El pasado 10 de diciembre cumplió 75 años la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) y también el Estado de Israel cumplió la misma edad el 14 de mayo de este año, con la declaración unilateral por parte de David Ben-Gurion el mismo día en que partió el último soldado británico. Ponía así en práctica la resolución de NNUU de unos meses antes por la que se dividían los territorios de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, adjudicando al primero el 54% de la superficie total (hasta entonces sólo poseía el 7%), siendo su población sólo el 33%, y al segundo el resto, con una mayor población. Es de destacar que el Estado palestino todavía no existe a día de hoy.
Como el conjunto de países árabes no estaba de acuerdo con esa repartición (todos votaron en contra de la Resolución 181 de NNUU, por la que se creó el Estado de Israel) ni con la expulsión de palestinos de su residencia habitual ya iniciada meses antes, inmediatamente entraron en guerra con el recién creado Estado judío que no sólo se defendió sino que avanzó en la conquista y ocupación de territorios que no le correspondían. De esta forma, en tan sólo unas semanas Israel creció un 50%, dando lugar a la llamada Nakba (catástrofe, en árabe) por la que más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras ancestrales y sus ciudades destruidas y ocupadas en lo que puede considerarse una auténtica limpieza étnica.
Esa sería la primera acción ilegal de Israel respecto del Derecho internacional, a la que seguirían muchas otras hasta nuestros días. A finales del mismo año la ONU emitió una Resolución reconociendo el derecho de los palestinos a regresar a sus tierras (Res. 194, incumplida).
En 1967 se exige que Israel devuelva los territorios ocupados a sus vecinos tras la Guerra de los Seis Días (Res. 242, incumplida). En 1979 se declaran ilegales los asentamientos israelíes en territorios palestinos ocupados desde 1967 (Res. 446, incumplida). En fin, para no aburrir al lector con datos que se pueden consultar, valga destacar la Res. 1515, de 2003, igualmente incumplida, por la que el Consejo de Seguridad recuerda la validez de todas las resoluciones anteriores y la de 2016 (Res. 2334, incumplida) también referida a los asentamientos ilegales y a la situación de Jerusalém.
Pero Israel no sólo incumple las Resoluciones del Consejo de Seguridad de NNUU, de obligado cumplimiento, sino también las de la Asamblea General (no vinculantes pero con una gran carga moral), a lo que hay que añadir, tras la guerra de aniquilación de la población civil gazatí iniciada después de los ataques de las milicias de Hamás, la violación de numerosos tratados y convenios como las Convenciones de Ginebra (derecho internacional humanitario), la Convención de La Haya (protección del patrimonio cultural en caso de guerra) y el Estatuto de Roma, creador de la Corte Penal Internacional competente para juzgar los crímenes de guerra, de lesa humanidad y el genocidio. Un palmarés muy poco edificante para un Estado que presume de ser la única democracia de Oriente Próximo.
Nunca antes, desde Nagasaki, un conflicto armado había causado tantas muertes de civiles en tan poco tiempo y tan reducido espacio
Es evidente la carnicería que está cometiendo el gobierno de Netanyahu, arropado por los miembros más racistas y extremistas de su gabinete de guerra, contra la indefensa población civil de la Franja de Gaza, que huye despavorida no solo por la destrucción de sus hogares, escuelas y hospitales, sino también por el desplazamiento forzoso hacia zonas cada vez más pequeñas de la franja donde acaban siendo también bombardeados. Todo ello con el objetivo oficial de encontrar y destruir a los milicianos de Hamás. Es decir, que para ellos el fin justifica los medios por los que están masacrando a una población de más de dos millones para acabar con, en el mejor de los casos, los 25.000 milicianos de Hamás.
Nunca antes, desde Nagasaki, un conflicto armado había causado tantas muertes de civiles en tan poco tiempo y tan reducido espacio. Sirvan de –triste–comparación los 9.000 civiles muertos en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa hace ya casi dos años.
Ello sin mencionar la trágica proporción de menores, niños y bebés palestinos asesinados por la barbarie sionista (también mutilados, heridos, huérfanos) que ronda el 40% del total de gazatíes asesinados, lo que arroja la espeluznante cifra de más de 400 niños diarios. En el macabro contador se han alcanzado hasta ahora, en poco más de dos meses, casi 18.000 muertos en total de los que 8.000 son niños (130 diarios, 5 cada hora), una cifra que supera con mucho la de niños y niñas asesinados en todas las zonas de conflicto del mundo desde 2019, según datos de Save the Children (no se han contabilizado los miles de desaparecidos, probablemente bajo los escombros).
