Afganistán indomable

Introducción

En octubre de 2001, pocos días después de los atentados del 11 de septiembre (11-S) en Nueva York y Washington, no hubo apenas disidencia en la comunidad internacional para invadir Afganistán y acabar con el régimen de los talibanes que daba cobijo a Al Qaeda, organización terrorista autora de los atentados del 11-S.

Estados Unidos decidió iniciar lo que se llamó “guerra al terror” con la invasión de Afganistán, a la que siguió en 2003 la del vecino Irak. En Afganistán derrocaron al gobierno de los talibanes y en Irak al de Sadam Hussein, Veinte años después, es más que probable que, a la vista de los acontecimientos actuales, los talibanes vuelvan a tomar el poder. Ni en este país ni en Irak parece que las invasiones hayan llevado la paz.

En este trabajo revisaremos, en primer lugar, la historia reciente de Afganistán desde la invasión soviética en 1979, hasta nuestros días. Seguidamente explicaremos el coste de esta larga guerra, tanto el económico como el más importante que no es otro que el de las vidas humanas.

Después analizaremos la eficacia de esta llamada “guerra al terror”, para pasar a continuación a estudiar cómo afecta la situación de Afganistán a sus inmediatos vecinos, a las grandes potencias y al mundo en general.

Por último, como consecuencia de las informaciones de que disponemos y los análisis correspondientes nos atreveremos a hacer una prospección sobre el futuro de Afganistán y las consecuencias para los afganos y para la comunidad internacional.

La historia reciente de Afganistán

A finales de los setenta, el gobierno de la Unión Soviética estaba preocupado por la revolución iraní y su influencia en las repúblicas soviéticas de mayoría musulmana en Asia Central. Temía que el contagio islamista se extendiera primero a Afganistán y de allí a sus repúblicas. Afganistán estaba dentro de la órbita soviética desde 1973 y se practicaba una política contra los islamistas. Pero los resultados de la influencia soviética no se veían reflejados en el bienestar de los afganos, lo que provocaba el descontento entre la población y la oposición de los islamistas. En 1978 la oposición armada era generalizada en todo el territorio afgano y estaba principalmente liderada por grupos ligados al islamismo radical.

En septiembre de 1979 el primer ministro Amín asesinó al presidente Taraki, que era, además el líder del partido Popular Marxista. La KGB temía que Amín abandonara la órbita de Moscú y estableciera un régimen islamista parecido al del vecino Irán. Ante tales perspectivas, los soviéticos decidieron intervenir militarmente.

El 24 de diciembre de 1979 las tropas soviéticas comenzaban la invasión de Afganistán; el presidente Amín fue asesinado –presuntamente por un comando de la KGB- y colocaron en el poder al miembro de la etnia parcham, Babrak Karmal. A partir de entonces una gran parte del ejército afgano se unió a las guerrillas muyahidines para combatir a las fuerzas invasoras.

Los EE.UU. y algunos países musulmanes proporcionaron ayuda militar a esas guerrillas. Con esa ayuda facilitada por las características del terreno y la complejidad de la operación el ejército soviético no pudo vencer a la resistencia. El 15 de abril de 1988, los soviéticos comenzaron la retirada de Afganistán ante las continuas bajas que les infligían las cada vez más preparadas y abastecidas guerrillas. La retirada se completó el 5 de febrero de 1989, dejando al frente del gobierno al pro soviético Najibullah.

En septiembre de 1991 los Estados Unidos y la Unión Soviética pactaron suspender su apoyo respectivo a guerrilla y Gobierno, aunque Arabia Saudí e Irán continuaron apoyando a la guerrilla islamista. En 1992 cae Najibullah y los rebeldes avanzan hacia Kabul; comienza la guerra civil. La Paz de Islamabad en marzo de 1993 no fue suficiente para detener esa guerra civil.

