Gobernar para el futuro

Apremiados por las urgencias del presente, las pugnas partidistas, las estrecheces económicas, las guerras más o menos encubiertas, los fanatismos enfrentados entre sí, los terrorismos que siguen causando bajas inocentes y las demás plagas que nos vienen aquejando en este siglo XXI, casi no prestamos atención al fenómeno que más graves consecuencias puede acarrear a la humanidad a más largo plazo: el cambio climático.

La ventaja que tiene plantearse este problema es que sus constantes y variables son mensurables científicamente. No hay que esforzarse por analizar tendencias de opinión o enfrentamientos ideológicos o religiosos, basándose en sondeos, resultados electorales, encuestas o aventuradas valoraciones de analistas, académicos o politólogos. No hay que sopesar si los ucranianos son mayoritariamente pro o antirrusos; o si los chiíes están mejor o peor armados que los suníes; o cuál es el límite de opresión que puede sufrir un pueblo antes de que su ira estalle y se eche a la calle.

El cambio climático, por el contrario, se plantea en un terreno predominantemente científico, aunque, como toda ciencia, para aprehender con exactitud la realidad sobre la que opera tiene que avanzar de una a otra hipótesis, tras contrastarlas con las pruebas experimentales. La revista científica PLOS ONE, radicada en San Francisco de California, publicó a principios de diciembre un ensayo titulado: Assessing “Dangerous Climate Change”: Required Reduction of Carbon Emissions to Protect Young People, Future Generations and Nature (Valorando el “peligroso cambio climático”: la requerida reducción de las emsiones de carbono para proteger a los jóvenes, a las futuras generaciones y a la naturaleza).

En él se viene a decir que el objetivo propuesto de 2ºC de aumento máximo de la temperatura global es una aspiración descabellada. Si la temperatura del planeta alcanzara ese nivel (ha subido menos de 1ºC desde el comienzo de la revolución industrial) ya no sería posible evitar una espiral de ascenso que llevaría a un calentamiento de 3-4º con consecuencias desastrosas: “Es necesaria una rápida reducción de las emisiones para restablecer el equilibrio energético del planeta y evitar la acumulación de calor en los océanos, que conduciría a una situación irreversible”. Continuar con las emisiones de combustibles fósiles, ahora que se conocen bien sus consecuencias, sería un acto de “injusticia intergeneracional extraordinariamente deliberado”. Es decir, de injusticia culpable hacia las generaciones venideras.

No solo se producirán catástrofes físicas, como las documentadas por el profesor Wadhams, de la Universidad de Cambridge, experto en el Ártico: “La disminución de la masa de hielo es tan rápida que muy pronto desaparecerá”. Los científicos están de acuerdo en que si se rebasa el punto de no retorno, la liberación de grandes cantidades de metano pondrá a la Tierra en una “emergencia planetaria inmediata”. Un fenómeno similar se produjo ya en la historia del planeta, por causas naturales, y evolucionó durante 80.000 años. Ahora, producido por la actividad humana, en solo un par de siglos su velocidad se acelerará fuera de todo control. Pero la respuesta de la política internacional a esta amenaza apunta más hacia la competencia económica que a la preocupación por el futuro de la humanidad: ¿dónde extraer más hidrocarburos? ¿cómo apoderarse de los nuevos yacimientos? ¿dónde establecer nuevas bases militares?

La comunidad científica es consciente de la gravedad del problema. Sus síntomas son evidentes, aunque algunos cierren los ojos ante ellos. No son pocos los lugares donde ya se toman medidas ante los cambios más inmediatos, como inundaciones, sequías, incendios, olas de calor y huracanes. En algunas islas del Pacífico de poca altitud han empezado a ser evacuadas las poblaciones.

Un reciente informe del IPCC (Panel intergubernamental para el cambio climático) publicado en abril de 2013, sobre los modelos previsibles, indujo a un investigador del Instituto de Ciencias Oceánicas de California a publicar este significativo comentario: “Cuando observo las predicciones para un mundo de 4ºC [sobre la temperatura actual] veo zonas muy pobladas sobre las que caerá muy poca lluvia. Si España se hace parecida a Argelia ¿de dónde sacarán los españoles el agua para sobrevivir? En otras zonas muy pobladas y densamente cultivadas se requiere mucha lluvia para sus cosechas ¿de qué vivirán esos pueblos cuando su territorio se parezca al del África subsahariana?”.

Gobernar a corto plazo, para ganar las próximas elecciones, no es solo una política miope y acobardada: es culpable y engañosa. La habitual retórica de algunos políticos, cuando proclaman que todo lo que hacen es para que sus hijos y nietos disfruten de un mundo mejor, se revela como una mentira más, cuando muestran su desprecio por las voces de alarma con que la ciencia nos alerta sobre el peligroso camino por el que seguimos avanzando.

República de las ideas, 3 de enero de 2014