Diplomacia para la guerra

 

En los tiempos que corren se recurre al DIALOGO como la forma  racional y pacífica de dirimir diferencias en cualquier desencuentro o litigio, pero se impone la realidad de los intereses de  las partes y sus convicciones, que son las que acaban imponiéndose  para obtener una solución aceptable por los contendientes. Más complicado es cuando son los Estados los que se enfrentan en un conflicto armado como paso final en su controversia.  En los siglos anteriores se utilizó el cuerpo diplomático y a los embajadores como especialistas en la concordia y soluciones milagrosas, pero hoy es evidente que ha cambiado bastante el escenario.

Centrando el tema conviene no confundir la Diplomacia de Defensa con la Diplomacia en general.

Puede decirse que la primera es en política internacional un complemento de la segunda, y que pretende influir en la política exterior coadyuvando en la previsión y prevención de crisis o conflictos internacionales empeñando para ello todos los recursos, medios y posibilidades de la defensa a fin de lograr unas eficientes y pacíficas relaciones bilaterales como base para los objetivos diplomáticos e intereses de la defensa nacional

Alguien afirma que la diplomacia de defensa, la que sea factible y posible, es una forma más de hacer la guerra.

Actualmente la intentan  los agregados militares a través de las relaciones de sus profesionales con los de los Estados mediante foros, convivencias, ejercicios, métodos de entrenamiento, proposiciones de ética y moral militar antes, durante y después de los conflictos, y la consecución de una efectiva disuasión que no intimidación.

La diplomacia en general tiene un carácter de alta representación del Estado que vela  por sus intereses nacionales en su relación con los otros Estados y organismos supranacionales,  en sus distintas acepciones de “directa”, “bilateral”, “ad hoc” y  “multilateral” que reflejan algunos manuales y que no es posible tratar aquí.

La figura del embajador, y la más secundaria de cónsul o ministro plenipotenciario, encarna la  referida representación de su país bajo el amparo legal del Derecho Internacional que apareció sobre todo a partir de la Revolución Francesa y de las doctrinas liberales en su versión más moderna.

En un principio preocupó el orden de “precedencia” protocolaria en el “escalafón” diplomático fijado en el Congreso de Viena de 1815, en el que se daba prevalencia a las monarquías,  luego a las repúblicas y al final  al  resto.

La delegación diplomática acreditada y la del Estado receptor sirven y persiguen la protección de los intereses generales del país representado, el incremento de las relaciones de amistad y cooperación, de información a  sus gobiernos, y encauzan las relaciones políticas  comerciales  y culturales, todas ellas  recogidas más tarde  en el Congreso de Viena de 1975.

Otra cosa distinta  es el Consulado, que tiene misiones más puntuales y concretas cara a los ciudadanos de su país, cuando se hallan residiendo o visitando el Estado receptor, para la solución de problemas de toda índole que pueden presentárseles en materia judicial, administrativa o legal.

Lo que se trata de exponer, con mis escasos conocimientos,  es sólo expresar una reflexión personal sobre como entiendo la labor diplomática, y la de los responsables principales   los embajadores y cónsules.

En el siglo XXI, dada la globalización, el desarrollo extraordinario de la biotecnología y tecnologías de la información individual, audiovisual, instantánea y directa, y de las numerosas redes sociales, me inclino a creer que la figura del diplomático embajador hasta el siglo XVIII fue protocolaria y representativa del Soberano, y reservada a la nobleza y aristocracia de la corte, pero que ahora ha pasado a un segundo nivel representativo aunque menos efectivo en resultados. Es evidente que la ciudadanía desconoce esta figura del embajador, incluso su nombre y su trayectoria pública, y que su presencia en los noticiarios televisivos y prensa digital o escrita es poco atractiva.

Los espías y los centros de información están al servicio del Ejecutivo según las directrices que periódicamente les son marcadas, y sometidos al control judicial, a sus reglamentos de actuación y a las comisiones de control del Legislativo. No son miembros ya del personal de la embajada, sino integrantes de esos organismos independientes ajenos en su misión a la propia y peculiar de  aquella.

Con la entrada en escena de la IA (inteligencia artificial), con  su automatización y trasformación digital y de los algoritmos que la integran, aparece, o está apareciendo, una nueva fuente de información muy profunda que quiere abarcar no sólo la razón humana, sino que también hace  entrar y lo hará en el futuro los sentimientos, proyectos, deseos y decisiones humanas y los previsibles comportamientos de los gobiernos amigos y enemigos, que no hacen ya esencial y necesaria la presencia e interlocución “cara a cara” del personal diplomático,  como información  más básica y primaria,  menos eficaz y con más posibilidad de error de apreciación o de valoración en sus tradicionales funciones informativas.

Es cierto que la embajada prepara el camino y señala o aconseja los cauces de actuación más interesantes, pero que ahora finalmente el ordenamiento jurídico de los Estados da la competencia exclusiva en defensa y materia exterior al Ejecutivo, para dirigir y actuar y decidir según su propia iniciativa cual sea el interés general nacional a proteger apoyado en la información que pueda obtener del Centro especializado en la misma, y es que reitero que la diplomacia de hoy entiendo que carece de competencia y capacidad negociadora última para celebrar tratados, convenios o contactos que no le vengan del poder político como responsable de su resultado en los asuntos internacionales.

En los últimos conflictos  (Guerra fría, Irak, Vietnam, Afganistán, Balcanes, etc.,  y ahora Ucrania), la actuación diplomática, incluida la de la ONU con su ausencia de democracia interna a resultas del derecho de veto de algunos de sus miembros fundadores, pretenden sin éxito capear el funesto temporal de la guerra actual con sus añadidos de ambición, creación de bloques, de imperialismo, de dominio económico y civilizacional, etc., ante deseos e intenciones contrarios  que no quieren ni desean una intervención diplomática restauradora de una paz global que se ha perdido por mucho tiempo,  y que ha dado paso a la guerra híbrida de información-desinformación, supremacista y de fuerza física, y en la  que el mismo mecanismo de la disuasión es frágil y no nos hace sentirnos optimistas en su resultado final.

Para el lector que tenga interés es este asunto, puede este escrito servirle como inicio a su estudio y reflexión más profundos, y a la conclusión de si es útil  en el grado necesario para la paz internacional la actual y tradicional diplomacia entre los Estados tan necesaria para la convivencia y seguridad  mutuas

 

José Moreno Gutiérrez

Granada a 30 de mayo de 2022