Sonría: mañana puede ser peor

Tras repasar los acontecimientos comentados en estas páginas durante el año que está a punto de acabar, es casi obligado recordar ese corolario de las “leyes de Murphy” que asegura que “Nada es nunca tan malo que no pueda empeorar”. Para no caer en el abatimiento que genera tan desesperanzado pensamiento, se recomienda recurrir a la también llamada “filosofía de Murphy” que aconseja: “Sonría: mañana puede ser peor”.

Tal sensación de pesimismo e imprevisibilidad procede de constatar que el mundo está hoy sumido en una compleja crisis de la que cuesta ver señales de recuperación. Crisis no solo económica -aunque sea la más visible- sino enrevesadamente compleja, en la que se entremezclan varios factores universales. Entre los más destacados de éstos, están los siguientes:

– la irrefrenable hegemonía del poder financiero sobre el político;

– el descrédito de la política y sus instituciones, consecuencia de lo anterior;

– el renacer de las ideologías xenófobas y neofascistas, para llenar los vacíos causados por el citado descrédito;

– la evolución del poder de China y su pugna para situarse entre las grandes potencias;

– el imparable cambio climático;

– la interminable guerra universal contra el terrorismo, ahora con nuevos medios: drones y fuerzas especiales;

– la desigualdad entre países ricos y pobres, y entre ciudadanos de un mismo país.

Ante este panorama, pasan a un plano inferior de peligrosidad los conflictos internos españoles que tanto nos preocupan y que oscurecen nuestro futuro inmediato: la arraigada y extendida corrupción, la obsolescencia e inadecuación del texto constitucional, la debilidad e inoperancia de nuestra democracia, el difícil encaje en el Estado de algunos pueblos que lo integran, la incomprensible actuación de ciertas instituciones básicas del Estado, el auge de los fanatismos políticos y religiosos y, quizá sobre todo ello y como factor agravante, el frecuente recurso a actitudes extremas y polarizadas, que dificultan el entendimiento razonado entre conciudadanos y evocan el espeluznante “Duelo a garrotazos” de Francisco de Goya, la lucha fratricida entre españoles que algunos parecen empeñados en reavivar.

Pero del mismo modo que en tiempos de la Guerra Fría se comentaba que hubiera bastado la amenaza confirmada de una invasión de malignos seres extraterrestres para convertir a Washington y Moscú en firmes aliados frente al peligro desconocido, los problemas internos españoles, por graves que parezcan, palidecen ante los que nos aquejan en tanto que somos parte de la humanidad.

No voy a extenderme sobre la peligrosidad de los puntos arriba resumidos, que los lectores bien conocen. Todos ellos pueden incidir negativamente en nuestra vida cotidiana. Así, por ejemplo, la lucha continua contra el terrorismo, que perdura aunque en forma más encubierta (mediante drones y operaciones de asesinato supuestamente selectivo) que cuando la dirigía el iluminado Bush invadiendo alocadamente países de Oriente Medio, está aterrorizando a los pueblos de la región, radicalizándolos y exacerbando su odio hacia Occidente, con lo que se dan nuevas alas al terrorismo. Esto configura un orden mundial muy peligroso, y los dirigentes políticos que gobiernan esa lucha y los medios de comunicación que los apoyan se están convirtiendo en la verdadera amenaza para nuestra seguridad. Apostar por una seguridad absoluta a cambio de vulnerar los más elementales derechos humanos solo conducirá a la humanidad a vivir arrodillada ante el poder, y a éste, a actuar sin freno ni limitaciones. La democracia será la víctima principal.

Repercusiones no menos negativas puede tener en nuestra vida el conflicto que en el Extremo Oriente enfrenta al gigante chino con algunos de los países vecinos. Precisamente en 2014 se va a conmemorar el inicio de aquella Primera Guerra Mundial que desangró a Europa y que se desencadenó por una pugna, inicialmente local y delimitada, de agresiva emulación entre grandes potencias que competían por la hegemonía y que nadie supo prever a tiempo y desactivar. Sus consecuencias aún perduran.

Perspectivas tan poco halagüeñas, sin embargo, no deben inducir al desánimo o a la inacción. La capacidad de recuperación que las democracias han demostrado en el último siglo ante unas graves crisis que acabaron con imperios, monarquías y dictaduras, abren un camino a la esperanza. Pero será necesaria una “radical” renovación del auténtico espíritu democrático para hacer frente al cúmulo de problemas que nos aquejan; una limpieza de las “raíces” de la democracia, despojándolas de las nefastas excrecencias que han ido corrompiéndolas. Una vez más, todo parece indicar que habrán de ser los ciudadanos corrientes los que hayan de tener la última palabra, ya que muchas de nuestras envejecidas y anquilosadas instituciones políticas se muestran incapaces de hacerlo.