El 1 de septiembre de 1974, once jefes y oficiales – uno más no pudo asistir por estar revalidando el título de paracaidista – abandonaban la casa del ya comandante Guillermo Reinlein, en el número 29 de la entonces calle de General Mola número 29 de Barcelona. Diez pertenecían a la guarnición de Cataluña. Dos a la de Madrid y habían sido convocados por Julio Busquets. Salían de dos en dos como máximo y con recelo. Aquel atardecer acababan de entrar en la clandestinidad y fundado la Unión Militar Democrática (UMD). Como diría el propio Reinlein años más tarde, “Unión, porque éramos compañeros; Militar, porque era nuestra fe; Democrática, porque queríamos que los españoles dejaran de ser súbditos, para ser ciudadanos “
A partir de ese momento, los acontecimientos se desarrollaron de forma vertiginosa para esos doce mandos de Ejército y para el más de un centenar de Tierra, Mar y Aire y Guardia Civil, que se afiliaron a la UMD. A finales de ese año 1974 se celebró una asamblea en Madrid. Contabilizaron 85 comprometidos. Se organizaron en grupos locales, se nombraron ejecutivas regionales y la nacional, se aprobaron documentos, medidas de seguridad, planes de formación y se proyectaron otras acciones. Desde un principio quedó claro que la situación en Portugal, nacida tras el 25 de abril, era muy diferente a la de España y bajo ningún concepto se apostó por una intervención militar. Como diría José Fortes, fundador de la UMD en Galicia, se trataba de “echar agua en la pólvora de los militares golpistas.
Se tomó contacto con los líderes de los partidos políticos en la oposición, con militares portugueses y franceses – con resultados muy diferentes – y con la Casa Real, con dos entrevistas en Suiza con Don Juan, padre del entonces Príncipe de España, Juan Carlos. Don Juan nos transmitió su simpatía y lo hizo años más tarde cuando me fue presentado más tarde por Jaime Miralles, abogado que quiso defender a la UMD y lo hizo siempre. Curiosamente, sería el propio Juan Carlos quien, a través del Duque de Arión, tomó contacto con un dirigente de la UMD y le preguntó si apoyarían un golpe de fuerza del príncipe, entonces Jefe de Estado en funciones, si Franco se curaba y quería volver al poder. No hubo ocasión de responder. Franco entró en barrena y no hubo más encuentros.
También tomamos contacto, contra nuestra voluntad, con los servicios secretos. Los del SECED, antepasados del CESID y del actual CNI, se dieron cuenta de que éramos autónomos y quedaron a la observación y la espera. Los servicios de información militar nos persiguieron con gran pertinacia, utilizando agentes propios, policía y Guardia Civil, bajo la dirección del entonces coronel José Sáez de Tejada.
Como consecuencia de todo esto, según supimos más tarde, se convocó una reunión en Madrid de varios generales, para hablar de la UMD. Una propuesta de matar y dejar pruebas falsas de nuestra relación con terroristas, en una reunión detectada para el 21 de julio – estamos ya en 1975 – fue rechazada, sobre todo por la actitud en contra de Jaime Miláns del Bosch. Pero, tras un parte militar de este general, los servicios secretos de Sáez de Tejada se pusieron en marcha para, en la madrugada del 29 de julio, iniciar las detenciones de nueve jefes y oficiales de la UMD.
Las cosas comenzaron a cambiar. La actuación en el exilio del portavoz de la UMD, capitán de Aviación, José Ignacio Domínguez, audaz y decidida, con el apoyo de los capitanes de abril de Portugal, fue decisiva para que la UMD saliese a la luz pública en el extranjero primero y en España, después. Las vicisitudes en hasta seis prisiones militares – con un aislamiento repugnante del comandante Luís Otero – dan para un libro y se escapan a los objetivos de estas líneas. Sólo recordar que de un total de catorce, nueve fueron expulsados de las Fuerzas Armadas y cumplieron prisión. En cuanto al juicio, Jaime Miralles lo resumió con estas palabras: “El honor estaba en el banquillo”
Con la llegada de la democracia, las cosas no cambiaron mucho para los hombres de la UMD. Fueron excluidos de la amnistía de octubre de 1977 – a la que si se acogieron personas con delitos de sangre – a pesar de que la organización se había auto disuelto en junio. Los miembros no procesados, más de un centenar, fueron perseguidos y postergados durante años. Y los políticos se doblegaron por miedo a las exigencias de unas Fuerzas Armadas dominadas por los golpistas. Hasta 1987, no llegó una Ley de amnistía que, como se vio luego, estaba bastante descafeinada. A los expulsados se les permitió volver a las Fuerzas Armadas, pero se les “invito” a pasar a la reserva negando la posibilidad de obtener cualquier destino.
Algunos diputados socialistas – Carlos Sanjuán y Rafael Estrella – intentaron que el Congreso y el Gobierno reconocieran la labor de la UMD. Pero el rodillo del PP una vez y la negativa del ministro socialista de Defensa otra, lo impidieron. No sería hasta 2009, con Zapatero en el Gobierno, cuando un acuerdo de socialistas con Gaspar Llamazares, de IU, se aprobara una proposición no de Ley que más tarde se convirtió en una declaración institucional del Gobierno reconociendo la labor de la UMD, y la imposición, por parte del la ministra de Defensa, Carme Chacón, de medallas al mérito militar y aéreo a los catorce procesados por haber pertenecido a la UMD, nueve de ellos expulsados. Habían pasado cerca de 36 años.
Los analistas, ya historiadores, cuando valoran lo que significó la UMD en la llegada de la democracia, casi coinciden en que, pocos, porque es cierto que no fuimos muchos, los hombres de la UMD crearon un sentimiento de inseguridad en los mandos militares que le dio margen a Suarez para su acción política. Durante unos años, la pólvora golpista se mojó. Si fue así, si fue suficiente, valió la pena. Creo que todos los “úmedos” lo volveríamos a hacer
Fernando Reinlein es Teniente Coronel de Infantería retirado y periodista. Fue expulsado del ejército por pertenecer a la UMD.