Una pugna contra la distorsión: investigando el pasado (V)

 

Después de la aparición del libro de Coverdale, que adquirí inmediatamente en su primera edición en inglés, estuve dos años ocupado en diversos menesteres, para mí algo más importantes en aquella época. En primer lugar en ganar unas reñidas oposiciones a cátedra a la Universidad de Valencia, sobre las cuales diré algo en un libro en preparación.  En segundo lugar en continuar una nueva investigación (que iba dominar mi futuro) en torno al “oro de Moscú”. Con todo, no me olvidé del caso italiano. En cuanto me convertí en flamante catedrático fui a ver a Don Pedro Sainz Rodríguez. Debió de ser en 1976.  Me contó diversas anécdotas. Vivía en un enorme piso de la Avenida de América. Fue muy amable, aunque distante. No era la primera vez que servidor hablaba con un gran protagonista del golpe o de los principios de la guerra, pero sí fue el primero con quien me entrevisté ya asentados ambos en España. No extrañará que no lo haya olvidado.

De aquel ecuentro, del libro de Coverdale y de algunos papeles que encontré en el SHM me hice eco en una reedición muy actualizada y recortada en varios aspectos de mi trabajo sobre la Alemania nazi y el 18 de julio. La publiqué en 1977. Entre los documentos del SHM había un relato sobre la adquisición de los primeros aviones italianos que llegaron a Marruecos el 30 de julio de 1936. Lo que me contó Sainz Rodríguez (quien después lo reproduje en sus memorias) coincidía con dicho documento. Lo di, más o menos, por bueno. Cuando tales memorias aparecieron en 1978 me apresuré a escribir una encendida reseña a petición de César Alonso de los Ríos, entonces al frente de un nuevo semanario (La Calle), próximo del ya legalizado PCE. Salió en el número 4 a finales de abril. Sainz Rodríguez había revelado que poco antes del “Alzamiento” había conseguido que Calvo Sotelo, Goicoechea y Rodezno firmaran un pacto con Italia en los escaños del palacio de las Cortes. A mí me pareció que eso distinguía claramente el caso fascista del nazi. No me sorprendió porque ya me lo había dicho cuando lo visité y servidor, con toda honestidad, lo había recogido en la segunda edición de mi libro  (p. 305). Este apareció en el mismo año en el que lo hizo la traducción italiana del trabajo de Coverdale (I fascisti italiani alla guerra di Spagna, Laterza, Roma-Bari, 1977). De alguna manera, en lo que a los orígenes de la intervención italiana se refería, me adelanté un pelín a Coverdale.

Su libro tuvo, desde luego, una gran repercusión en Italia. Lógico. Era la primera obra académica, escrita por un no italiano, que abordaba la intervención de la dictadura fascista en un conflicto abierto europeo. Sentó cátedra. Reforzó su posición cuando a él acudió el exitoso biógrafo de Mussolini, el profesor Renzo di Felice, en una de sus obras, aparecida en 1986, y en la que incluyó el testimonio del general Emilio Faldella, una de las grandes figuras en la intervención italiana en la guerra civil. Por cierto, me apresuro a señalar que no podría decirse que desconozco la obra de de Felice (Mussolini il Duce. Lo Stato totalitario), ya que se la regalé a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM (amén de 3 o 4.000 volúmenes más) y tuve que pedir que me la reenviaran para revisarla a la luz de la investigación que ya había iniciado sobre el caso italiano. Lo he citado en repetidas ocasiones en ¿Quién quiso la guerra civil?.

Me había, eso sí, desentendido del caso en los años ochenta. Llevaba tiempo dedicado a poner en claro algunos de los mecanismos que se habían interpretado a la mayor gloria de Franco (los pactos secretos con Estados Unidos, nunca dados a conocer previamente ni en España ni en USA ni en ningún otro sitio, -en un reciente artículo en ABC ni se mencionan (¿por qué será?-  o los orígenes del crecimiento económico en los años sesenta, por señalar los más importantes). Cuando pasé a “disfrutar” de la condición de modesto testigo del proceso de policy-making en aquella época en el Ministerio de Asuntos Exteriores, un joven historiador español (y amigo mío), Ismael Saz Campos, publicó un libro en 1986 cuyo tema era el estudio de la política fascista antes del 18 de julio (Mussolini contra la II República). Demostró, entre otras muchas aportaciones, que no podía darse por bueno el relato que yo había encontrado en el SHM y Sainz Rodríguez reproducido. No reaccioné. Me ocupaba de otras cosas y tenía por delante de mí veinte años en Bruselas y Nueva York, aunque entonces no lo sabía.

