Una pugna contra la distorsión: investigando el pasado (IX)

Publicado en www.angelvinas.es/

Es comprensible de todo punto que haya lectores e incluso historiadores que se revuelvan enojados contra alguna tesis tan opuesta a lo que hasta ahora se ha escrito sobre los antecedentes de la guerra civil y sus condiciones necesarias y suficientes. Para muchos ya fue demasiado que unos amigos y compañeros, por desgracia fallecidos a causa del coronavirus, y servidor hubiéramos atribuido a Franco el asesinato de uno de sus colegas de uniforme antes  del golpe. Ahora resulta que el estallido del 17/18 de julio no había surgido de los corazones de militares entregados a la noble tarea de salvar España de los terrores del comunismo, sino que había sido engrasado con dinero y armas fascistas. Probablemente tendrá que pasar algún tiempo antes de que ambas cosas entren en la literatura. Hace poco, Don Andrés Trapiello y el profesor Stanley G. Payne, entre otros, han insistido en la tesis de que la “culpa” de la guerra civil la tenían los socialistas de Largo Caballero (como chivos expiatorios una vez que la leyenda del PCE es difícilmente sostenible, salvo quizá para VOX y sus muchachos/muchachas).

Lo que antecede no quiere decir que servidor haya pretendido escribir historia definitiva, a la manera de un Ricardo de la Cierva cualquiera. Esa idea es un simple figmento de la imaginación porque el pasado no existe y lo que solo existen son “representaciones” del mismo. Esas “representaciones” deben someterse al contraste con evidencias empíricas. En todos, o casi todos, mis libros me he pronunciado en favor de la búsqueda de nueva EPRE. Ahora, voy a recapitular la parte de esta serie de posts para abordar el tema, siempre fundamental, del ¿qué nos falta? Lo hago para que no se me acuse de creer que soy el único poseedor de la VERDAD, cuando es sabido que este plano inmarcesible es hollado únicamente por el Señor. También aspiro, con esta serie de posts, a inducir a los eventuales lectores a pensar un pelín en el método de trabajo de un historiador empírico, porque más adelante veremos que si bien hay gente que pretende serlo no lo es en absoluto.

En mi modesta opinión, un juicio más apoyado sobre las razones por las cuales la República no paró el golpe de Estado, del que los Gobiernos de la primavera de 1936 estaban más o menos informados, debería profundizar, cuando menos, en los siguientes extremos

  1. La documentación que los dispositivos de seguridad del Estado hubieran transmitido al Gobierno en dicho período de tiempo. Es decir, en primer lugar la generada por la Sección Servicio Especial (SSE) en el EMC y la recogida de los informes del SE procedentes de las guarniciones. En segundo lugar, la obtenida por la OIE y la DGS en el Ministerio de la Gobernación.
  2. En teoría, los organismos en cuestión hubieran debido elevar la documentación a los responsables tanto en Guerra (general Masquelet, Casares Quiroga) como en Gobernación (Salvador, Casares, Moles) y en Presidencia (Alcalá-Zamora, Azaña). Si no se elevó, ¿tampoco se solicitó desde las solitarias alturas del Mando político, policial y de seguridad?
  3. ¿Se siguieron, y cómo, las andanzas de los generales Franco, Goded y Cabanellas tras su intento de golpe blando al filo de las elecciones de febrero de 1936? ¿Cómo se indagó retrospectivamente acerca de las circunstancias en las cuales desde el Ministerio de la Guerra se había ordenado la declaración, pura y simple, del estado de guerra el mismo día de las elecciones de febrero de 1936?
  4.  ¿Dónde está la documentación de que se incautó la policía al filo del nonato golpe de Estado de 20 de abril de 1936? ¿Dónde la recopilada por el EMC o el gabinete del ministro de la Guerra en relación con el intento de intimidación del presidente de la República por parte de algunos generales y jefes y que dio origen a una ridícula puntualización en la prensa de la época? ¿Dijo algo Don Niceto Alcalá-Zamora a los servicios competentes?
  5. ¿Qué incitó al Gobierno a ordenar tres visitas de información sobre las andanzas del general Mola? ¿En qué se basó? ¿De qué noticias disponía el Servicio Especial de la División Orgánica correspondiente? ¿Qué habría dicho la rama del mismo en Pamplona acerca de los movimientos subversivos de la guarnición? ¿Adónde fueron a parar tales informaciones?
  6. ¿Qué pasó con las transcripciones de las escuchas que, según se afirma habitualmente, se organizaron para interceptar las comunicaciones de los conspiradores?
  7. ¿Dónde están las comunicaciones que los Ministerios de la Gobernación y de la Guerra solían hacer al presidente de la República?
  8. ¿Dónde han quedado los papeles de los gabinetes del ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Santiago Casares Quiroga, y de los ministros de la Gobernación? ¿Cuál fue la circulación de la documentación emanada del Negociado de Control de Nóminas del Ministerio de la Guerra, ubicado en la DGS?
  9. ¿Cuál fue el paradero de la lista que se elaboró de militares poco fiables y que el presidente del Gobierno Juan Negrín remitió al de la República, Manuel Azaña, durante la guerra civil?
  10. ¿Por qué, al parecer, se cortó la paga del agente de la DGS en servicio en Roma en este período?

