En enero de 1944, hace ahora setenta años, la Segunda Guerra Mundial había dado un giro total: el imparable avance soviético había recuperado gran parte del territorio de la URSS invadido por el ejército alemán y se aproximaba al núcleo del Tercer Reich; una tercera parte de la península italiana estaba ocupada por los ejércitos aliados, Mussolini había sido depuesto y apresado y, tras ser liberado en una espectacular acción de comando, asumió el poder en una república fantasma controlada por Alemania. La duración de la guerra parecía solo depender de cuándo y dónde los aliados abrieran un nuevo frente en Europa, según pedía insistentemente Stalin, cuyo pueblo y ejércitos soportaban lo más duro de la contienda.
En España, según escribe Gil-Robles en sus memorias, solo Franco parecía creer en un triunfo alemán, aduciendo su peculiar “teoría de los bienios”: tras un bienio de triunfos alemanes, siguió otro favorable a los aliados; así que ahora tocaba el tercero, en el que Alemania ganaría la guerra. Tonterías aparte, el hecho es que el extremista germanófilo Serrano Suñer había cedido en 1942 su cargo de ministro de Asuntos Exteriores al algo más aliadófilo conde de Jordana, quien en una entrevista publicada en el diario Arriba (27 enero 1944) se esforzaba en olvidar el pasado -y el presente- pronazi del régimen y acentuar su neutralidad: “Las obligaciones de [la] neutralidad las cumple España con sincera y auténtica buena fe, poniendo en ello todos los recursos de un Estado fuerte, dueño enteramente de la situación, cuyos órganos de mando actúan en plenitud de sus funcionamientos [sic]”, en una muestra más de la abstrusa retórica en la que el régimen acabaría superándose a sí mismo al paso de los años.
El Gobierno de EE.UU. daba la réplica dos días después, prohibiendo el embarque de crudo en los petroleros españoles. Aducía como motivos, entre otros, los siguientes: “Ciertos barcos de guerra y mercantes italianos continúan internados en puertos españoles. España continúa enviando a Alemania materiales vitales para la guerra, como el wolframio. Los agentes alemanes son muy activos en España, tanto en la España continental como en el África española, así como en Tánger. Una parte de la División Azul aparece todavía envuelta en la guerra contra uno de nuestros aliados…”, asuntos todos ellos que eran del común conocimiento de los españoles. Pero al general Franco no le duró mucho la preocupación: apenas cuatro meses después, Winston Churchill, en un famoso discurso ante la Cámara de los Comunes, rompía una lanza en favor de la España franquista, en el que no faltó una pintoresca alusión al “hierro de Bilbao, de gran interés para nosotros en la guerra y en la paz”.
Pero muchas más cosas se cocían en los entresijos del régimen. Una carta que el conde de Barcelona, padre del rey Juan Carlos, había enviado a su secretario fue interceptada, llegó a poder de Franco y motivó un intercambio de correspondencia entre ambos. El 6 de enero escribió Franco al hijo y heredero de Alfonso XIII, reprochándole su intento de jugar “la absurda carta de la ruptura”, al servicio de “un interés extraño”, siguiendo los consejos de personas con “ejecutoria republicana o masónica […] empujados unos por su pasión y otros por unos compromisos de logia […] para arrastraros a una aventura estéril en que perderíais todo y ellos nada”.
Explicaba Franco que el “Movimiento” no se hizo con significación monárquica, sino española y católica, y le recordaba que el rechazo del general Mola a su deseo de unirse como voluntario a la sublevación militar, había dejado bien claro que ésta no era monárquica.
El 25 de enero respondió el conde de Barcelona al dictador. Tras mostrar su suspicacia por la interceptación de lo que tenía como un mensaje personal, se proponía rebatir la argumentación de Franco. Ante el reproche de que había perdido contacto con la situación en España, insistía en que su largo destierro le había puesto en contacto más estrecho con el pueblo español, lo que no hubiera podido hacer “de continuar en Palacio, donde tanto me hubiera costado conocer la realidad a través de la atmósfera de adulación que en todo tiempo envuelve a los poderosos”. Frase con la que apenas podrían estar de acuerdo quienes visitaron al aspirante a la Corona en Lausana o Estoril, donde no faltaba la adulación en todos sus grados.
Que sus consejeros no eran muy fiables en política internacional se percibe cuando rotundamente advertía el pretendiente al general “de que V.E. y el régimen que encarna no podrán subsistir al término de la guerra y que, de no restaurar antes la monarquía, serán derribados por los vencidos de la guerra civil, favorecidos por el ambiente internacional que cada día se pronuncia más fuerte en contra del régimen totalitario que V.E. forjó e implantó”, y expresaba su temor al regreso de una república democrática, “antesala del extremismo anarquista”, ofreciendo como solución ideal la “Monarquía Católica Tradicional, de cuyos ideales estaba más próxima la mayoría de los héroes y mártires que hicieron posible el Alzamiento, etc.”.
Setenta años parecen mucho, sobre todo a los españoles más jóvenes, pero “aquellos polvos trajeron estos lodos” en los que todavía estamos enfangados. Aquel régimen, del que Jordana afirmaba ser “dueño enteramente de la situación”, tuvo luego que navegar según los impulsos que llegaban desde fuera, limitándose a poner las velas según soplaba el viento. Estaba muy lejos de ser “la España gigante que sacude el yugo de la esclavitud”, como nos hacían cantar a los chavales de la época.
Publicado en CEIPAZ el 8 de febrero de 2014
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva