La decadencia está prohibida, pero nos estruja fuerte del cuello

No me atrevo a decir que sea la mayoría, pero demasiadas personas en política, más de las que la indecencia soporta en una civilización como la nuestra de miles de años, que nos ha traído un avance científico y técnico sin igual y, en definitiva, el momento más álgido de nuestra evolución, no leen filosofía.

Si desde la política, que es la actividad de quienes gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a las sociedades, a un país, a los pueblos, no se tienen unos valores comunes claros sobre los que sustentarla, la decadencia está servida.

La decadencia…, como decía Enrique Bunbury en Héroes del Silencio, “está prohibida, pero te estruja fuerte del cuello y no se suelta”. Y ahora más que nunca esas terribles palabras, que en un plano mental servían para explicar una oscuridad interior, cobran el más miserable de los sentidos porque explican la realidad común.

Estamos siendo testigos de la profanación de los valores sagrados de nuestra cultura. A la honradez, la transparencia, la verdad, la justicia, la igualdad, incluso a la memoria de nuestras personas muertas, se les está dando un trato ultrajante, irrespetuoso e indigno.

Está de moda mentir en política. Eso es muy peligroso y venenoso para la salud de la democracia. No se puede llegar a los parlamentos nacionales, regionales y a los plenos de los ayuntamientos y verter mentiras, y comportarse de forma deshonrosa sin respetar las reglas que nos hemos dado para que la democracia sea un marco de convivencia. Podemos y debemos pensar diferente, debemos y tenemos que discutir ideas, pero los límites deben existir. ¿Quién puede debatir algo sobre la base de preceptos falsos, sobre trolas? Solo quien abrace la mediocridad, la estupidez y la maldad se podrían prestar a tal fin. Es muy peligroso, repito, porque las decisiones en política recaen en sanidad, educación, justicia, en cada área donde haya personas llevando asuntos y por supuesto, en defensa.

Los meses, los años, el tiempo pasa y la vorágine del presente nos lleva en volandas a no se sabe bien dónde, pero no podemos dejar que el análisis lo haga solo la Historia, tenemos que ser capaces de abstraernos y pensar que lo importante se nos está escurriendo de las manos, la decencia.

Recuerdo al ministro de Defensa Morenés cuando decía en el Congreso de los Diputados que no existía acoso sexual en las Fuerzas Armadas mientras Zaida Cantera de Castro le miraba y escuchaba horrorizada. Somos capaces de ver el caso Nevenka Fernández y sentir empatía, pero también somos capaces de negar la realidad. En política la responsabilidad debe traer consecuencias y aquí las dimisiones son la excepción de la norma cuando se obra sin ella. El espectáculo que dio ese día el ministro sucedió en 2015 y hoy, poquitos años después, tenemos los parlamentos y los Plenos infectados de políticos y (espantosamente) políticas, aseverando que el feminismo es “ideología de género” y negando la violencia hacia las mujeres por ser mujeres. ¿Qué sucedería si nos gobernasen cuentistas farsantes? Que la decadencia, que nos estruja fuerte del cuello ahora, nos terminaría asfixiando sin entender qué pasó.

Desde el horror y esperpento que se está viviendo en la política actual, donde se confunde derecho a cambiar de ideas con trasfuguismo y deslealtad, donde caminar por la democracia no es hacerlo por una senda de seguridad y juego limpio sino por una repleta de trampas y emboscadas sucias, y desde la esperanza, también, de que desde el Ayuntamiento de Murcia donde ahora presto mis servicios a la ciudadanía abramos las ventanas a la transparencia, quiero compartir con ustedes esta reflexión filosófica de Javier Gomá Lanzón de su obra Tetralogía de la ejemplaridad, sobre todo, para que le llegue a la clase dirigente y a quienes aspiran a dirigir líneas políticas para los países, ciudades y pueblos:

“… Está por ver que seamos capaces de fundar una civilización sobre los cimientos de la propia humanidad y sobre la dignidad que se debe así mismo en cuanto hombre (y mujer), sin recurrir a una legitimación superior, instancia divina o religiosa, o a ideas en sí mismas no religiosas pero susceptibles de divinización, como la Razón y el Progreso, que han sido desechadas por anacrónicas antes de haberse asegurado el poder sustituirlas por otras de parecida capacidad cohesionadora. Ese es el gran experimento de este tiempo nuestro que por convención llamamos posmoderno, el de ver si los presentes pluralismo y relativismo axiológico que han reemplazado al anterior monologismo moderno pueden o no contener y sostener toda la complejidad económica, ética, política y cultural de una civilización, sin que esta acabe reventando por alguna de sus costuras; si la ética convencional, resultado del consenso democrático, es o no suficiente para resolver racional y pacíficamente los conflictos… Si el horror y la indignidad y el reproche anudado a lo incívico son instrumentos eficaces para asegurar la cohesión entre ellas, y para reprimir las pulsiones destructivas o antisociales que siguen vivas igual o más que antes; si, en fin, es posible que millones y millones de ciudadanos (y ciudadanas) aprendan a mantener sus expectativas dentro de lo humanamente realizable”.

Vayamos en busca de la ejemplaridad pública. Nos lo debemos como hombres y mujeres con dignidad.

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Teresa Franco es militar en Servicios Especiales y concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Murcia.