La Revolución social

Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas —particularmente al humanismo marxista— y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.” Salvador Allende (1908-1973)

El elevado coste en vidas humanas de las revoluciones sociales no invalida sus logros. Su desarrollo eliminó una parte considerable de la pobreza y oscurantismo de épocas anteriores en la historia de los pueblos.

Veamos, muy sucintamente, varios ejemplos concretos.

Así sucedió durante la Gran Revolución de 1789, que acabó con el “Ancien régime” de los Borbones en Francia. La toma de la Bastilla el 14 de julio, fiesta nacional de la República Francesa, posibilitó el inicio de la Revolución, no solo con la eclosión de las nuevas ideas sino, sobre todo, mediante la extraordinaria expansión de la libertad del pueblo, quedando suprimidos los privilegios políticos del clero y la nobleza. El Rey Borbón Luis XVI fue juzgado y declarado culpable de “conspiración contra la libertad pública y de atentado contra la seguridad nacional” y guillotinado públicamente en enero de 1793.

La Gran Revolución Rusa de 1917, que dio lugar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tuvo también un acontecer violento. Su choque frontal con los aparatos represivos del Estado zarista provocó numerosas víctimas. La Familia Real rusa fue ejecutada en julio de 1918, en los meses iniciales de la revolución.

Aunque es obvio el gigantesco progreso que supuso para la clase obrera aquel periodo de su historia, no es menos cierto que el partido comunista acabó fusionándose con las élites del aparato de Estado, perdiendo su impulso revolucionario inicial. La plusvalía, es decir el trabajo social excedente, pasó a apropiárselo una nueva clase social: el capitalista colectivo formado por dichas élites burocráticas. La implosión de la Unión Soviética en 1991 se tradujo en la reinstauración del capitalismo, con todas sus contradicciones, y la reanudación de la lucha de clases.

El rápido progreso social, tecnológico y científico promovido por ambas revoluciones -la francesa a finales del siglo XVIII y la rusa a principios del XX- transformó rápidamente a sus respectivos países en sociedades industriales avanzadas. No sin altibajos, pues la contrarrevolución siempre comienza a operar al día siguiente de iniciarse la revolución, con los consiguientes avances y retrocesos. A menudo ocasionados no solo por las contradicciones inherentes a todo proceso, sino también debido al azar, pues la libertad consustancial al individuo altera a su vez el fluir de los acontecimientos. El devenir está fuertemente influido por el azar, intrínseco a la libertad humana, cuyos actos conllevan compromiso y responsabilidad: «El hombre está condenado a ser libre» Jean-Paul Sartre (1905-1980) .

La libertad es, pues, inherente a la condición humana y, por ello, la persona es la única responsable de sus decisiones. Un preso puede decidir evadirse de la prisión, aunque ésta sea inexpugnable. Por tanto, nadie puede adivinar el futuro inmediato y menos aún por qué vericuetos fluirá la Historia. La existencia precede a la esencia. El ser humano, en el transcurso de su vida, desarrolla su esencia. Ésta queda definitivamente definida al exhalar éste su último aliento. «Cada determinación amputa una infinidad de actos posibles. Y no cabe detenerse y suspender la acción, ni esperar» Maurice Blondel (1861-1949).

La Revolución de los Claveles el 25 de abril de 1974, que acabó con la dictadura fascista en Portugal, fue la excepción, pasando a la Historia como una de las revoluciones más bellas y pacíficas. El día 25 de abril, desde aquel memorable acontecimiento que tanto nos apasiona, es la fiesta nacional de la querida República Portuguesa.

La llamada Transición española, pese a las enormes expectativas creadas por la lucha antifranquista, no solo no constituyó una revolución democrática sino que, por el contrario, fue una evidente contrarrevolución que costó numerosas víctimas. El potente movimiento obrero y ciudadano que pugnaba por la proclamación de la República, seguida de un proceso constituyente en libertad, quedo estancado por los pactos establecidos entre las oligarquías de los partidos.

La Transición implicó la continuidad jurídica de la dictadura franquista, limitándose a su reforma. La dotó de una estructura democrática raquítica que no reúne los requisitos mínimos de un Estado de Derecho. Prueba de ello es la Constitución vigente, tapadera de presuntos delitos impunes. En concreto, los abusos imputables a su fundador, el Rey Juan Carlos de Borbón, huido a la capital de los Emiratos Árabes con la complicidad del Gobierno socialista.

De no ser así ¿por qué habría de huir el Rey a un país tan peculiar? ¿Cuál es la razón de Estado que impide, contra todo viento y marea, que el Parlamento, sede de la soberanía popular, abra una investigación de los presuntos latrocinios de la Corona, cuyo origen franquista es una lacra evidente?

El régimen del 78 y su Constitución fueron construidos sobre la impunidad de los crímenes de la dictadura, impunidad forzada previamente por la ley de punto final española, fundamento legal de la desastrosa situación política del Ministerio de Defensa, controlado por el franquismo. La Constitución vigente constituye, por tanto, un autentico caballo de Troya que acabaremos lamentando, pues su articulado abre la vía a una posible involución manu militari.

La acción involucionista de la ultraderecha maniobra en el núcleo duro del franquismo monárquico, realmente existente en el ejército, la judicatura y la policía. La amenaza no es pues baladí. Tiene la consistencia suficiente para dar cobertura legal a un proceso político análogo al que en el siglo pasado se desarrolló en la Italia fascista de los años 20; también en la Alemania nazi de los años 30. Es decir, una vía sin retorno directa hacia el abismo.

La cobardía, la desidia y la corrupción no los detendrá; el templar gaitas, tampoco. Actuemos, pues, compañeras y compañeros.

Manuel Ruiz Robles

Capitán de Navío de la Armada, miembro de la UMD y del colectivo ANEMOI.