Francisco Franco, ‘millonetis’ (2/4): Dineros bloqueados

Publicado en infolibre.es

Como es notorio, a lo largo de l940 fue registrándose una creciente preocupación en Estados Unidos, todavía neutrales, ante la evolución de la guerra en Europa. A la par el gobierno británico, dirigido por Churchill, trató por todos los medios de inclinar la postura de Washington en favor de una mayor solidaridad. No era para menos. Estados Unidos había aflojado las disposiciones de su Neutrality Act de 1937, aprobada en plena guerra española y que no favoreció a la República.

En consecuencia, Washington no tardó en autorizar el suministro de material bélico en condiciones de pago comerciales a sus amigos occidentales. Sin embargo, la derrota de Francia dejó a Gran Bretaña y a su Imperio como únicos contrincantes contra el Eje. En el ínterin, el pago de los suministros bélicos norteamericanos había hecho mella en las reservas británicas de oro y divisas. En marzo de 1941, en Washington, se aprobó la Ley de Préstamos y Arriendos y la postura contra el Eje se endureció. También en los aspectos financieros.

En esta dinámica, a partir de abril de 1940 se inició un proceso de congelación de fondos susceptibles de alimentar la economía de guerra nazi-fascista tras el colapso de Noruega y Dinamarca. Siguieron los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. El ritmo se intensificó en 1941 y en junio se aplicó por fin a los países neutrales (Portugal, España, Suecia y Suiza).

En el caso que interesaba al multimillonario general Franco VC se vieron afectados todos los saldos de cuentas en dólares abiertas a nombre de no residentes en Estados Unidos. Esta medida tuvo una consecuencia inesperada para los hermanos Franco y su querido primo hermano y fiel escudero para asuntos no demasiado limpios. Tras la trasposición de dicha medida a la legislación del régimen de Salazar ya no pudieron disponer libremente de los dineros que estuviesen acumulados en la cuenta del Banco Espírito Santo e Comercial de Lisboa.

Los 34.000 dólares de la misma fueron el saldo que hubo en ella en un momento determinado. Su evolución anterior y posterior nos es totalmente desconocida. Si la cuenta era legal, y el IEME estaba enterado de ella, es posible que subsista documentación relevante adicional. Si respondía al buen capricho de SEJE, averiguar sus fluctuaciones será más difícil. ¿Habrá conservado el banco lisboeta pruebas comprometedoras de sus tratos con el Eje y países más o menos afines? ¿Habrá, quizá escondidos en los amasijos de libros y cuentas del Banco de España, indicios fiables?

Obviamente, los aún neutrales norteamericanos cursaron a todas sus embajadas en los países no ocupados por el Eje instrucciones muy específicas. Debían recoger información sobre los movimientos de tales cuentas. La dictadura de Salazar podría ser muy pro-británica, pero los funcionarios del Tesoro en Washington no se fiaban, y menos aún del Banco Espirito Santo e Comercial. Sospechaban que estaba —como era cierto— en contacto, más o menos indirecto, con el enemigo. Habían intentado en varias ocasiones ponerlo en una “lista negra”, pero la embajada de S.M. en Lisboa les había disuadido.

Con todo, en la National Archives and Records Administration (NARA) se conserva abundante documentación al efecto. Su conocimiento lo debo a un colega y amigo, el profesor Francisco Javier Rodríguez Jiménez, quien ha tenido la amabilidad de ojearla para situarme en coordenadas más precisas que unas cuantas generalidades.

En cualquier caso, en los papeles de la Casa Civil de SEJE se encuentra una nota en la que se informa que el Banco de Portugal había comunicado que para ponerla en movimiento de nuevo se necesitaba una autorización específica del Departamento del Tesoro. Es más, la solicitud tenía que ir acompañada de una justificación en cuanto al origen de los fondos y a la utilización que se pensaba darles. Todo muy correcto y en consonancia con lo establecido para empezar a ahogar financieramente a las potencias del Eje.

Franco VC puso el grito en el cielo. ¿Qué se creían los yankis? Así que lo primero que hizo fue recurrir de inmediato a su embajador en Estados Unidos, Juan Francisco de Cárdenas. Este era el caballero (monárquico de los antiguos, por más señas) que había saboteado la primera petición republicana en julio de 1936 de adquisición de armamento en París. Lo habían acompañado en tan importante tarea nombres ilustres. Entre ellos el comandante Antonio Barroso Sánchez-Guerra, que posteriormente fue jefe de la Segunda Sección del Estado Mayor en el Cuartel General del Generalísimo en la guerra civil y después de nuevo agregado militar en París y jefe de los servicios secretos que operaban en el país vecino (terminó siendo ministro del Ejército y teniente general).

