El colaboracionismo franquista

En este Retablo de las Maravillas (*) en que ha devenido la instauración impuesta de la monarquía borbónica, todo fundamento de su pretendida legitimidad no va más allá de un burdo engaño consentido por el miedo.

Como es bien sabido, el régimen del 78 es el resultado de una reforma de la dictadura que se dotó de una constitución fraudulenta bajo la estrecha vigilancia del ejército de Franco, educador del rey Juan Carlos, y de la colaboración necesaria de los dirigentes de los principales partidos clandestinos opuestos a la dictadura, finalmente cooptados por la monarquía.

La monarquía, instaurada por el franquismo, remachó la jugada con su autogolpe del 23-F, coordinado por los servicios secretos militares. Fue la continuación de la guerra por otros medios, cuya finalidad no ha sido otra que la de mantener sometido al pueblo español durante otros cuarenta años de pretendida paz borbónica. La monarquía del 18 de julio ha sobrevivido cuatro décadas gracias a la falsa amenaza de una intervención armada, creando de este modo un miedo pasivo en las capas populares, origen de la abstención y también garantía de su permanencia.

Durante 40 largos años de monarquismo parlamentario los pueblos del Estado español han consentido la existencia de ese poder antidemocrático, bajo el mando supremo del rey que además es un Jefe de Estado inviolable.

Ese consentimiento ha sido posible gracias al colaboracionismo de las burocracias de los partidos, pretendidamente democráticos, en realidad al servicio de las llamadas “puertas giratorias”, es decir, al servicio de la oligarquía financiera y terrateniente cuyo jefe de filas es el rey.

El efecto desestabilizador de la crisis económica sobre la estructura de poder partitocrática -es decir sobre la estructura de poder que las direcciones de los partidos han mantenido hasta la fecha sobre sus bases y la ciudadanía, diseñada por los poderes que dirigieron la Transición- se ha resquebrajado, quedando pues finiquitada la era bipartidista, fundamentada en la alternancia en solitario de los dos partidos hegemónicos: PSOE y PP.

Es, pues, un esfuerzo baldío intentar averiguar si fue posible, o no, hacer la Transición de otro modo. Lo que es evidente es que se fundamentó en la explotación del miedo interiorizado por amplias capas de la población, que habían sido forzadas sin su consentimiento a una guerra de exterminio y posteriormente sometidas a décadas de una dictadura franquista cuyos crímenes, no prescriptibles ni amnistiables, siguen impunes.

Como muy bien apunta un compañero, miembro del colectivo de militares demócratas Anemoi, la llamada guerra civil española no fue tal, sino un genocidio perpetrado por un golpe militar fallido que impuso la guerra al conjunto del pueblo español. Este compañero militar, en su reciente carta abierta a un general, Un valiente (**), pone en evidencia, con fina ironía, la insostenible contradicción existente entre lo que se nos vende -unas fuerzas armadas pretendidamente respetuosas con la soberanía popular, que habría de estar encarnada en el pueblo- y la cruda realidad: unos altos mandos militares, afines al rey, furibundamente franquistas, lamentablemente impunes.

Sin embargo, la aguda crisis de Estado dificulta a los poderes del régimen estabilizar la monarquía, con el fin de impulsar una segunda transición, consistente en algunos retoques cosméticos, que posibiliten alcanzar un nuevo periodo de consentimiento de las masas populares, con el inestimable apoyo del colaboracionismo monárquico- franquista, ávido de las prebendas que da la cercanía al poder.

La inminente exhumación del dictador genocida Francisco Franco, amigo y colaborador de Hitler y Mussolini -después servil vendepatrias al servicio del gobierno de los EEUU- es sin lugar a dudas una victoria alcanzada por la imprescindible movilización de los colectivos de víctimas del franquismo, pero no supone en modo alguno ningún cambio significativo en la estructura de poder del franquismo, y mucho menos de la maquinaria coercitiva del Estado, que constituye su última “razón”.

Las salidas de tono de muchos altos mandos militares, oponiéndose de forma amenazante a la exhumación del dictador, refuerzan la apariencia de una gran operación de Estado que, según expresó el socialista Pedro Sánchez en su discurso ante la ONU, “cierra simbólicamente el círculo democrático”.

Nada más lejos de la realidad. La impunidad de los crímenes de lesa humanidad del franquismo -que no prescriben, ni son amnistiables- y los miles y miles de desaparecidos forzosos que yacen en las cunetas, lo prueban. El reino de España tiene el siniestro record de ser el segundo país del mundo con más fosas después de Camboya, cuyo genocidio finalizó con la invasión vietnamita. Sin embargo las leyes de la dictadura franquista siguen vigentes, impidiendo en nuestro país cualquier atisbo de normalización democrática, pues son pilar básico del régimen actual.

Por otro lado, la aplicación arbitraria de una legislación crecientemente represiva, orientada en parte contra el pueblo trabajador y, en particular, contra las ansias de libertad de los pueblos del Estado español -que, como Catalunya, claman por ejercer democrática y pacíficamente su derecho a expresarse libremente- hace muy poco creíble la voluntad democratizadora de los partidos afines a la monarquía, instaurada por Franco.

Sin embargo, hemos entrado en un nuevo ciclo político cuyo resultado final está por esclarecer y en el que las urnas confirmarán, o no, todo cuanto acabo de decir.

Manuel Ruiz Robles, portavoz del colectivo de militares demócratas Anemoi, presidente de la asociación Unidad Cívica por la República (UCR).

Málaga, 11 de octubre de 2019

Referencias:

(*) El Retablo de las Maravillas, Miguel de Cervantes

(**) Un valiente, firmado por un Teniente en la reserva, miembro del colectivo Anemoi