Franco y la Cruz Laureada de San Fernando (16/17): El supuesto héroe quiere aprender más y mejor

 

Uno de los reproches que más frecuentemente se han hecho a Franco es que su experiencia bélica se limitó a la guerra (o guerrita) de Marruecos, una contienda colonial propia del siglo XIX, aunque con armas más modernas, incluso aviones y gases (cuyo empleo he leído últimamente que hoy todavía algunos niegan). Es difícil que las lecciones que en ella se aprendiesen pudieran servir de pauta para planear, dirigir y reorientar llegado el caso operaciones estratégicas de superior calado y la coordinación inter-armas de grandes unidades, pero este es un tema en el que no cabe entrar aquí.

Los grandes hagiógrafos del glorioso e inmortal Caudillo, Suárez por un lado y Payne/Palacios por otro, han señalado con todo un pequeño extremo en mi opinión muy destacable. Prudentemente quizá, no han entrado en detalles. Ellos sabrán por qué. Tal carencia podría demostrar que no son demasiado agudos en su análisis sobre el genio militar de SEJE. En cuanto al hoy por hoy su último biógrafo, un general que me abstengo de mencionar, ni lo huele. Ya lo he mencionado suficientemente en mi blog.

Suárez (p. 112) indicó de forma muy sucinta que, en 1917, superada la crisis política y social de aquel año, el comandante Franco desde Oviedo “solicitó muy pronto licencia para asistir a cursos de perfeccionamiento”. No es mucho. De aquí que me sorprendiera gratamente que Payne/Palacios (p. 50) indicasen que:

“Después de un año en Oviedo intentó mejorar su preparación técnica y sus credenciales solicitando su admisión en un curso avanzado en la Escuela de Estado Mayor (sic), pero fue rechazado porque su grado de comandante era demasiado alto. El curso estaba destinado a capitanes, la mayoría de ellos, ni que decir tiene, mayores que él.”

Acudiendo a la EPRE correspondiente, cabe precisar mejor este episodio y realizar varias consideraciones adicionales sobre los rasgos no inmediatamente evidentes en el comportamiento del futuro Caudillo.

El 30 de noviembre de 1918, casi dos años después de la acción de El Biut, Franco dirigió a S.M. el rey Alfonso XIII por el conducto reglamentario una instancia para solicitar permiso con el fin de estudiar en la Escuela Superior de Guerra de Madrid. El capitán general de la 8ª Región (Galicia y Asturias) la transmitió el 5 de diciembre y en el Palacio de Buenavista se estampilló su entrada el 10. En ella Franco, quizá un poco tardíamente, expuso en primer lugar con brevedad su estancia en el Ejército hasta el ascenso a comandante por méritos de guerra y luego añadió:

“La mejora obtenida en su carrera por méritos de campaña hacen (sic) pensar al recurrente en una más rápida carrera militar y alcanzar mandos superiores. No se consideraría el Jefe que suscribe digno del honor que se le hizo si continuara su carrera militar contentándose con el cumplimiento de los servicios militares que le correspondan y no procurara por todos los medios a su alcance afianzar sus conocimientos militares por medio del estudio de la técnica profesional, aumentando su cultura militar y vigorizando su carácter, haciéndose merecedor a obtener mandos de más trabajo y responsabilidad en que se exijan actitudes (sic) más y más depuradas de saber y de carácter.”

No basta para ello el esfuerzo individual; la complejidad de los problemas de la guerra moderna, la variedad de los medios técnicos puestos al servicio del Ejército, la imprescindible cooperación de las armas y la necesidad de conocer sus servicios más y más complejos exigen tiempo, sistematización, guía, disciplina y orden”.

