Constitución: Un nuevo dios “intocable”

Hace años existía un solo Dios verdadero y si te metías con él ibas a la multa o a la cárcel. Eran los tiempos de los grafitis oficiales de “Prohibida la blasfemia”. Luego, en los primeros años de la Transición, el Dios, no es que se volviera trino, que ya lo era, sino que nacieron tres: La Constitución, la Corona y la Relación Pueblo FAS. Sí, como suena, había que convencer a los militares de que el pueblo los amaba y al pueblo que amase a los militares.

Pero ha ido pasando el tiempo y algunos de estos dioses se han ido diluyendo. Sólo nos queda la Constitución. Curiosamente sus principales adalides de ahora la criticaron con virulencia entonces. Ahí está el propio José María Aznar quien desde la prensa riojana advertía de los peligros de la Norma Magna para la Unidad de España o de muchos militares de entonces que se referían a ella como “La Prostitución” y ahora están dispuestos a cualquier disparate por defenderla.

Bueno, pues resulta que la Constitución no es un Dios ni un dios, sino una herramienta para la convivencia de los españoles que ha sido muy útil durante un tiempo que ya pasó para algunos de sus apartados. El Estado de las Autonomías, con el célebre “café para todos”, es un claro ejemplo. Se hizo, como reconoció el propio José Bono, para salir del paso en una sociedad convulsa y con los militares alborotados. Y, sin retrasar a nadie, como dicen en Almería, nos despertamos con gobiernos autónomos en Castilla – Mancha, Madrid, Murcia, Rioja… y un largo etcétera que no dejaron de causar sorpresa al común. Pero es indiscutible que han cumplido un papel que hay que reconocer.

Sin embargo, la tentación centralizadora de la derecha que pasa de tentación a objetivo claro en un horizonte más o menos cercano, ha tenido resonancia, y mucha, con la crisis y con el órdago independentista de Artur Mas, consecuencia este último – al margen de sentimientos identitarios – del ansia jacobina de un sector del PP. A la idea fuerza de centralización, CIU ha respondido con la idea fuerza de independentismo. Y el PSOE, pillado a traspié, se acuerda ahora de que es federal.

Y aquí llegamos a uno de los meollos de la cuestión: el derecho a decidir, esgrimido por los catalanes versus una interpretación estricta y falaz de la Constitución, según no pocos estudiosos. El primer lugar, nuestra Carta Magna recoge los mecanismos para su propia reforma. Son complicados, como es natural. Pero se pueden usar, que para eso están. Implica entrar en un proceso largo de intensas negociaciones políticas, votar la reforma con dos tercios de los votos a favor, disolución de las Cámaras, nuevas elecciones y referéndum. Repito, complicado, pero no imposible.

Pero como explicaba de forma muy clara en un magnífico artículo publicado en el diario El País el catedrático de Ciencia Política de la UAB, Joan Botella, hay otros caminos sin necesidad de reformar la Constitución. Recordaba que hay competencias exclusivas del Estado y exclusivas de las Comunidades. Entre las primeras esta la convocatoria de consultas populares vía referéndum.

A esto se agarran, con una lectura estricta, quienes están en contra del derecho a decidir propugnado por la inmensa mayoría del arco parlamentario catalán recientemente salido de las urnas. Pero se olvida que en el artículo 150, la Constitución prevé la transferencia de alguna competencia estatal a una o varias comunidades, mediante Ley Orgánica, con las formas de control que se reserve el Estado. Por lo tanto existe la posibilidad del referéndum, tras arduas negociaciones, eso sí, siempre que haya voluntad política de llegar a acuerdos y no solamente se elija el camino de la confrontación.

Ahora bien ¿Cuál sería la pregunta pactada? ¿Independencia? ¿Federalismo?. Eso ya es otra historia, pero lo que queda claro es que la Constitución no es un Dios ni siquiera un dios y que ella misma prevé los mecanismos para, con reforma o sin ella, facilitar nuestra convivencia. Los políticos con visión de Estado, tienen ahora más que nunca, la palabra.