Naturalmente estos desiderata, que no son excluyentes, pueden parecer exagerados. Sin embargo, debemos partir de una premisa: la organización del Estado republicano, en 1936, no era la que correspondía a una tribu africana (el símil se lo debo a Herbert R. Southworth). Para otros  períodos, antes y después, se ha conservado abundante información. A veces el historiador se pregunta si los militares, en la guerra, tenían tiempo de dar batallas, porque la documentación que iban generando es tan abundante que tenía que absorber mucho tiempo y, sobre todo, muchos recursos de personal siempre escasos.

Admito que una gran parte de la documentación republicana se quemó o desapareció en el curso de las hostilidades, pero no es menos cierto que en lo que se refiere a algunos Departamentos (el Ministerio de Estado, sin ir más lejos) lo que sobrevivió daría para un número apreciable de artículos o incluso de tesis doctorales. Las catas realizadas hasta la fecha en los archivos del Ministerio de la Gobernación ofrecen, en ocasiones, chispazos muy sugestivos. Pero, como ocurre en otros casos foráneos (Francia, Italia, Reino Unido) la riqueza del detalle puede oscurecer el fondo. Son necesarias investigaciones más focalizadas en los momentos culminantes. ¿Podemos pensar que no quedó absolutamente nada con ellos relacionado?

Personalmente he hecho hincapié en el seguimiento de la UME en lo que he denominado operación MANRIQUE (las actividades de un espía de la OIE en la cúpula de la organización conspiradora), pero no conocemos mucho sobre sus antecedentes, sobre su valoración en la DGS y sobre su recepción por parte de las autoridades del Ministerio de la Guerra en la época: a saber, el ministro Gil Robles, tan alabado, tan profranquista primero y tan antifranquista después, y el jefe del EMC, el elevado a la gloria de la historia general Franco. En cualquier caso es sorprendente que tan ilustres figuras (mucho más el segundo, elevado a la gloria de los inmarcesibles, que el primero) no dijeran prácticamente nada al respecto en sus por un lado sesgadísimas memorias o por el segundo en sus apuntes de medio pelo y para andar por casa.

De lo que Francisco Mata, el agente de policía incrustado en la embajada en París, dijera sobre la evolución de la primavera de 1936 tampoco sabemos nada. ¿Se calló como un muerto? Conocemos que continuó prestando servicio durante la guerra civil, pero ¿fue fiel al gobierno republicano?

Es decir, queda tela marinera por investigar. Cuando se hayan descubierto más papeles, ¿cuál será el destino de las aportaciones hasta ahora realizadas?

Teóricamente hay tres posibilidades: invalidarlas, corregirlas o confirmarlas. Lo primero me parece difícil (aunque no imposible, pues como es sobradamente sabido en la vida no hay nada que tenga tal cualidad, salvo que la parca termina visitando a todos los humanos y que para estos evitar pagar impuestos es cada día más difícil, aunque no imposible como lo demuestra la tibia recaudación fiscal en la inolvidable España de Franco). Lo tercero también me da la impresión de que es complicado porque cuando tropecientos documentos apuntan en una misma dirección la posibilidad de que surja alguna absolutamente contraria se me hace difícil. Personalmente optaría por la segunda posibilidad. Y ese es, precisamente, una de las direcciones en que conviene orientar los trabajos del investigador.

Llegará un momento en que el corazoncito de la sociedad española ya no lata al ritmo de los sobresaltos que todavía suscita la ruptura de los mitos de la “historietografía” pro o metafranquista en algunos partidos políticos, en ciertos medios de comunicación y en los frentes aún encrespados de las batallitas culturales e identitarias. Para llegar a tal extremo son necesarias tres condiciones: el paso del tiempo, la apertura de archivos y el sosiego de los espíritus. Por el momento, quien esto escribe se niega a aceptar la tesis de la que ya advirtiera Vázquez Montalbán sobre lo que en el futuro podría decir una enciclopedia sobre el general Franco y su régimen.

Mientras tanto es de lamentar que uno de los eslóganes de la campaña electoral protagonizada por la renovada Excma. Sra. Presidenta de la Comunidad de Madrid focalizado en la supuesta contraposición entre “comunismo” y “libertad” haya tenido tal recorrido. La construcción de un determinado relato, manipulado, se ha impuesto al que poco a poco vamos creando los historiadores. No debería ser la norma.

En el próximo post abordaré el resumen de esta serie con un par de reflexiones sobre cómo he logrado llegar a mi idea personal acerca del trabajo de historiador. A lo mejor los lectores respiran aliviados, pero quería decir un par de cosas y ahora es el momento de hacerlo. Después vendrá la contrastación, empírica desde luego, con el hoy por hoy último título que contiene las últimas “paridas” del último autoproclamado historiador militar español. Nos reiremos.

(continuará)