Es significativo el par de (sic) que subrayan los errores con los que probablemente Franco se sintió cómodo. Son también notables. Cuando uno escribe a una superior autoridad (en este caso la más elevada en la cadena militar y, desde luego, en España como titular de la Corona) normalmente la escribe primero, la lee, la corrige y la pone en limpio después. Franco no parece que lo hiciera. No reparó en sus errores y tampoco eliminó alguna de las redundancias. Así, pues, ¿cómo interpretar este escrito, sin caer rendido por la emoción? Es el segundo de Franco, y también totalmente desconocido, que hemos reproducido en esta serie. Ambos demuestran que su prudencia no era tan elevada como se le supone habitualmente.

En lo que se refiere al contenido, que no es menos importante, cabría decir en primer lugar que podría aceptarse su objetivo. En principio no hay objeciones que oponer a su exposición que revelaba: a) la sana y noble ambición de querer mejorar en su carrera; b) el reconocimiento implícito de que necesitaba estudiar más y aprender más; c) la conciencia de que el reglamento de la ESG no preveía los casos de comandantes; d) la reiteración de que él precisamente pretendía adquirir conocimientos militares superiores, en relación con el empleo que ostentaba y los que pudiera alcanzar. Según afirmó (verdad de Perogrullo) no bastaba el estudio particularista de la táctica del arma que constantemente practicaba con las tropas. En definitiva, admitía implícitamente que, si no había aprendido mucho de la guerra moderna en la Academia, tampoco sabía mucho de estrategia y tácticas como las que se estaban ensayando por entonces en el conflicto europeo.

Alguien que fue creyéndose ‘in crescendo’ sus propias mentiras, hasta que en ‘su’ guerra civil y en la posguerra aprovechó la ocasión para hacerse con una fortunita

Apoya una interpretación muy positiva de la instancia el que Franco repitiese que el afianzamiento de su cultura militar no podría conseguirlo “con el esfuerzo individual privado de la asistencia de profesores [y] sin el auxilio de las publicaciones y revistas indispensables hoy en día para aquel Jefe que quiera estar a la altura de su misión”. Añadió que “y aun si fuera posible este esfuerzo individual sería estéril para el Ejército, pues de la diversidad de iniciativas particulares no podrá salir aquella unidad de doctrina del cuerpo de Jefes indispensable en ellos y en el Generalato, asunto llevado a cabo en otros Ejércitos como garantía de victoria”. ¡BRAVO! ¡TRES VECES BRAVO!

Su caso, añadió por fin, no sería extraordinario pues en la ESG seguían sus cursos los oficiales de la Armada y también de ejércitos extranjeros que no pretendían sentar plaza en el Cuerpo de Estado Mayor, mientras que para los jefes y oficiales españoles el paso por la citada institución era absolutamente obligatorio.

Hasta aquí, todo muy correcto.

La instancia, sin embargo, podría interpretarse de otra forma, como sin duda cualquier historiador que se precie afirmaría. Es posible que Franco previese que sería muy posible que se denegara su petición. En tal caso, quedaría en una postura que le permitiría solicitar otra cosa. Además, si por azar se aceptaba, estaría más cerca de la Corte y, por ende, del Poder Real, así como también del Mando en el Palacio de Buenavista. Nada de ello venía mal. Para un comandante joven y ambicioso una perspectiva siempre grata.

Los lectores podrán, además, pensar en otras explicaciones.

Tal y como probablemente Franco había previsto, la instancia al rey fue informada favorablemente por su superior inmediato quien se hizo eco de sus argumentos y lo caracterizó como “Jefe de gran entusiasmo y brillantes aptitudes militares, aparte de sus excelentes condiciones y probada cultura profesional”.

La un tanto insólita petición circuló por los despachos de Buenavista, despertando el apoyo de unos y, lógicamente, las reticencias de otros. El artículo 4º del R.D. de 31 de mayo de 1904 había restringido el acceso a las oposiciones a ingreso en la ESG a los capitanes y tenientes de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros. Era cierto que la R.O. de 29 de abril de 1896 había abierto la puerta a los oficiales de Infantería de Marina, pero otra de 19 de noviembre de 1897 limitó la entrada de los oficiales de la Guardia Civil y de Carabineros. En resumen, habría que proceder a solicitar informe del EMC ya que aceptar la petición de Franco, si se hacía también con carácter general, exigiría un cambio de organización en la misma. Su reforma no se había acordado en las disposiciones legales en que hubiera debido hacerse. El 9 de enero de 1919 ya se sugirió que la instancia de Franco debería quedar en suspenso. Y así fue.

