qué aumenta la riqueza de unos pocos mientras se extrema la pobreza de muchos más. Sobre el descrédito de la política, la falsedad de las religiones, la desesperanza y la irritación crecientes. Todo ello es consecuencia de un factor crítico que parece imposible de superar: el uso y abuso de la mentira y el engaño por los poderosos, que desde entonces se ha venido multiplicando sin cuento. Se dice que fue Lincoln el que acuñó la frase de que “no se puede engañar a todos todo el tiempo”; pues bien, lo que contemplamos hoy nos induce a temer que también se equivocó en eso.
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva