En el comentario de la semana pasada en estas páginas digitales manifesté la desconfianza causada por la extrema rapidez con que el Gobierno de Netanyahu había atribuido a Hamás el secuestro y posterior asesinato de los tres jóvenes estudiantes de una escuela rabínica en Cisjordania.
También llamé la atención sobre la violencia con la que actuó desde un principio, incluso antes de descubrir el asesinato de los desaparecidos: apresando sin orden judicial, y presumiblemente torturando, a miembros de Hamás residentes en Cisjordania, registrando sus viviendas y encarcelándolos sin presentar acusaciones concretas. Una nueva -¿cuántas van ya?- y evidente violación de los más elementales derechos humanos.
El paso del tiempo vino a darme la razón. Hace pocos días, un portavoz del propio Gobierno israelí tuvo que admitir la incapacidad de probar que Hamás hubiera sido responsable del criminal hecho. Aún así, prosigue con la destrucción sistemática de Gaza por medios militares, destrucción que alcanza extremos inauditos con el criminal ataque a una central eléctrica, que deja a la sufriente población de la franja en unas circunstancias rayanas en lo inhumano. ¿Seguirá Obama opinando que se trata del derecho israelí a defenderse? ¿O empezará a sospechar que está apoyando ciegamente a lo que se revela como un Estado criminal?
De lo que inicialmente parecía ser una venganza por un hecho también criminal -reclamada airadamente por los sectores más radicales del judaísmo israelí, fieles adeptos a la ley del Talión-, pero aislado y limitado, lo que el propio Netanyahu acaba de denominar “guerra” ha pasado a tener como objetivo la destrucción general y sistemática de un pueblo y su territorio. Ya no se trata solo de derrotar militarmente a Hamás, eliminar los túneles por donde se proveía, destruir sus armas y matar a sus combatientes, sino de ejecutar un ejemplar castigo que aniquile los cimientos de la sociedad gazatí.
No menos aventuradas y malignas que las extraídas por el Gobierno israelí en el caso antes citado fueron las conclusiones que los principales medios occidentales extrajeron de la catástrofe del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, que el pasado 17 de julio se estrelló en tierras ucranianas causando cerca de 300 víctimas.
En este caso, un repaso de los principales diarios del mundo mostró desde las primeras horas unos rasgos de histeria y prejuicio muy poco compatibles con la seriedad y el crédito que merecen algunos de ellos. Incluso antes de que los cadáveres fueran encontrados y retirados del lugar de la catástrofe, sin haber examinado los restos del avión y sin saber todavía por qué se había estrellado, la élite mediática de Occidente hacía resonar los tambores de guerra denunciando un “nuevo crimen de Putin”. Que en marzo pasado otro avión de la misma compañía hubiera desaparecido, en muy extrañas circunstancias, ni siquiera produjo la lógica curiosidad presumible en los profesionales de la información, porque ya había un culpable predesignado: el presidente ruso.
Después, la lluvia de informaciones contradictorias y apresuradas -sin esperar siquiera a conocer los datos rescatados de las cajas negras del avión- volvió a poner de relieve la escasa calidad informativa de muchos medios tenidos por responsables; más aún, la anexión rusa de Crimea se cernió funestamente sobre este nuevo problema exacerbando los ánimos, inventando o exagerando las posibles responsabilidades de unos y otros e ignorando el indispensable Quid prodest? (¿a quién beneficia?) sin el que cualquier análisis político se pierde entre brumas, y exigiendo una vez más -¿cuántas van ya?- fuertes sanciones contra Rusia.
Los satélites estadounidenses, que en su momento fueron incapaces de descubrir dónde o cómo había desaparecido el vuelo MH370 de la misma compañía, presumiblemente hundido en el océano Índico, resulta que ahora son capaces de conocer con precisión el vuelo del misil que derribó al MH17. Son también fuentes de EE.UU. las que distribuyen unas confusas imágenes de satélite que pretenden demostrar que desde territorio ruso se atacó a las tropas ucranianas activas en el sureste rebelde.
¿Han olvidado esos medios de comunicación la vergonzosa demostración que ante el Consejo de Seguridad hizo Colin Powell en febrero de 2003, demostrando (?) la existencia de armas de destrucción masiva en Irak mediante un atractiva presentación audiovisual, preparada con Power Point por la CIA para esa especial ocasión en que convenía engañar a toda la comunidad internacional? Como “pruebas irrefutables e innegables” fueron estimadas por aquellos a los que interesaba una nueva guerra en Oriente Medio.
Todo indica que sí lo han olvidado, cuando están dispuestos a aceptar a ciegas cualquier información que satisfaga sus prejuicios políticos en este cambiante y violento escenario internacional en el que -como es ley histórica- reinan el engaño y la confusión (sobre todo, entre los que prefieren dejarse engañar y confundir), y donde disponer de un “malo” que satisfaga las condiciones requeridas (Hamás para unos, Putin para otros) proporciona la necesaria tranquilidad de espíritu para seguir con los negocios que prosperan siempre que huele a guerra o redoblan los tambores
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva