Trump y sus generales

Publicado en republica.com

Trump viola la constitución de EE.UU., vulnera los derechos humanos y la legislación internacional, muestra un claro desprecio por las mujeres y, en general, por las personas débiles (hizo mofa pública de un periodista discapacitado), es un peligro universal en posesión del maletín con las claves de las armas nucleares, desestabiliza el sistema internacional político y económico, miente sistemáticamente sin reconocer sus errores… Estas y otras acusaciones configuran estos días los titulares de muchos medios de comunicación en todo el mundo.

La lista de fundados reproches que desde todos los ángulos caen sobre Trump tras sus primeras decisiones como titular de la Casa Blanca no parece tener fin. Tratándose de EE.UU. y conociendo la historia de la nación americana, habría que interpretar la cuestión de este modo: Trump y el “trumpismo” quizá no sean la causa de la anómala situación actual de EE.UU. sino el efecto obligado de su trayectoria histórica. ¿No será Trump el resultado necesario de una nación que, tras alcanzar la hegemonía mundial al concluir la 2ª G.M., se creyó destinada a moldear el mundo a su capricho y en su provecho, sin reparo alguno? Apoyó y creó dictadores y destruyó democracias; encarceló y asesinó inocentes; traicionó los más elementales principios democráticos a la vez que se proclamaba el faro universal de la libertad de los pueblos.

Algunos hitos confirman esta deriva: desde la caza de brujas del senador McCarthy, pasando por las alucinaciones del presidente Bush sobre el “eje del mal” y por el programa político del Tea Party, podría trazarse una línea que conduciría directamente al Trump de America first!. Es “el huevo de la serpiente” que se ha venido incubando a la vista de todos y que por fin ha eclosionado.

Aludiré ahora a un aspecto concreto de la cuestión: Trump y “sus” generales. En un reciente artículo, el editor y periodista Tom Engelhardt ha citado (corrigiendo la deslavazada sintaxis presidencial) las palabras de Trump en el banquete inaugural: “Aquí están presentes muchos miembros de mi Gobierno. Veo a mis generales, que nos mantendrán seguros, aunque van a tener mucho trabajo. Si eligiera a los actores de una película, serían mis generales…”. Su tono de voz era posesivo, admirativo y autocomplaciente: “mis” generales.

La página web de la Casa Blanca puntualizaba ese mismo día: “Reconstruiremos nuestros ejércitos. Nuestra Marina ha perdido casi la mitad de sus buques en los últimos 15 años. La Aviación es una tercera parte de lo que era en 1991. El presidente Trump se compromete a invertir esta tendencia porque sabe que nuestro dominio militar sobre el mundo ha de ser incuestionable”. Parangonando las insensateces de aquella “Guerra de las galaxias” de Reagan, Trump promete “un sistema de defensa antimisiles de última generación para protegernos de Irán y Corea del Norte”.

Pues bien, Trump ha llegado en el momento crítico para sustituir y borrar a Obama, quien a pesar de su premiado pacifismo y algunos innegables éxitos (reducción de armas nucleares, mano tendida en Irán y Cuba) mantuvo viva la confrontación mundial antiterrorista basada en los drones y las fuerzas de operaciones especiales, que tanto ha contribuido a la proliferación del terrorismo.

Ahora es el momento crítico: para empezar, EE.UU. es el principal fabricante y proveedor mundial de armas, seguido muy de lejos por Francia y Rusia. Para la revista Forbes EE.UU. “es con mucho la primera superpotencia militar o el primer belicista mundial, según como se mire”.

Además, EE.UU. no es solo la primera potencia exportadora de armas: es también el primer exportador de tropas por todo el mundo. Dejando aparte las interminables intervenciones en Irak y Afganistán, EE.UU. posee 800 bases repartidas por el globo. Sus fuerzas de operaciones especiales desplegaron durante 2016 en 138 países, es decir, en dos tercios de todos los Estados englobados por la ONU, contribuyendo también a aumentar las ventas de material militar.

La guerra y el negocio van unidos: las tropas prueban, exhiben y alardean de sus armas por doquier, como los antiguos viajantes de comercio hacían con sus productos recorriendo pueblos y ciudades. El general retirado William Astore escribe: “Desde el fin de la Guerra Fría, EE.UU. exporta la imagen de su naturaleza íntima: no la combinación de libertad y democracia, sino las armas, las prisiones y las fuerzas de seguridad”.

La nación norteamericana ha perdido el rumbo que la vio nacer y Trump, que sabe bien cómo azuzar el miedo y explotarlo, propugna ahora la tortura como instrumento antiterrorista y el asesinato de los familiares de los terroristas, con el beneplácito de un vasto sector de la sociedad de EE.UU., donde las armas de fuego personales causan muchas más víctimas que todo el terrorismo sufrido y por sufrir.

Hace unos días (29/01/2017) en estas páginas el agudo olfato canino de Marcello detectaba en el ambiente la posibilidad de una destitución (impeachment) de Trump que pusiera fin al sombrío panorama. Si los primeros pasos de Trump en el salón oval de la Casa Blanca marcan la senda a seguir por EE.UU., habrá que empezar a pensar qué será lo menos traumático para el conjunto de la humanidad: un Trump “suelto”, que siga haciendo de las suyas, o la grave crisis nacional e internacional que supondría el complejo proceso constitucional de su destitución, al que se resistiría con todas sus fuerzas. Las bolsas, el mundo financiero y las grandes corporaciones también tendrían que opinar al respecto.