El movimiento talibán aparece el verano de 1994 en la región de Kandahar; se trata de un movimiento islamista suní de estudiantes de teología pertenecientes a la tribu pastún que se formaron en las escuelas coránicas –madrazas- para transformarse posteriormente en un movimiento político-militar. Apoyados por Pakistán, iniciaron una ofensiva que culminó con la toma de Kandahar el 13 de noviembre de 1994 y de Ghazni el 24 de enero de 1995. La entrada en Kabul se realizó finalmente en septiembre de 1996. Después el movimiento talibán se extiende hacia el oeste y el norte en lucha contra los muyahidines que se agrupaban en la llamada Alianza del Norte.

A finales de 1998 los talibanes controlaban más del noventa por ciento del país, mientras que la parte restante estaba bajo control de la Alianza del Norte liderada por Rabbani cuyo gobierno era reconocido por la ONU, en tanto que Arabia Saudí, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos reconocían el régimen talibán.

Allí donde tuvieron el control los talibanes impusieron las más estrictas leyes en nombre la versión más rigurosa del Corán: lapidación de la mujer en caso de adulterio, amputación de las manos en caso de robo, exclusión de las mujeres de toda actividad pública, e imposición a las mujeres de vestir con el burka. Además, destruyeron obras de arte como los Budas de Bamyam y otras obras del periodo preislámico.

Afganistán fue el refugio de Al Qaeda desde que los talibanes tomaron el poder. El 15 de octubre de 1999, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció en su Resolución 1267 un ultimátum al régimen talibán para entregar a Bin Laden, bajo amenaza de embargo aéreo y sanciones financieras. El 14 de noviembre de ese mismo año finalizó el plazo para la entrega; como no se realizó comenzaron las sanciones. Otra resolución posterior del Consejo de Seguridad, la 1333 de 19 de diciembre de 2000 imponía más sanciones al régimen talibán como el embargo de armas, la incautación de cuentas y la denegación de permisos de viaje. Pakistán, sin embargo, infringía esa resolución, por lo que el 30 de julio de 2001 el Consejo de Seguridad de la ONU dictó una nueva resolución 1363 por la que enviaba observadores a la frontera afgano-paquistaní para velar por el cumplimiento del embargo.

Los talibanes y los partidos islámicos pakistaníes reaccionaron con dureza y amenazaron con matar a dichos observadores. Ante tales circunstancias la comunidad internacional se mostró partidaria de no continuar con el envío de ayuda a Afganistán, lo que contribuyó a agudizar la crisis económica de ese país. Antes del 11-S, Afganistán era un problema mundial: allí había una guerra civil, la pobreza era lo común, el cultivo de drogas su modo de vida, y el exilio o la muerte el precio de los disidentes. A partir de ese día, el conflicto adquirió una dimensión internacional.

El 12 de septiembre de 2001, un día después de los atentados de Al Qaeda, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dicto la resolución 1368 para condenar dicho atentado y tomar las medidas necesarias para responder a los ataques terroristas, lo que, legitimó el ataque norteamericano y la posterior invasión de Afganistán.

Sin embargo, no parece claro que la resolución 1368 autorizara la operación “Libertad Duradera”. La ISAF se autoriza expresamente en la resolución 1386 para apoyar a la Autoridad Provisional Afgana a mantener la seguridad en la zona de Kabul, y más allá de Kabul en la resolución 1510 de 13 de octubre de 2003. No obstante, en estas resoluciones no se contemplaba expresamente que las tropas pudieran hacer labores de contrainsurgencia. También es discutible la invocación al del artículo V de la OTAN ya que amplían el radio de acción más allá de las responsabilidades establecidas para “restablecer la seguridad en la zona del Atlántico Norte”.

En la Resolución 1373 de 28 de septiembre se reconocía el derecho la “legítima defensa individual o colectiva”. Sin embargo, el Consejo de Seguridad debería de haber establecido un mandato para señalar los objetivos de la operación y marcar las reglas de enfrentamiento de las acciones militares, lo que claramente no se realizó porque el Consejo dejó este asunto en manos de los Estados Unidos y la coalición ejecutora de las operaciones militares.

La intervención en Afganistán no sólo se ha justificado como una operación para acabar con el terrorismo internacional promovido por Al Qaeda, sino como una defensa de los derechos humanos en general, en especial los de las mujeres. A este respecto cabe recordar que los derechos humanos se han vulnerado desde el momento en el que presuntos terroristas fueron detenidos (unos ochocientos según datos del informe de Amnistía Internacional de 2007, “Guantánamo en cifras”) y trasladados a Guantánamo sin cargos, sin defensa y sin juicio. La situación de los derechos de la mujer no parece haber sufrido demasiados cambios. Los líderes de la Alianza del Norte, u otros, son tan poco respetuosos con las mujeres como los talibanes, según se deduce de los informes de Amnistía Internacional.

El Consejo de Seguridad por Resolución 1378 de mismo año apoyó a la coalición para derrocar al régimen existente en ese momento, lo que también sería discutible por tratarse de una estricta interpretación del derecho de injerencia. La Resolución del Consejo de Seguridad 1386 de 2001 autorizó la creación de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) y en la Resolución 1413 de 2002 la autorizaba para adoptar todas las medidas necesarias para cumplir el mandato para el cual fue creada.

Posteriormente la OTAN se hizo cargo de las operaciones de la ISAF, con lo que Estados Unidos, que seguía siendo el principal responsable, director y ejecutor de las operaciones traspasó la responsabilidad política a la OTAN, con lo cual varios países europeos, entre ellos España, pasaron a aportar efectivos militares en la guerra de Afganistán. La excusa humanitaria y de reconstrucción no excluye que en ese país había una guerra civil, y que la OTAN tomaba parte activa en ella.

El coste de la guerra de Afganistán

Cuando se aborda el asunto de los costes económicos y de víctimas nos encontramos con informaciones variadas y muchas veces poco contrastadas. Las fuentes oficiales de la OTAN y Estados Unidos, u otros países participantes son reacias a proporcionar datos por las implicaciones que en las opiniones públicas pudiera tener el tremendo coste tanto en dinero como en vidas humanas. Por descontado, es mucho más difícil conseguir esos datos por parte de los combatientes irregulares y los talibanes.

Según una investigación llevada a cabo por The Washington Post (disponible: en U.S. officials misled the public about the war in Afghanistan, confidential documents reveal – Washington Post ) las tres últimas, Administraciones norteamericanas, durante dieciocho años, han ocultado datos a la opinión pública sobre lo que realmente sucedía en Afganistán. Aunque los informes oficiales insistían en el progreso favorable de la guerra y que merecía la pena continuar en ella, la investigación mencionada señala que la realidad era bien distinta.

Textualmente, el general Douglas Lute, alto mando militar durante las presdencias de George W, Bush y Barack Obama, afirmaba:

“Carecíamos de un conocimiento fundamental de Afganistán, no sabíamos qué estábamos haciendo. ¿Qué tratamos de hacer aquí? No teníamos la más remota noción de lo que estábamos acometiendo […] Si el pueblo estadounidense conociera la magnitud de la disfunción… 2.400 vidas perdidas. ¿Quién va a decir que eso fue en vano?”.

El Departamento de Defensa de Estados Unidos informa que el gasto militar desde el comienzo de la guerra en 2001 hasta mediados de 2019 ha sido de 760.000 millones de dólares. Aunque un estudio denominado Proyecto Costo de la Guerra, llevado a cabo por la Universidad Brown afirma que la versión oficial del coste económico es muy inferior a la real, ya que según ese estudio el Departamento de defensa no incluye el gasto de atención a veteranos, ni el montante de los intereses de la deuda que la Administración contrajo para financiar la guerra, además de otros gastos de diversos departamentos del Gobierno también implicados en la guerra.

