¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!
Antonio Machado, ‘El Dios ibero’
Según la RAE, ética (segunda acepción) es el “Conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad.” Este conjunto puede resumirse en “valores” que sustentan la convivencia en una sociedad. Pero, ¿de dónde salen esos valores? Contra lo que muchos opinan, no hay una ética compuesta por valores morales naturales, innatos en el ser humano. La prueba es que muchos pueblos, desde los más primitivos a los más desarrollados, disponen de valores muy diferentes. A poco que viajes, puedes comprobarlo.
Así que esa ética social o valores son una construcción de cada sociedad. La base de esa construcción suelen ser experiencias colectivas muchas de ellas antiguas y repetidas en el tiempo. Y por supuesto, cómo se encaran esas experiencias. Fruto del miedo, el ser humano siempre ha encarado las calamidades y los desastres y los golpes de buena fortuna como castigo o regalo de un ser (o varios seres) superior/es. Así nacieron los dioses, inicialmente ligados a fenómenos naturales sobre los que poseían la potestad de amarrarlos o desatarlos.
Algunos pueblos, o por mejor decir, los “intérpretes” del ser superior, llegaron a la conclusión de que era más productivo que un solo ser ostentara todos los poderes. Era productivo, sobre todo, para esos “intérpretes” de lo divino, porque de ese modo con una sola “casta” de “intérpretes” se podía canalizar todo lo que se pidiera o esperara del ser superior. Nace así el monoteísmo, que no sólo influye en la relación con el ser superior, sino que marca cuáles son los actos buenos o morales y los malos o inmorales, sobre la base de lo que, según los “intérpretes” complace o molesta al ser superior. No caben discrepancias ni peleas entre dioses por quién merece un premio o un castigo.
La doctrina monoteísta más extendida es el judaísmo con sus dos subdoctrinas, el cristianismo (muy mayoritaria) que acoge una gran mayoría de toda la doctrina judía en el llamado antiguo testamento, y el islam que reconoce muchos de los valores y de las doctrinas del judaísmo, a veces de forma evidente y otras encubierta. Dado que estamos en un país de base eminentemente cristiana, los valores se derivan, sin duda alguna, de las interpretaciones de los deseos de un dios omnipotente. Y ¿cómo son las enseñanzas de ese dios único?
Lo explica José Manuel Aragües en este artículo de infoLibre con una mayor profundidad y mejor prosa que la mía. Pero no me resisto a copiar una frase lapidaria: “Ese dios, terrible, violento, sanguinario, que es reivindicado, de manera consecuente, por el actual gobierno de Israel…” ¿Sólo por el gobierno de Israel?
Pues no. Es curioso que en nombre de ese dios (al que desde el cristianismo se adora, como ya he dicho, a través del antiguo testamento) se han producido en nuestra historia guerras, matanzas, conquistas, genocidios … Lógico. Si nos hizo a su imagen y semejanza, hemos de tener los mismos vicios y pasiones que él. Así que consideramos legítimo mostrarnos terribles, violentos y sanguinarios. En Israel es evidente. Reclaman el derecho a despojar a los palestinos de su territorio sobre la base de lo que dice su libro sagrado. Sagrado para ellos, claro. Pero su sacralidad es intangible. Hay que estar de acuerdo para que te afecte y sea necesario cumplir sus preceptos, lo que no sucede en la otra rama del mismo dios, el islam, en el que su dios dice muchas cosas semejantes.
Como los humanos carecemos de poderes divinos (ni los rayos de Zeus, ni el martillo de Thor, ni las plagas de Yahvé) los poderosos han creado un sistema para imponer sus creencias, vale decir sus valores. Se llama fuerza militar. Y es una de las cosas en que más hemos prosperado. Desde el asesinato de Abel con una quijada de burro, o de un humano por otro con una flecha de sílex si queremos historia en lugar de leyenda, hemos llegado a matar a cientos de miles con una sola bomba. No está mal.
Ese sistema está bendecido por la religión, o valdría decir por los intérpretes en la tierra de la voluntad divina, que les ha sido revelada en diferentes libros sagrados. Para ellos, claro. Así que cualquier acto, por reprobable que sea, que se haga “en nombre de dios”, queda automáticamente fuera de las “garras” de los hombres. Es curioso que esa voluntad divinamente bendecida casi siempre (por no decir siempre) consiste en ejercer la violencia sobre otros, desde la evangelización a la quema de herejes pasando por el despojo de territorios a sus legítimos propietarios.
A su dios claman en Palestina, los israelíes para quedarse con la tierra. Los palestinos a su dios para sobrevivir. Y si allí cada uno es a su dios, entre Rusia y Ucrania, ambos reclaman la protección y bendición del mismo dios. Sólo cambian los intérpretes de la voluntad divina. Y los poderosos de uno y otro lado.
A dios claman frente a Ferraz estos días. Desde rezando el rosario hasta exhibiendo pancartas reclamando para España la nacionalidad de dios. Ahí es nada. A ese dios le están pidiendo de todo, desde que fulmine con un rayo a Perrosanxe hasta que le haga rectificar porque la nación más antigua de la tierra (Isabel Ayuso dixit) no puede seguir más tiempo en idólatras y ateos.
Y por si dios no lo hace, claman porque el ejército tome cartas en el asunto. Llaman incompetente al rey (se dan cuenta ahora de que no tiene poder alguno) y muestran su testosterona clamando hacer las cosas con un par de gónadas masculinas. Nada nuevo si pensamos que los romanos juraban a sus dioses mientras se apretaban cariñosamente el escroto como “testimonio” (que viene de testes, los testículos).
Hay algunos militares, guardias civiles y policías que oyen estos cantos de sirena (que no de corneta) y se apuntan a dar “hasta la última gota de su sangre”. Les falta decir por dios y por la patria. Por el rey ya menos que le consideran un vendido. ¡Quién me iba a decir a mí que la furia republicana no saldría de las filas de la izquierda!
Esos militares, guardias civiles y policías, amén de desconocer que su obligación constitucional es proteger a todos los españoles, sea cual sea su procedencia, ideología, sexo, etc. (mandato constitucional) son un rescoldo (espero y deseo que pequeño) de la dictadura, a la que la iglesia puso bajo palio y el manto de su dios haciendo a Franco “caudillo por la gracia de dios” como nos recordaban las monedas. Gracia que a muchos nos hacía más bien poca, dicho sea de paso. Y algún chiste acerca de esa gracia divina ya se hizo en su tiempo.
Esa iglesia nacionalcatólica permitía todo tipo de desmanes y violencias “en nombre de dios”, porque “dios lo quiere”. Prohibido el divorcio porque lo que había unido dios (por medio de un hombre) no lo separen los hombres, ni siquiera el que lo unió. Prohibida la eutanasia porque la vida no pertenece a cada uno, sino a dios. Si tu marido te pega (o te la pega) algo le habrás hecho. Encomiéndate a dios. Y lamentablemente tenía razón. Porque su dios tan pronto te quemaba un par de ciudades y convertía en sal a quien se volvía a mirar, como mataba a los primogénitos de Egipto o mandaba a Sansón a arrasar los campos de los filisteos (dueños de la tierra “prometida”) prendiéndoles el rabo a unas zorras. Así que la violencia, en nombre de dios, está permitida. Incluso el maltrato animal.
Por eso muchos queremos ser laicos. Y tratar de desembarazarnos del miedo que hizo que creáramos dioses. Y acercarnos más a ser humanos. A desterrar la violencia y alcanzar acuerdos sin peleas ni agresiones, sin sojuzgar a los demás. A alejarnos de nuestra animalidad el máximo posible y compartir un mundo que no cuidamos y que va a acabar echándonos por pura involución.
Y por eso muchos en lugar de pedir que los militares “hagan algo” como dijo el señor que antes tenía bigote y ahora luce una región labial superior de tamaño considerable, pedimos que se detenga la violencia. Y nos molesta que los militares no sean tratados como ciudadanos de uniforme y se recurra a ellos para que hagan o deshagan en política, allí donde no hay ni sitio ni cabida para la violencia. Ni para los uniformes.
Dejen de meter a dios en estas discusiones de mortales. Y dejen de azuzar a los militares, guardias civiles y policías para que incumplan su mandato constitucional. Y usen de esa caridad cristiana que pregonan y analicen si sus adversarios (o sus enemigos) tienen algo de razón. Escuchen. Y tal vez así, una vez escuchados todos, puedan tomar decisiones pacíficas. Gracias a dios.
Periodista y Abogado. Miembro del FMD.