Como muchos historiadores “beben” lógicamente de las aportaciones previas de otros (si no están de acuerdo suelen decirlo, aunque no siempre), en Italia las tesis de Coverdale/De Felice se impusieron en el grueso de la literatura. En España este fue también el caso de las de Saz. Cuando, andando el tiempo, en 2004 se publicó un nuevo libro sobre las relaciones hispano-italianas de Morten Heiberg (Emperadores del Mediterráneo. Franco, Mussolini y la guerra civil española) empecé a mosquearme. Era crítico de ambos y, en particular, de de Felice. A mi me dio la impresión de que Heiberg era un historiador concienzudo y fiable. Para entonces ya empezaba a volver a mis viejas preocupaciones sobre la guerra civil.

En aquellos momentos me movía, inquieto, entre tres o cuatro países (aunque no Italia) para descifrar lo que denominaría, gracias a Gonzalo Pontón y Carmen Esteban, La soledad de la República en la que no entré demasiado en los antecedentes.

Lo que me preocupaba era avanzar en el conocimiento de los motivos y mecanismos por los cuales los republicanos españoles se habían quedado solos frente a la acometida nazi-fascista, casi como Gary Cooper en la película del Oeste que tan famoso lo hizo.  Tenía la suficiente experiencia para pensar que la respuesta se encontraría en un nuevo repaso a los archivos. Para entonces se habían abierto de par en par los británicos, los norteamericanos, los franceses y los rusos. Mi tratamiento del tema italiano no superó lo que se había escrito en relación con los antecedentes. Siempre me fío de los historiadores académicos de pro. Subrayo lo “de pro”, porque algunos (entre ellos el profesor Stanley G. Payne) no lo son. Con todo, dado que entonces en los archivos británicos ya se habían desclasificado las interceptaciones de muchos de los mensajes entre los italianos durante la guerra y entre Roma y Franco llegué a pensar que había muchos puntos oscuros en los relatos habituales.

En estos someros recuerdos, que no son completos sino que se refieren exclusivamente a una más que superficial  evolución del tratamiento en la literatura del acto de piratería o gansterismo internacional de Mussolini al que terminaré llegando, los lectores observarán que no he mencionado ninguna de las obras de un escritor y dentista prolífico (sin que esto implique el menor desdoro ante tales profesionales a quienes todos acudimos antes y temprano) porque, francamente, no me fiaba de él, como tampoco suelo fiarme de propagandistas y mucho menos de aficionados. Reconozco que al escribir esto me expongo a las críticas posibles de muchos lectores, pero es así. Por lo demás, no tengo empacho en reiterar que servidor tampoco escribe historia definitiva.

Tal dentista publicó una serie de obras sobre intervenciones extranjeras en la guerra civil. Firmaba como José Luis Alcofar Nassaes y dedicó varios tomos a los legionarios fascistas, a la aviación fascista, a las fuerzas navales fascistas…. y fue extendiendo sucesivamente su repertorio. No soy injusto al no citar a Javier Tusell, ya que tampoco innovó en el tema específico de los antecedentes de la intervención italiana.

Lo que sí me obligó, más tarde que más temprano, a volver a dicho aspecto fue el descubrimiento que hice en 2012 de los contratos del 1º de julio de 1936 . Los firmó Sainz Rodríguez en Roma con el director de la Società Idrovolante Alta Italia. No tuve la menor duda de que eran genuinos y, como por el hilo se saca el ovillo, pensé que debería ocuparme personalmente del caso italiano.

Por fortuna, me vi obligado a demorarme. No se me ocurrió entonces pensar en lo que podría haber detrás de aquellos contratos (que algunos no tardaron en poner en duda, sin evidentemente aducir un pelín o migajilla de EPRE). Lo que me encandilaba  era descubrir el lado oscuro de nuestro führer de andar por casa. Fui haciéndolo en varias obras: La conspiración del general FrancoLa otra cara del CaudilloSobornos y, sobre todo, El primer asesinato de Franco (con mi primo Cecilio Yusta y mi amigo Miguel Ull, ya fallecidos a causa de la pandemia).

Todos estos trabajos fueron reforzando para mí el carácter de proyección que tenía en algunos grandes temas la historiografía pro-franquista. Incluso fueron providenciales porque me permitieron ganar una serie de insights en la naturaleza de la conspiración de 1936 y en la peculiar mentalidad de Franco. Sin ello  hubiese cojeado a la hora de abordar lo que, sin duda, ha sido uno de los secretos mejor guardados de la dictadura: la promesa contractualizada de Mussolini de ayudar al futuro golpe contra la República española en un acto propio de gánsteres en el plano internacional. Aunque casos relativamente similares se habían producido fuera de nuestros lares. El 1º de julio se encontraron en Roma un distinguido diputado monárquico español con los gánsteres italianos en uniforme fascista.

(Continuará)