Raúl Lorente Luján
Uno de los pilares de la posverdad es el uso de los sentimientos para manipular voluntades. Se trabaja bajo la piel del ser humano, explotando los procesos psicológicos involucrados en la empatía y se moldea, poco a poco, la capacidad crítica hasta hacerla desaparecer en un mar de impulsos primarios. Las últimas semanas, con el conflicto ucraniano de fondo, la sensación de estar rodeado de medios que se han subido a este tren de la posverdad ha ido creciendo día a día. Esto me desagrada enormemente. No me gusta por diversos motivos:
En primer lugar, la jerarquización de las victimas me parece deplorable. Soy humano y como tal me produce un enorme malestar ver el sufrimiento de las familias que sufren, mueren o pierden todo, pero me produce ese malestar sean de Ucrania, Siria, Congo o cualquier otro país del mundo. Esta afirmación tan simple no lo es tanto si analizamos la cobertura que se ha hecho hasta la fecha de los conflictos. No se le dedica el mismo tiempo informativo, no se profundiza de igual manera en sus desdichas y ni tan siquiera se utilizan las mismas palabras para hablar de unos u otros. Preferiría, sinceramente, que me informaran de las medidas efectivas y reales que va a tomar Europa para darles una solución a esas personas. Pero en vez de concreción, lo que tenemos es un desfile de imágenes tristes, vidas rotas con música de fondo. No me abandona la sensación de estar siendo testigo de la más cruel instrumentalización del sufrimiento ajeno. El lógico acercamiento con la desdicha de esas personas nos posiciona, como no puede ser de otra forma, de su parte. Los medios intercalan esa dureza con noticias donde queda patente la extrema crueldad de Putin. Claramente, estas líneas no tratarán de disculpar a este personaje, pero sí que he de destacar que es tan desalmado como la eterna lista de dirigentes a lo largo del mundo que estrechan las manos de nuestros mandatarios sin el menor remordimiento por parte de estos. La indecencia también podría ser inventar armas de destrucción masiva para justificar planes bélicos. La forma de desplomarse de los edificios ucranianos es idéntica a la de los edificios iraquíes o sirios y los gritos de desesperación suenan tan desgarradores ahora como ayer en Yemen.
En segundo lugar, borrar la gama de colores para dejarnos en una paleta bicolor me retrotrae a momentos muy oscuros de la historia. Cuando la única elección es amigo/enemigo, poco espacio queda para razonar. No se plantea esa tesitura abiertamente, pero caminamos sobre ella. El cuadro que muestra un sufrimiento extremo y una brutalidad sin parangón te obliga a posicionarte quieras o no. De nuevo tengo la sensación de estar siendo condicionado, de que se me está preparando junto al resto de la sociedad para adecuarme a un pensamiento concreto. Quisiera resaltar ese concepto; estar preparando a la sociedad, pues eso implica que hay un después, algo poco agradable vendrá. Se nos prepara y se nos guía para apoyar unas políticas concretas, pero ¿cuáles son exactamente? En este punto, el lector que ha llegado hasta aquí saltará de su silla escandalizado y dirá “a mi nadie me ha condicionado”. Solo dos preguntas ¿qué sentimientos te despierta ahora mismo Putin? ¿verías del mismo modo que hace 6 meses una acción contra Rusia?
Así llegamos al tercer punto; la desagradable verdad de que es pura y dura geopolítica a lo que nos enfrentamos y todo lo demás son complementos. La realidad es difícil de escuchar, pero ésta no es por ello menos real. La geopolítica es fría y, desgraciadamente, valora los sentimientos más como instrumento que como motor. Mientras nos removemos en nuestros asientos al ver las caras de las victimas del conflicto, no nos adentramos en el oscuro agujero de las preguntas incomodas. Al enfocar en el plano concreto de Ucrania y del corto plazo en el cual nos hemos acostumbrado a vivir, dejamos de ver el tablero en general y este es sumamente complicado, tanto en su comprensión como en la obligación de decisión al que empuja constantemente.