A la vista de tal reacción, previsible para un jefe joven y ambicioso, debemos especular algo más sobre la insistencia de Franco, que normalmente estaría enterado de las vicisitudes por las que atravesó su instancia. Se nos ocurren varias hipótesis. Quizá quiso salir del estrecho círculo de Oviedo en busca de horizontes más amplios. No debe sorprender que numerosos biógrafos se hayan hecho eco de que en aquella época Franco leía mucho (aunque no se sabe de qué). Podrían ser obras de estrategia, táctica e historia militares, pero también novelas de aventuras. No hay nada comprobado. Tampoco su limitada cultura era excepcional entre sus compañeros y si tenía intereses intelectuales que superasen los temas profesionales nadie los ha documentado, aunque él mismo se refirió a ellos sin aportar la menor evidencia.

Por ello, la hipótesis por la que este servidor se inclina finalmente es que lo que tal vez quiso es ir a Madrid, donde se cocían las decisiones. La ESG podría abrir innumerables posibilidades a un ambicioso comandante que, por su superior empleo, no tendría por qué seguir a la letra el ritmo de exámenes de los demás alumnos. Naturalmente, es una suposición que hago explícita.

También cabe pensar que, a medida que pasaba el tiempo y el Ministerio se hacía de rogar, Franco fuese prestando atención a otras alternativas. Dado que gran parte de su carrera había discurrido por carriles estrechos, ligados a los combates en Marruecos, la solución venía dada por las unidades de las nuevas tropas de choque: el Tercio de Extranjeros, v.g. la copia a la española de la Légion Étrangère. Sin ser historiador militar, me atrevo a lanzar la hipótesis que sus posteriores años en el Tercio no dispararían hacia arriba sus conocimientos de estrategia, táctica y empleo de grandes unidades.

El único contacto que conozco que Franco tuvo con cursos superiores de enseñanza militar fue en Francia, cuando ya era general de Brigada y director de la Academia de Zaragoza. Ignoro si sus muchos biógrafos y hagiógrafos, incluidos los franceses, se han hecho eco del caso y de los conocimientos que entonces se le impartieron. Se trató de un ciclo de información para generales y coroneles que se desarrolló en Versalles del 7 al 30 de noviembre de 1930. No demasiado largo, pero probablemente muy denso. Franco participó, aunque no sé si solo o acompañado. Su dominio del idioma lo estimo limitado. Quizá hubiese aprendido algo en su largo periplo marroquí, dada la cercanía del Protectorado francés. Lo único que he podido averiguar es que el agregado militar de la embajada en París remitió un informe a tenor del cual el 12 de noviembre Franco hizo su presentación en dicha capital. Tal vez rindió informe a su regreso a Madrid, pero si es así no lo he encontrado.

Evidentemente esta serie está referida a un oficial, a un jefe, a un general, posteriormente GENERALÍSIMO. También a alguien que fue creyéndose in crescendo sus propias mentiras, hasta que en “su” guerra civil y en la posguerra aprovechó la ocasión para hacerse con una fortunita.

Las entregas que anteceden no presentan una historia definitiva, que no existe. A lo mejor pueden ampliarse con legajos que se encuentren en los sótanos del Palacio de Buenavista, en el archivo del Palacio Real o en la FNFF sin reseñar. También es probable que se hallen en poder de algunos de sus descendientes.  Otros papeles podrían alumbrar mejor los recovecos de la mente y pensamientos auténticos de Franco. Cabe pensar que, si tal es el caso, la familia no los soltará fácilmente o solo tras una cuidadosa depuración.

(continuará)

*Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo.

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