Pues bien, todos estos acontecimientos, empezando por los continuos incumplimientos de las resoluciones de la ONU citadas, los abusos constantes durante décadas y las humillaciones y violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades y ciudadanos israelíes, especialmente los colonos, tienen unos claros responsables, a comenzar por los sucesivos gobiernos y, por acción u omisión, siguiendo por la mayor parte de los miembros de la Kneset, de las fuerzas de defensa, de la judicatura y de los responsables religiosos ultraortodoxos.
Eso en el plano doméstico, porque en el internacional es una verdad de Perogrullo que el primer cómplice y cooperador necesario del desenfreno asesino del gobierno Netanyahu es el gobierno de los Estados Unidos, con el presidente Joe Biden a la cabeza, valedor y proveedor de Israel en esta empresa aniquiladora de los derechos –y de la vida– del pueblo palestino. La prueba más evidente de su apoyo incondicional ha sido la votación de la última reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en la que, a petición urgente del Secretario General António Guterres, se solicitaba un alto el fuego inmediato en Gaza. El embajador de EEUU vetó la resolución, perpetrando así la más reciente ignominia de cuantas ha presenciado ese devaluado foro de naciones. De los quince miembros del Consejo de Seguridad trece votaron a favor, el representante americano votó en contra y el representante británico se abstuvo (shame on you, Mr. Sunak).
La opinión pública en EEUU, el ciudadano medio estadounidense, salvo la honrosa excepción de quienes se molestan en buscar otras verdades que no sean las oficiales (véanse las multitudinarias manifestaciones contra la guerra en Gaza) está adormecida, cuando no manipulada, en todo cuanto se refiere a la política internacional. Se trata de una sociedad que vive en un Estado policial, cree ser el ombligo del mundo y la democracia número uno, una sociedad donde un tercio de su población cree aún que Sadam Hussein estuvo detrás de los ataques del 11-S y donde su dios cristiano todo lo inunda, desde los juramentos de sus cargos hasta en el billete verde pasando por los rezos en las escuelas. Eso no impide que sus dirigentes critiquen a las teocracias de Oriente Medio.
La historia pondrá en su sitio a los dirigentes responsables –y sus cómplices– de los conflictos, guerras y violaciones de los derechos humanos, aunque cueste generaciones leer en los manuales de historia el calificativo que merecen desde la perspectiva de la Justicia. Personajes como Henry Kissinger, que ha llegado a vivir 100 años (dedicado a los creyentes: ¡que Belcebú lo tenga en su gloria!), George W. Bush, Donald Rumsfeld, Vladimir Putin o Benyamin Netanyahu merecen aparecer en primera línea de la responsabilidad criminal por las guerras, conflictos y golpes de Estado iniciados o incitados, seguidos en segunda línea por dirigentes medio olvidados o medio absueltos como Colin Powell, Tony Blair, José María Aznar y José Manuel Durão Barroso, comparsas y corresponsables de las hazañas bélicas americanas y sus consecuencias. Y qué decir de otros actores de esta gran farsa que es la diplomacia y las relaciones internacionales.
De nuestro barrio europeo merecen mención Ursula von der Leyen, Olaf Scholz, Viktor Orbán o Giorgia Meloni, todos muy empáticos con las víctimas israelíes pero distantes con la desproporcionada respuesta contra los gazatíes. Vergonzante también es la penosa falta de consenso entre los 27 sobre el perentorio alto el fuego, que se han despachado en el reciente Consejo Europeo celebrado los días 14 y 15 de diciembre, último bajo presidencia española, con un escueto punto en las Conclusiones que reza “El Consejo Europeo ha mantenido un debate estratégico exhaustivo sobre Oriente Próximo.”
Por último, se echan de menos movimientos de apoyo y corredores de solidaridad con los palestinos similares al que Europa entera mostró con los desplazados ucranianos. Sin quitar importancia a las múltiples manifestaciones contra los crímenes que está cometiendo Israel y en apoyo de los palestinos de Gaza en las principales ciudades del mundo y prácticamente todas las europeas, los gobiernos estatales, autonómicos y municipales deberían promover campañas de apoyo y ofrecer ayudas, instalaciones y acogida a las familias palestinas procedentes de Gaza. Si es que logran finalmente salir de ese infierno provocado por el criminal de guerra que gobierna Israel.
Oficial del Ejército del Aire (R). Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Graduado Social. Especialista Universitario en Derecho y Políticas de la UE y Diplomado en Geopolítica y Estrategia por el Instituto Europeo de Relaciones Internacionales (IERI, Bruselas). Observador electoral Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores. Vocal de la Junta Directiva del Foro Milicia y Democracia (FMD).