Sería ridículo si no fuera trágico. Alemania anuncia ahora, insatisfecha por las explicaciones dadas por Riad sobre la muerte de Jamal Khashoggi, que suspende la venta de armas a quien es su segundo cliente en este terreno. Pero añade de inmediato que solo será hasta que se aclaren las circunstancias de su muerte, indicando así que está dispuesta a reanudar la relación en cuanto el régimen saudí se explique un poco mejor. Eso no quita para que en peor situación queden el resto de los aliados de la OTAN (España incluida), que se limitan a comunicados y declaraciones tan aparentemente duros como inocuos.
Sin embargo, a pesar de eso, no solo nuestros gobiernos llevan décadas apoyando a dirigentes como los saudís, sino que hasta parecen entusiasmados con la emergencia de Mohamed bin Salmán, como si por el mero hecho de ser joven ya cupiera definirlo como un demócrata reformista. Caer en ese error interesado es no entender que la tarea de MBS se limita a retocar lo que sea necesario para asegurar la pervivencia del mismo régimen. Y si ese régimen ha llegado hasta aquí es porque, entre otras cosas, lo hemos acostumbrado entre todos a que puede hacer siempre su santa voluntad sin consecuencias. Por eso resulta increíble que nos sorprenda comprobar que responde como cualquier niño mimado en exceso: convencido de que no hay límites a sus deseos y de que, en última instancia, tampoco esta vez pasará nada, una vez que amaine la tormenta mediática.
Conservar un cliente
La única duda que aún cabe plantear, antes de llegar a una conclusión definitiva sobre si las tragaderas de la comunidad internacional son infinitas, es dilucidar si las democracias occidentales mantienen la relación para poder presionar a favor de un sistema más abierto o si solo se trata de conservar un cliente antes de que otros (Rusia incluida) se aprovechen. Y mientras se desarrolla ese eterno debate, el régimen saudí sigue adelante.

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). Militar retirado.