Tres problemas para Obama

Con renovados ánimos, según se deduce del discurso pronunciado en Chicago cuando se supo vencedor, Obama se va a enfrentar a viejos y nuevos problemas que habrá de encauzar o resolver durante los próximos cuatro años. Los más acuciantes para él se refieren a cuestiones de política interior, que son las que han movido al electorado. Pero el resto del mundo no permanece ajeno al modo como Obama aborde las relaciones internacionales, con la esperanza de que corrija algunas desviaciones entre su actuación durante el primer mandato y los propósitos e ideales que tan ilusionadamente expuso en la campaña electoral de 2008.

Tres asuntos vinculados entre sí, que afectan muy seriamente a la política exterior de EE.UU., esperan en la agenda de Obama: el problema de la ocupación israelí de Palestina, la guerra contra el terrorismo y el programa iraní de energía nuclear. Apenas han sido objeto de discusión en el enfrentamiento electoral entre Obama y Romney. No solo han estado ausentes del debate sino que han sido expresamente diluidos en una vaga nube de imprecisos contornos que a nada compromete. Sobre ellos apenas discreparon ambos candidatos, hasta el punto de que, en un debate, Obama interpeló así a Romney: “Gobernador: usted dice las mismas cosas que decimos nosotros, pero las dice gritando más”.

No gritaba Romney cuando en su conocida intervención en Boca Raton explicó cómo afrontaría él la cuestión palestina: “Aspiramos a cierto grado de estabilidad, pero reconocemos que este problema seguirá sin resolverse… Esperemos que, con el tiempo, suceda algo que lo solucione”. Obama no lo dijo así, pero su política respecto al pueblo palestino no ha sido muy distinta del audaz programa del candidato republicano, basado en que “suceda algo”. Para que no quedaran dudas, Romney aclaró: “La idea de forzar a los israelíes para que cedan en algo, a fin de que los palestinos actúen, es la peor idea del mundo”. En los cuatro años transcurridos, Obama no ha actuado de otro modo, aunque al comienzo de su presidencia sus palabras apuntaran en otra dirección.

La guerra contra el terrorismo ha sido tenazmente proseguida por Obama mediante los comandos de operaciones especiales y el uso repetido de los drones, para cazar a los terroristas y a los que aparentaran serlo, asesinando a un buen número de personas, miembros de Al Qaeda unas y víctimas inocentes de los errores “colaterales” otras. Podría decirse que los drones han venido a sustituir a los ignominiosos métodos de interrogación ampliada (alias tortura) habituales durante la presidencia de su antecesor, pues los han hecho innecesarios. Un terrorista muerto poco tiene que declarar y causa menos problemas que si es apresado.

Por último, el obstáculo que se presenta más formidable al “renovado” Obama es el de restablecer unas relaciones racionales con la República Islámica de Irán, que no dependan de la creciente paranoia por la seguridad del Gobierno israelí ni de la presión de los halcones del complejo militar-industrial de EE.UU.

Este obstáculo no es insignificante. Durante años, la opinión pública de EE.UU. (con el consiguiente eco en el resto del mundo occidental) ha sido bombardeada por medios de comunicación y por presuntos analistas estratégicos con la certeza de que Irán ha emprendido un programa para obtener armas nucleares, con las que atacar a Israel y a EE.UU. Cuando funcionarios de organizaciones internacionales y analistas independientes han discrepado de ese burdo análisis, la forma de rebatirlos ha sido recurrir al patrioterismo y al desprecio por las “débiles vías diplomáticas de un país [EE.UU.] en decadencia”, incapaz de resolver rápidamente por la fuerza cualquier problema, como en tiempos pasados.

Convendría recordar, para valorar mejor la situación, las mentiras que hubo que urdir en Washington para desencadenar la invasión de Irak, atribuyendo a Sadam Husein análogas intenciones agresivas a las del presidente iraní.
Entonces fue algo más difícil convencer con rapidez a la opinión pública de esa patraña; ahora es más sencillo hacerlo, tras la insistencia con la que aquélla ha sido condicionada para asumir la amenaza iraní.

También Obama ha contribuido a incrementarla, aprobando duras sanciones contra el régimen de Teherán, recurriendo a acciones de guerra cibernética y operaciones encubiertas y con el reforzado despliegue naval en el Golfo Pérsico. Ahora, de él dependerá el desarrollo de los acontecimientos. Si responde a las bravuconerías que a veces se profieren en Teherán con la vieja frase de “bombardearles hasta que regresen a la Edad de Piedra” (ya usada en Washington respecto a Irak primero y a Pakistán después), nada habremos avanzado. La cruda realidad es que ni a Irán, ni a EE.UU., ni por supuesto a Israel, puede beneficiarles el desencadenamiento de un nuevo conflicto bélico en el Medio Oriente, de impredecibles resultados y que, con toda seguridad, conduciría a una situación mucho más peligrosa que la posesión de armas nucleares por Irán. Es seguro que Obama también lo sabe, pero, como en los pasados cuatro años, no siempre ha podido obrar según sus convicciones. Esperemos que esta vez lo consiga.

Publicado en CEIPAZ el 21 de octubre 2012 – Descargar PDF