Según información de BBC mundo (disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-49511891 ):

“La mayor parte del dinero se gastó en operaciones de contrainsurgenciay en las necesidades de las tropas estadounidenses, como alimentos, ropa, atención médica, pagos especiales y beneficios […] Los datos oficiales muestran que Estados Unidos también ha contribuido con aproximadamente US$133.000 millones a los esfuerzos dereconstrucción en Afganistán. Esto representa el 16% de todo el dinero gastado en los últimos 17 años. Más de la mitad de ese dinero, es decir, US$83.000 millones, han sido destinados a apoyar a las fuerzas de seguridad afganas, incluido el ejército nacional afgano y la policía […] El resto se ha gastado principalmente en mejorar la gobernabilidad y la infraestructura, así como en ayuda económica y humanitaria e iniciativas antidrogas […] Desde 2002 hasta junio de 2019, EE.UU. ha gastado un promedio de US$1,5 millones por día, o casi US$9.000 millones, en esfuerzos antinarcóticos. Sin embargo, el área dedicada al cultivo de opio ha aumentado, según cifras de la Organización de Naciones Unidas (ONU) […] En 2017, el organismo de control en Estados Unidos responsable de la supervisión de los esfuerzos de reconstrucción dijo que se habían perdido hasta US$15.500 millones en «derroche, fraude y abuso» en los últimos 11 años […] Según el mismo organismo de control, esa cifra es probablemente solo una parte del desperdicio total. Agregó que el dinero estadounidense a menudo exacerbó el conflicto, permitió la corrupción y reforzó el apoyo a los insurgentes».

Como ya se ha comentado, si los costes económicos son complicados de evaluar y contrastar, todavía es más difícil dar cifras sobre víctimas civiles y militares. Según estimaciones oficiales los estadounidenses habrían muerto 2.400 de sus soldados, mientras que algo menos de 30.000 habrían sufrido heridas de diversa consideración.

Por parte de las fuerzas afganas de seguridad se calcula que han sufrido unas 45.000 bajas. Es casi imposible cifrar el número de civiles afganos víctimas de la violencia de esta guerra. La Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) confirma que desde el comienzo de la guerra han muerto más de 32.000 civiles y alrededor de 60.000 han sido heridos (esta evaluación se ha realizado desde el 2009, las víctimas anteriores a ese año no se han contabilizado)

La eficacia de la guerra al terror

Estados Unidos inició la llamada “guerra al terror” tras los atentados del 11-S. La declaración de la “guerra al terror” significó el tratamiento de la acción antiterrorista como puramente militar y confería a los propios terroristas la categoría moral de combatientes. La consideración de guerra requería la definición de un adversario, el terreno donde plantear la batalla y adaptar los medios empleados a la consecución de los objetivos.

Ninguna de esas premisas se daba en esa ocasión; el enemigo estaba identificado por unas siglas, Al Qaeda, pero carecía de una ubicación, de un territorio visible, su definición era especulativa sobre la base de las acciones que había cometido, pero no en cuanto su localización y organización. Se trataba de combatir con unos medios diseñados para una guerra convencional, a quienes huían del combate directo. Los resultados han sido a veces no deseados, con víctimas por efectos colaterales que a menudo son usadas como excusa para cometer nuevos atentados y reclutar más terroristas.

¿Ha sido efectiva la respuesta militar contra el terrorismo? Desde el 11-S los americanos no han sufrido más atentados dentro de su territorio, pero en general los atentados han continuado, sobre todo, en algunos países como Irak, Afganistán o Pakistán. Es posible que se haya mejorado la coordinación entre los servicios de inteligencia e información, tanto a niveles nacionales como internacionales.

Es significativo el deterioro de la imagen de los EE. UU. en el mundo por la percepción de sus reiterados incumplimientos de las leyes internacionales y el respeto a los derechos humanos en la gestión de la “guerra al terror”. De lo que se deduce que utilizar los mismos métodos que los terroristas -desprecio a ley y a los derechos humanos- para combatirlo producen al efecto contrario. Por tanto, no parece adecuado utilizar el término guerra para combatir un fenómeno que tiene más de actividad criminal que de combate militar.

En cuanto a la pretendida promoción o expansión de la democracia a través de la intervención militar resulta paradójico. La democracia no se puede imponer, la democracia se construye, y para ello se necesita algo más que elecciones. Elecciones no significa democracia y menos cuando éstas se realizan en un contexto marcado por una invasión militar.

