Desde nuestra trinchera, a ras de tierra (3)

Dice Felipe VI que la monarquía española es puente, lo que no es cierto, pues es obvio que no es tal, sino freno, obstáculo, amenaza e imposición militar.

Los voceros de la monarquía proclaman a los cuatro vientos que el comunismo, todo comunismo, es antidemocrático y dictatorial, pretendiendo confundir deliberadamente a la opinión pública con un “totum revolutum”.

El anticomunismo brota del nazifascismo, que sigue anidando en las entrañas de un aparato de estado militarizado, cuya cúpula, el Rey, lo es por la gracia de su padre. Un Rey que a su vez heredó el mando del ejército del 18 de julio -el de la bandera bicolor- de manos del dictador genocida Francisco Franco.

Felipe VI reina como general con mando en plaza, camuflado tras la característica doblez de los Borbones; pues, antes de ser investido por las Cortes como Rey de España, su padre Juan Carlos I ya le había transmitido el bastón de mando que recibió de Franco.

Servidores de la Monarquía, tales como el Sr. Anson, académico, exdirector de la agencia EFE y del diario ABC, no solo tratan de aplicar la vieja táctica del calamar para ocultar las vergüenzas de su patrón, sino que colaboran en la producción intencionada de ignorancia, siguiendo un guion bien conocido: negar la credibilidad de las fuentes y negar los propios hechos. Más propio de manipuladores de la posverdad que de informadores cabales al servicio de su pueblo.

Según la Academia Española: posverdad es la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Lo hizo el nazifascismo y lo vuelve a hacer la monarquía a través de sus emisarios, como cortina de humo para ocultar la indigna realidad de su origen fraudulento.

Se puede ser, o no ser, legítimamente comunista; obviamente. Sin embargo, tras el anticomunismo monárquico se ocultan las garras del fascismo. Un fascismo que intenta confundir a la opinión pública. Para ello utiliza de forma indiscriminada la etiqueta de “comunista” para cosas tan diferentes como puede ser la izquierda española y lo que fue el régimen sanguinario de Pol Pot y sus jemeres, en Camboya. Sería tanto como incluir en el mismo concepto, bajo la etiqueta de “cristiano”, a Teresa de Calcuta y al general Franco; un dictador genocida, Caudillo de España por la Gracia de Dios, según consta en las monedas de la época. O tal vez a Su Santidad el Papa Francisco y a los famosos curas pederastas.

Juan Carlos I, promotor junto a Franco de la monarquía borbónica, que consolidó la legalidad franquista mediante la llamada Ley de Amnistía, sigue huido un año después de su precipitada marcha a los Emiratos Árabes, repulsiva dictadura teocrática. Es obvio que no está huido por temor a la justicia del Reino de España, pues sabe que es ininvestigable, gracias a la incomprensible actitud del PSOE y al apoyo del PP y Vox, afines a la monarquía, que, contra toda evidencia, lo blindan frente al pueblo.

El porqué de su persistente alejamiento de España, parapetado en tierras lejanas, parece bastante evidente. Es debido, sin duda, al temor del Rey a lo que puedan desentrañar autoridades judiciales allende los Pirineos. Los intentos de negociación sottovoce no parecen prosperar a la velocidad requerida para su regreso sin riesgo penal. La espada de Damocles de un posible requerimiento judicial, no sometido al vasallaje impuesto por la monarquía militar que encarna, lo mantiene expectante.

Por si fuera poco, aparece una nueva cuenta en Suiza vinculada al Rey emérito, además de una demanda judicial de alejamiento, contra él y el CNI, por parte de la princesa Corina. Y para rematar la traca, el presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF), general monárquico y antiguo edecán del Rey, arrecia con unas declaraciones injuriosas y amenazantes contra el Gobierno de España, que preside legítimamente el socialista Pedro Sánchez, tachando al Gobierno de socialcomunista bolivariano y al socialismo de criminal, entre otras lindezas. El pretexto: el proyecto de Ley de Memoria Democrática.

Como constatamos, no puede ser más indigna la insidiosa doblez de la monarquía. Dice ser puente, mientras algunos de sus generales monárquicos, descaradamente filonazis, arrecian con provocaciones y ataques a los derechos y libertades tan penosamente arrancados a la dictadura.

Contrasta la esperpéntica Monarquía española con la vecina República portuguesa, uno de cuyos héroes ha fallecido este pasado domingo: el teniente coronel y brigadier general Otelo Saraiva de Carvalho, estratega de la Revolución del 25 de Abril, una de las revoluciones más bellas y pacíficas de la historia.

Tuve el honor de conversar personalmente con él en Lisboa, en los primeros años de la transición, anteriores al 23-F. Me impresionó su humanidad y dolor de padre, recordando a su hija fallecida, a la que se refería como coisinha linda. También su enorme cordialidad y cercanía.

En la interesante conversación que mantuve con el compañero Otelo quiso este saber si se había quebrado la disciplina del ejército franquista. Le dije que me parecía imposible que llegase a ocurrir algo así a corto plazo, pues uno de los pilares que legitimaban la monarquía era el franquismo, como lo probaba la llamada ley de amnistía, en realidad una ley de punto final.

Como todo el mundo sabe, se trata de una ley de autoamnistía franquista, que legitima los crímenes de la dictadura, lo que humilla a sus víctimas. Excluyó, además, a nuestros compañeros demócratas, procesados y condenados por su pertenencia a la UMD; no solo procesados y condenados durante la dictadura, sino también tras las elecciones de junio de 1977, como así fue en el caso de José Ignacio Domínguez, hoy Vicepresidente del Foro Milicia y Democracia (FMD).

¡Vivan los Capitanes de Abril! ¡Siempre en nuestra memoria!

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Manuel Ruiz Robles es Capitán de Navío de la Armada, miembro de la UMD y del Colectivo Anemoi. Presidente Federal de Unidad Cívica por la República.