2019: otro año de guerras

 

Publicado en República.com

Al concluir 2018 y asomar el nuevo año, muchas hipótesis se suelen hacer sobre el cariz que éste presentará, a tenor de las preocupaciones personales de cada futurólogo diletante.

En España, en el ámbito de esas hipótesis se incluirá forzosamente (para nuestro hondo pesar) el conflicto irresuelto en Cataluña, seguido a distancia por otros problemas acuciantes, como el paro, la precariedad, la pobreza, el descrédito de varias instituciones básicas para la democracia española, la penosa situación de la mujer en muchos ámbitos sociales, la crispación política que ahoga, y a veces envilece, el normal ejercicio parlamentario y algunas otras más, sin olvidar entre estas las idas y venidas de los presuntos “famosos” cuyas vicisitudes traen a mal traer a amplios sectores de la población y que tanto hacen prosperar al llamado periodismo rosa.

Pero hay algo que no atrae mucho la atención popular y con lo que siempre acertará el aficionado a anticipar acontecimientos futuros: 2019 será otro año de guerras. Apostar a esto es una apuesta ganadora.

No merece la pena esforzarse intentando adivinar dónde tendrán lugar esas guerras. Conviene hacerlo, naturalmente, porque sus efectos se abatirán sobre unos u otros pueblos y se extenderán en una u otra dirección, siguiendo las líneas que indica la geopolítica de cada momento.

Hay que subrayar que en el desencadenamiento y sostenimiento de las varias guerras que hoy, ayer y mañana se extienden por el mundo hay una causa general: la expansión y el acelerado progreso de la industria armamentística en un planeta al que no es exagerado tildar de “militarizado”.

Es fácil pensar así observando a EE.UU., donde la “Estrategia de defensa nacional” (NDS), aprobada el pasado mes de enero, se conoce como “2+2+1”. Es una estrategia que prevé poder combatir a la vez contra dos grandes potencias (Rusia y China), dos intermedias (Irán y Corea del Norte) y un adversario “permanente” (terrorismo).

Además de lo anterior, el programa de modernización del arsenal nuclear, que viene desde la era Obama, consumirá la increíble suma de 1.600 billones de dólares (entendiendo aquí el billón al estilo europeo, como un millón de millones) en los próximos tres decenios: la planificación en el armamento nuclear se hace a muy largo plazo. No se ha encontrado el modo de utilizar el gran poder disuasorio del arma nuclear contra el cambio climático, y la previsible evolución de éste haría inútiles tantos esfuerzos para finales de este siglo si antes no se adoptan drásticas medidas, como escribí en la pasada semana.

Conviene alzar la mirada más allá de EE.UU., porque el gasto militar universal no parece haber sufrido los efectos de la crisis económica en muchos países. Rusia y China han venido aumentando sus presupuestos militares a la zaga de EE.UU. Japón adquirirá sus dos primeros portaaviones desde la 2ª G.M., más nuevos aviones y armas de última generación. Arabia Saudí invierte en armamento cerca del 9% de su cuantioso PIB y otros países alcanzan el 10% (Alemania, China, Corea del Sur, India).

La oferta armamentística no ha quedado rezagada respecto a la demanda y se ha extendido a nuevos horizontes: inteligencia artificial, ciberguerra y robótica avizoran provechosos espacios abiertos en los enfrentamientos bélicos.

Los grandes consorcios cuyos beneficios se basan en artefactos bélicos se frotan las manos y discuten estos días sobre si la agravación de alguna de las guerras en curso les sería o no beneficiosa: las guerras “pequeñas” les son muy provechosas, pero si crecen y se desmandan pueden crear obstáculos a la libre y caudalosa cascada de ganancias que esperan.

Así pues, amigo lector, de lo poco que puede asegurarse sobre 2019 es que el espectro de la guerra seguirá ensombreciendo el desarrollo de la humanidad. Y amplios sectores de ésta seguiremos buscando los resquicios por donde pueda aflorar la paz de la que tanto se habla con floridas palabras en estos días festivos.