El pasado 9 de julio The Washington Post publicó una noticia cuyo título, en traducción libre, venía a decir: “Un misterioso accidente mortal revela la extraña presencia de comandos estadounidenses en Mali”. En abril, un vehículo había patinado en un puente sobre el río Níger y se hundió; los que acudieron al rescate hallaron los cuerpos de tres soldados de las fuerzas de operaciones especiales del ejército de EE.UU. junto con los de tres mujeres. No hubo explicaciones oficiales sobre qué hacían en Mali esos soldados, un mes después de que EE.UU. rompiera relaciones con el Gobierno de Bamako a raíz del golpe de Estado.
Recordemos, brevemente, que tras el citado golpe, dirigido por un capitán formado en las escuelas militares de EE.UU., que en marzo de 2012 puso fin al Gobierno democrático de Mali, el país se ha escindido en dos, con el movimiento islamista de los tuaregs implantando su ley en la parte septentrional. Por otro lado, y para completar el panorama, no hay que olvidar que en 2007 el Pentágono creó el “Mando de EE.UU. en África” (AFRICOM en siglas oficiales), uno de los seis mandos militares territoriales específicamente orientados hacia una región concreta del mundo, en este caso los 54 Estados africanos. Los otros cinco son los de Europa, Pacífico, Centro (Oriente Medio), Sur (Centroamérica, Sudamérica y el Caribe) y Norte (EE.UU., México, Cuba y Canadá), que en conjunto cubren la totalidad del planeta y articulan sobre él las políticas del Pentágono.
En EE.UU. no son pocos quienes alzan voces críticas preguntando quién decidió crear el nuevo mando, sin previa discusión en los cauces parlamentarios; quién dictaminó que cualquier grupo islamista rebelde, aunque limitase sus intereses a un Estado africano, debía ser considerado enemigo de EE.UU. y afrontado militarmente; y quien decidió extender al continente africano la red de bases que ya cubre vastas extensiones del globo. La información que poseen los ciudadanos de EE.UU. sobre los nuevos tentáculos que el Pentágono tiende sobre África es exigua, por no decir nula.
Oficialmente, el AFRICOM solo reconoce la existencia de una base militar, denominada Camp Lemonnier y situada en Yibuti, país que pocos estadounidenses sabrían localizar en el mapa. Sus responsabilidades inmediatas se ciñen al llamado “Cuerno de África” (los países del extremo nordeste africano), para ayudar a las “naciones amigas” a reforzar sus capacidades defensivas. No obstante, un portavoz añadió que, además, “en varias localidades africanas AFRICOM tiene personal destacado. Son invitados por los Estados y trabajan coordinadamente con sus funcionarios”.
La realidad que poco a poco va revelándose es otra. Los enemigos oficiales de EE.UU. se extienden por todo el continente: Al Qaeda en el Magreb Islámico, los islamistas de Boko Haram de Nigeria; el Ejército del Señor en la República Central Africana, en el Congo y en Sudán Meridional; los islamistas de Mali, etc. De modo que la presencia física de fuerzas militares de EE.UU. abarca cada vez más territorio. Aunque no hay declaraciones oficiales al respecto, el estudio de los contratos del Pentágono efectuado por analistas independientes muestra actividades militares en Uganda, Etiopía, Burkina Faso, Burundi, Liberia y un creciente número de países. Los ejércitos de más de una decena de Estados africanos son también formados en prácticas antiterroristas por instructores de EE.UU. El portavoz antes citado reconoció que “en promedio hay unos 5000 efectivos del Pentágono trabajando en el continente en cualquier momento”.
Esta actividad militar necesita un creciente aporte de información. El Washington Post publicó que “la práctica de contratar empresas privadas para espiar grandes extensiones del territorio africano ha sido la piedra angular de las actividades secretas de EE.UU. en el continente”. Y no solo información: también apoyo logístico. Un comandante de la Fuerza Aérea escribió: “En vez de utilizar transportes militares para nuestro material, preferimos recurrir a compañías comerciales”. Así se soslayan dificultades diplomáticas y conflictos políticos con la población local.
Para justificar todo lo anterior, el jefe de AFRICOM se explica así en su página web: “El imperativo absoluto para los ejércitos de EE.UU. es proteger a América [sic], a los americanos [sic] y sus intereses; en mi caso, contra las amenazas que surjan en África”.
Es argumento común entre las autoridades políticas y militares de EE.UU. que hay que combatir el terrorismo allí donde aparezca, para no tener que hacerlo en el propio país. Pero la cosa no es tan sencilla porque siempre es difícil prever las consecuencias de cualquier intervención militar en países con serios problemas sociales y políticos. Como ha ocurrido en Libia, donde los tuaregs que lucharon a favor del dictador Gadafi regresaron después a su desierto, bien armados tras haber saqueado los arsenales libios, apoyaron el golpe militar en Mali y posteriormente han contribuido a la secesión del norte del país y al éxito de los simpatizantes con Al Qaeda en esa región.
Bienvenida sea, pues, África, al verdadero corazón del juego internacional, ahora que EE.UU. la tiene también en su punto de mira. Nada nos asegura que allí no se repitan los mismos errores que han ensangrentado otras zonas del planeta, si los criterios utilizados para intervenir por la fuerza en cualquier parte del mundo siguen siendo los mismos.
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva