El imperio que creaba realidades

Un prestigioso periodista estadounidense, escritor y ganador del premio Pulitzer, se entrevistó en el verano de 2002 con un destacado consejero del presidente Bush. En octubre de 2004 publicó en el magacín de The New York Times algunos aspectos de la entrevista, que permiten interpretar los entresijos de la política exterior de EE.UU. en aquella época, donde están las raíces de los problemas de hoy.

El consejero (identificado después como Karl Rove) le dijo al periodista que los individuos como él (Ron Suskind) formaban parte “de lo que podía llamarse la comunidad de personas basadas en las realidades”, y que ese tipo de gente “creía que las soluciones surgen tras un juicioso estudio de la realidad perceptible”. Suskind asintió e hizo algunas referencias vagas a los principios de la Ilustración y al empirismo, pero Rove no le dejó terminar y le cortó: “Ya no es así como funciona realmente el mundo. Ahora nosotros somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad -todo lo juiciosamente que quieran- nosotros volvemos a actuar, creamos nuevas realidades que ustedes pueden estudiar también; y así es como van saliendo las cosas. Somos los actores de la Historia, y a ustedes, a todos ustedes, solo les queda estudiar lo que nosotros hacemos”.

No es fácil describir con más claridad el espíritu que entonces dominaba en Washington, bajo la dirección del iluminado Bush y su corte de arrogantes paladines. Espíritu con el que los ejércitos de EE.UU., con la servil cooperación de algunos Gobiernos aliados, irrumpieron violentamente en Irak en marzo de 2003. Lo hicieron utilizando como pretexto la eliminación de las imaginarias armas de destrucción masiva de Sadam Husein, pero con la finalidad de instaurar la “paz americana” en lo que Washington denominaba el Oriente Medio “ampliado”. Para ello se iban a establecer bases permanentes en Irak, se limpiarían las alcantarillas desde donde surgía el terrorismo mundial, se controlarían para siempre los vastos depósitos de hidrocarburos de la región (pues según declaró otro alucinado del Pentágono “Irak flota en un mar de petróleo”), y se amedrentaría a Irán y Siria con la exhibición de un inigualable poder militar que aseguraría la hegemonía mundial de las armas de EE.UU., de modo que ningún otro país o bloque de países pudiera jamás ponerla en entredicho.

Estaban creando su propia realidad, como ya había anunciado Rove, pero la soberbia les fue cegando sin que apenas lo advirtieran. Ocuparon Bagdad y decapitaron (fue el verbo utilizado) el régimen autocrático que tiránicamente acallaba las tensiones internas en las que vivían los iraquíes desde la artificial creación del Estado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Los invasores de 2003 disolvieron el ejército iraquí, que ya no sería necesario con el país protegido a perpetuidad bajo el paraguas del Pentágono.

Creando las nuevas realidades, los elegidos por Dios para dominar el mundo no supieron anticipar que al enviar al paro a todo un ejército estaban preparando el terreno para el nacimiento de los insurgentes suníes que estos días amenazan la integridad de Irak y aspiran a crear un califato en las tierras mesopotámicas, el Estado Islámico de Irak y el Levante, que desprecia las fronteras impuestas por los antiguos colonizadores.

Al dictaminar que un Irak dependiente de la superpotencia americana apenas necesitaría disponer de fuerza aérea propia, establecieron las circunstancias por las que, al escribirse estas líneas, el angustiado primer ministro iraquí Al Maliki está solicitando a la Casa Blanca el apoyo aéreo necesario para hacer frente al caos que se le avecina. Con ello pone en difícil situación a un Obama que prometió no empeñar sus fuerzas armadas en nuevos conflictos lejanos, pero al que desde los sectores más conservadores de su pueblo se le exige algún tipo de intervención que mantenga la integridad de Irak dentro del bando occidental.

Doce años después de la altanera descripción de la realidad que Rove hizo a Suskind, el vicepresidente Kerry ha recibido una merecida respuesta en boca del presidente kurdo, Masud Barzani, cuando aquél ha ido a solicitar la ayuda de los kurdos iraquíes para hacer frente a las invasoras milicias suníes: “Nos enfrentamos a una nueva realidad y a un nuevo Irak”. Una forma muy diplomática de no acceder a la ayuda solicitada.

Pero ya no es un imperio el que ha creado la nueva realidad: ésta es el resultado obligado del caos que dejaron en Irak los invasores. El imperio no creó ninguna realidad después de 2003, a medida que las aspiraciones de la invasión y posterior ocupación fueron siendo forzosamente descartadas. El caos se extiende por Oriente Medio y la burocracia de Washington duda entre recurrir a misiles de crucero, bombas y drones, repitiendo los errores del pasado, cuando la guerra se planificó sin pensar en lo que ocurriría después, o dejar que sean otros los que contribuyan a resolver el problema. Entre bambalinas, muchos están al acecho: un Kurdistán que aspira a la independencia, un Irán que desea ser considerado potencia regional, un Israel preocupado por su futuro y, cómo no, los eternos carroñeros transnacionales que de toda situación bélica siempre extraen beneficios.