Cárdenas no consiguió el menor resultado positivo. No he estudiado sus papeles y no sé si en alguno de sus despachos o telegramas reservados fue dando cuenta de la mayor o menor dureza de sus gestiones. En vista del muro con que topaba el embajador (cuyo libro de claves habían copiado subrepticiamente los norteamericanos) el general Franco VC se vio obligado a acudir a la embajada yanki en Madrid.

El legajo que se encuentra en el Archivo de Palacio y que recoge las peleas burocráticas contiene una hojita en la que se afirma que “los antecedentes de este asunto se encuentran archivados en el expediente personal de S. E. el Jefe del Estado”

Esta se encontraba entonces bajo las órdenes de un catedrático de historia de la Universidad de Columbia, católico y hombre de derechas. Su gestión es muy controvertida en la historiografía, pero es probable que el profesor Carlton H. Hayes hubiera podido intentar complacer a SEJE. Si lo hizo, no lo logró. La gestión tenía que pasar necesariamente por las manos de uno de sus agregados llamado Ralph H. Ackerman, que representaba al Tesoro. Ackerman no era un agregado cualquiera. Había estado mezclado desde el primer momento en la alta política norteamericana hacia España bajo el antecesor de Hayes y es difícil que no continuara haciéndolo bajo este último.

En una tesis doctoral (de Moisés Rodríguez Escobar y que, según me dicen, se publicará el próximo año) sobre relaciones entre los dos países, a Ackerman se le sitúa en el centro de las mismas. Por consiguiente, el Departamento del Tesoro, dirigido por Hans J. Morgenthau, que no tenía demasiada simpatía por el régimen franquista, tuvo que estar enterado de tales gestiones. Que se hayan reflejado en ella o no, todavía lo ignoro.

Sería, desde luego, muy interesante conocer los argumentos que las autoridades franquistas esgrimieron con Ackerman. El legajo que se encuentra en el Archivo de Palacio y que recoge, hasta cierto punto, un resultado mínimo de las peleas burocráticas consiguientes contiene una hojita en la que se afirma que “los antecedentes de este asunto se encuentran archivados en el expediente personal de S. E. el Jefe del Estado”. Por desgracia no lo he localizado. Quizá la FNFF pueda financiar su búsqueda a algún alevín de historiador.

Es verosímil que el capitán general Francisco Franco VC siguiera a distancia la pelea. Fue duradera y se alargó hasta 1945. Tras la victoria sobre la Alemania nazi los norteamericanos aligeraron su control de cambios y sus restricciones a cuentas en dólares bloqueadas en el extranjero. Imagino que SEJE a partir de entonces pudo movilizar sus saldos, pero tampoco se sabe para qué.

Yo me pregunté si las batallitas burocráticas que hubieran tenido lugar se justificaban por los 34.000 dólares que se registraban en agosto de 1940. Me pareció improbable, aun considerando que SEJE pudiese haberse comportado como un tacaño de tomo y lomo y “luchara” burocrática pero denodadamente para que le permitieran disponer de su cuentecita en Lisboa.

En cambio, lancé otra hipótesis. El taimado y prudente Jefe del Estado habría necesitado tener una cuenta en el extranjero (como Hitler) para transferir fondos a la misma en caso de riesgo existencial para él y su familia en tiempos turbulentos. Hombre precavido vale por trescientos. Como no ocurrió nada, la cuenta en Portugal no llegaría a utilizarse como tabla de salvación. Franco se concentró no tanto en tener abierta una escapatoria hacia Portugal en términos financieros. En consonancia con su política de decir digo donde había dicho Diego, y cuando se redujo el riesgo de invasión aliada de su querida España, continuó diversificando sus tan fácilmente ganados milloncetes invirtiendo en otros activos en el interior.

(Continuará)

Aquí puedes leer la entrega anterior: ‘Una cuenta en Lisboa’.

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Ángel Viñas acaba de publicar, con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla, ‘Castigar a los rojos’ (Editorial Crítica).

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