Un poco de contexto, sin extenderme demasiado; vemos como tras la bipolaridad del mundo durante la guerra fría se llegó a unas décadas de primacía de una superpotencia, EEUU, que era el árbitro mundial. Este orden mundial, con una potencia omnipotente y unas instituciones internacionales que tienen utilidad en conflictos de intereses entre potencias medias, comenzaba en la década pasada a dar muestras de debilidad. Es importante la visión a medio y largo plazo y escapar del ahora. Tanto Rusia como China han ido ganando fuerza y en un plazo medio de tiempo se podrían postular como potencias (regional en el caso de Rusia y mundial en el de China) que rompieran el statu quo y transformara el reparto de poder en multipolar. Esto empuja a la superpotencia y sus aliados a poner remedio a la pérdida de poder antes de que sea más complicado, cortar el tumor cuando es aún pequeño. No es una defensa de los modelos que podrían imponer estas dos potencias de llegar a conseguir esta multipolaridad, pues no son precisamente mi modelo ideal, es simplemente trasladar una serie de cuestionamientos al lector, que son la base de lo que estamos viviendo: ¿Bajo qué modelo mundial querrías vivir? ¿qué estarías dispuesto a sacrificar para ello? ¿qué harías para preservar tu forma de vida? Son preguntas sencillas que esconden decisiones complejas. Si ponemos a los ciudadanos en la tesitura de elección se les podría preguntar si estarían dispuestos a sacrificar a un pueblo para debilitar a Rusia y parar así su crecimiento. Esto les haría participes de tales hechos y no es tan tranquilizador como sentirse únicamente parte agredida. Compartir una parte de culpa, aunque sea pequeña, incomoda. Remontándonos unas cuantas semanas, occidente armó a Ucrania, le convenció de que recibiría todo su apoyo y le envalentonó para que diera pasos hacia el acercamiento occidental. Con sutileza, claro está. El culpable último es sin duda Putin, que es quien ordena la invasión a un estado libre de tomar sus propias decisiones, pero dudo que aquellos que armaron y dieron golpes en la espalda al gobierno de Ucrania desconocieran el alcance de sus acciones. La soberanía con la cual se justifican no tiene el mismo valor si es para acercar un país a tu esfera o si esta supone un riesgo, como puede ser Cuba. Lo sucedido después del estallido del conflicto es bien diferente a lo prometido; occidente mira cómo un pueblo lucha, esperando desesperado que llegue el séptimo de caballería, el cual no arranca la cabalgada. Ahora sienten que les han empujado y les han dejado solos. En una partida de ajedrez hay que sacrificar peones para realizar jugadas más complejas. Este peón se llama Ucrania.
Es más, el conflicto del Este europeo podría ser solo el aperitivo, pues el verdadero plato principal es la tensión entre EEUU y China por el crecimiento de esta última. El país asiático estaba cómodo con su estrategia lenta pero efectiva de fortalecer lazos económicos con el resto del planeta y extender sus tentáculos por el mundo a base de inversiones. Esta coyuntura bélica incomoda enormemente al gobierno de Pekín, que se ve obligado a mostrar una posición y ve a su vez cómo el plano económico que le servía para atraer “amigos” se rompe al ritmo de una crisis económica que afectará a nivel global. Rusia, también, es su salvavidas a la espalda en caso de que estallara un conflicto en la región Asia-Pacífico y no puede dejarla caer. Como contraparte, el apoyo a Putin, hoy por hoy, le puede repercutir negativamente en sus enlaces diplomáticos y comerciales con Europa. La elección es delicada para ellos. Al mismo tiempo, ve cómo la situación ucraniana se puede reproducir en el Pacífico; si Japón o Corea del Sur deciden acercarse todavía más a la OTAN o si Taiwán recibe el mismo espaldarazo que Ucrania para buscar su giro a occidente. Entonces tendrá que dar un paso adelante. Desde Washington son muy conscientes de la situación y no pierden oportunidad para pellizcar, preguntando a Pekín por su postura y avisando de las implicaciones de ayuda a Putin. Aquí ya no hay soberanía que valga. No hay valores como telón de fondo en todo esto; hay poder y lucha por la influencia, simple y llanamente.
Quizás sea ese escenario para el que nos preparan, un choque en el Pacífico que dejará el escenario Ruso-Europeo bajo responsabilidad defensiva del viejo continente, con la presencia estadounidense meramente a nivel testimonial. Para eso hacen falta apoyos a las políticas bélicas de la sociedad y la disposición a coger las armas debe ser total. Es mucho más fácil conseguirlo cuando ya has trabajado la voluntad de los ciudadanos, cuando el odio al enemigo es elevado, el miedo a lo que te hará está pegado a tu piel y los valores a defender se han acrecentado en contraposición a aquello que no quieres para los tuyos. Después, cuando las bombas comienzan a caer ya va todo rodado, la muerte a tu alrededor hará imposible que no quieras vengarte del asesino, la necesidad de supervivencia te obligará a apretar el gatillo, la violencia alimentará más violencia. Es tan descabellado que es la tónica general de las guerras contemporáneas, sobre todo para el que las vive en primera persona. Lo irónico del asunto es que las medidas para que no cambie el orden mundial ya han hecho que el mundo no sea más el que fue. El futuro, al menos el próximo, tendrá un componente bélico mucho más acentuado.
Como conclusión, una petición para que se trate a los ciudadanos como adultos, explicando que lo que se vive actualmente no es una película de buenos y malos, pues cada uno cogerá un papel dependiendo de su visión, es simplemente un choque entre mantener un mundo de primacía de los valores occidentales u otro diverso y multipolar. Cada cual que opine cuál considera mejor o peor. Es darles a elegir lo que prefieren y, ante todo, es hacerles ver que las decisiones tienen consecuencias. Tal y como discurren los acontecimientos, parece que la defensa del mundo existente o el cambio a otro diverso desemboca en conflicto y los ciudadanos deben valorar si están dispuestos a él, siendo conscientes de que serán participes de las consecuencias. También deben saber con exactitud la razón por la que luchan. Deben asumir la responsabilidad de sus actos o sus apoyos, sabiendo que para defender el modelo occidental se puede llegar a una guerra. Y lo más importante, tienen que ser libres de plantearse otras vías de relación en la comunidad internacional, rompiéndose la sesera para huir de la lucha siempre que sea posible.
Raúl Lorente es profesor de Ciencias Sociales y miembro del FMD