Hay quienes consideran que estamos hoy más seguros que hace diez años y que la democracia y la prosperidad se han expandido por el mundo y a ello ha contribuido la sociedad internacional al implicarse en Afganistán. Los que lo creen así argumentan que en estos años se ha conseguido un país con una constitución democrática, con libertad de expresión e incremento de los derechos de la mujer; se han celebrado dos elecciones libres al parlamento y han regresado miles de refugiados; el PIB se ha incrementado de; se han construido clínicas, escuelas y carreteras; y se han realizado importantes reformas judiciales para luchar contra el tráfico de drogas. Sin embargo, algunos datos evidencian que no todo ha funcionado tan correctamente como era de esperar.

El futuro de Afganistán

De la forma que están transcurriendo los acontecimientos parece poco probable que la paz sea posible. Los talibanes vuelven al punto de partida y reconquistan el terreno perdido, aunque parece que nunca se fueron del todo. La situación se hace dramática para la parte del pueblo afgano que ha luchado contra los talibanes.

De proseguir su avance, que parece imparable, las represalias pueden ser terribles contra todos aquellos a los que los talibanes acusen de colaboracionistas con el gobierno afgano y con las tropas invasoras.

Los escasos avances conseguidos con relación a los derechos humanos, muy en especial los de las mujeres, retrocederán nuevamente para volver a un sistema donde la mujer está supeditada a la voluntad de los hombres.

La retirada de las tropas estadounidenses supone dejar el camino abierto a los talibanes que encontrarán pocos obstáculos en un ejército afgano con escasa motivación combativa contra los talibanes.

Pese a quien le pese, los talibanes gozan todavía de mucho apoyo popular, y esa es una de las claves de su éxito y una de los principales aspectos a tener en cuenta a la hora de afrontar cualquier solución del conflicto.

El vecino Pakistán puede ser clave para aplacar los ánimos agresivos de los talibanes. Este país, fue, junto con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, el único que reconoció en el pasado el régimen de los talibanes en Afganistán. Para Pakistán los talibanes pueden ser aliados en su causa por Cachemira en su contencioso con India. Su otro vecino, Irán, también se puede encontrar más cómodo con los talibanes.

Las potencias internacionales tienen sus propios intereses, aunque parece que hay uno común entre norteamericanos, rusos y chinos, y no es otro que el miedo a que con los talibanes en el poder se reactive el terrorismo de corte yihadista a nivel internacional, incluso dentro de sus territorios.

Puede que un pacto “demoniaco” conceda a los talibanes adueñarse del poder en Afganistán a cambio de que no den cobijo, ni patrocinen actividades terroristas exteriores. A nadie le interesa que el Estado Islámico, u otros grupos terroristas con aspiraciones similares, establezca lazos con los talibanes y base de entrenamiento en Afganistán, a Irán tampoco.

En ese pacto “demoniaco”, se consentirá que los talibanes continúen con su imperio de los campos de opio, cuya extensión sigue creciendo, y cuyo cultivo y comercialización son base fundamental para su financiación.

La comunidad internacional está impotente ante un Afganistán indomable, ni soviéticos, ni norteamericanos ni la OTAN han conseguido acabar con los talibanes. No parece que el recién creado ejército afgano tampoco pueda resistir el avance talibán. ¿Sabían los estadounidenses y sus aliados que ese ejército afgano sería incapaz de detener el avance talibán?

El dilema está servido: dejarlos hacer, con todas sus consecuencias, negociar con ellos lo que se pueda, o combatirlos en una nueva guerra.

Ante la opción de una nueva guerra, la pregunta es la siguiente ¿mereció la pena la primera?

Veinte años después de la invasión de Afganistán por Estados Unidos y sus aliados, los talibanes vuelven a la carga, con más fuerza si cabe. ¿Qué se ha hecho mal? ¿Mereció la pena esta guerra? ¿Se podrían haber buscado otras soluciones? ¿Se actuó con precipitación al invadir Afganistán? ¿Quiénes se han beneficiado de la guerra?

Afganistán se ha mostrado indomable con las soluciones de invasiones, ni soviéticos ni norteamericanos han conseguido pacificar el país. Ahora de nuevo, muchos afganos sufrirán la represión, las mujeres volverán a las “cavernas”, si es que alguna vez salieron de ellas en Afganistán.

Javier Jiménez Olmos

15 de agosto de 2021