Sabotajes en los Nord Stream

Publicado en infolibre.es

El 24 de febrero de 2022, la Guerra de Ucrania entre la OTAN y Rusia entró en su fase auténticamente bélica (guerra en Ucrania) cuando las tropas rusas invadieron (“operación militar especial” ¡y tan especial!) el territorio de este país.

La reacción euro-estadounidense fue inmediata y enérgica en una doble vertiente. Interviniendo, por un lado, en la guerra en Ucrania, incrementando –porque ya se venía haciendo desde 2014 e incluso desde 2005– la ayuda y sostén económico y en armamento, adiestramiento, logística y, sobre todo, inteligencia estratégica y táctica, a las autoridades y a las Fuerzas Armadas ucranianas. Y, por otro, intentando aislar a Rusia internacionalmente y sometiéndola a un progresivo y cada vez más endurecido régimen de sanciones financieras, comerciales, económicas y personales, en el que el comercio de los fósiles energéticos, petróleo y gas, de los que Rusia es (¿era?) proveedora y los países europeos consumidores, juega un papel primordial.

Dentro del esquema de abastecimiento petrolero-gasístico ruso a los países europeos, los gasoductos submarinos de gas natural conocidos como Nord Stream 1 y 2, que trasladan este gas a través del mar Báltico desde Biborg (Rusia) hasta Greifwald (Alemania), son la última joya, ya que son la alternativa, más competitiva y menos problemática geopolíticamente, a los gasoductos subterráneos que aportan el gas a través de Bielorrusia y Ucrania hasta Italia, Austria y Alemania y otros países europeos a través de diferentes ramales y, en última instancia, hasta el Reino Unido bajo el mar del Norte.

El primero (Nord Stream 1) empezó a funcionar en 2011 (tubería A) y 2012 (tubería B) con una capacidad de suministro de 5 mil millones de m3 de gas anuales; el segundo (Nord Stream 2), también con dos tuberías A y B y la misma capacidad, se finalizó en septiembre de 2021, pero sin que haya llegado a entrar nunca en funcionamiento. Ambos han sido construidos por el consorcio Nord Stream AG, que es asimismo su operador, promovido por los gobiernos de Alemania y Rusia y con sede en Suiza.

Pero los gasoductos y oleoductos Rusia-Europa, entre ellos y principalmente éstos, siempre fueron mal vistos por Estados Unidos, desde que se iniciaron las conversaciones en 1981 entre la Alemania del socialdemócrata Schmidt y el soviético Chernenko sobre la posibilidad de provisión de hidrocarburos rusos a Alemania. El entonces presidente Reagan no solo presionó para que no se llegase a ningún acuerdo, sino que incluso amenazó con retirar las tropas estadounidenses de Alemania. La sangre no llegó al río y entre 2004 y 2009 se empezaron a firmar contratos de abastecimiento a través de los entonces todavía en construcción Nord Stream, aunque según las memorias del ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Thomas Reed, llegó a haber voladuras incontroladas en las obras iniciales cerca del territorio ruso (¿accidente, antecedente de los actuales sabotajes, episodio propagandístico inventado?). Contratos que obligan a Dinamarca y Reino Unido hasta 2026 y a Alemania hasta 2030.

En enero de 2006 y como consecuencia del golpe de Estado popular en Ucrania, inducido y sostenido por Estados Unidos y la Unión Europea, que derroca al recién elegido presidente paneslavista Yanúkovich, Rusia decide vender el gas a Ucrania, territorio de paso del gas hacia otros países europeos, a precio de mercado y no al precio subvencionado hasta entonces. Se produce el consiguiente desabastecimiento de gas en Europa, del que Rusia (“Ucrania roba gas”) y Ucrania (“Rusia no bombea”) se culpan mutuamente. El acuerdo alcanzado entre ambos Gobiernos el 4 de enero de 2006, con mediación europea, provoca la destitución del Gobierno por el Parlamento ucraniano. Similares crisis por el paso del gas ruso por Ucrania se repetirán en 2009 y septiembre de 2021.

en este ambiente enrarecido es en el que se llega a la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, al establecimiento de sanciones a Rusia, al uso del petróleo y el gas como arma de guerra por Rusia, a la definitiva negativa alemana a activar el Nord Stream 2 y al cierre alemán del Nord Stream 1 en septiembre de 2022. Es decir, a la temida posibilidad de desaprovisionamiento energético en Europa, que, aunque mantiene unas reservas del 90% y ha reducido su dependencia del gas ruso del 41% anterior a la invasión de Ucrania al 7’5%, lo paga a un 200% más caro y ve acercarse el invierno, desunida y en plena crisis económica (aún no recuperada de la de 2008 y de la de la pandemia de la Covid-19).

Una guerra en Ucrania llena de incertidumbres. No se resolvió mediante una victoria militar rusa con operación relámpago, como al principio se creyó que podría suceder, y el masivo apoyo a Ucrania, principalmente estadounidense, en inteligencia estratégica y táctica y artillería de largo alcance especialmente, parece haber equilibrado en cierta forma las fuerzas, haciendo aparecer el espectro de una prolongación indefinida de la guerra que continuase ahondando, convirtiéndolo en insoportable, el desaprovisionamiento energético europeo, ablandando la voluntad europea de resistencia e inclinándola en favor de algún tipo de solución negociada.

Y, de pronto, el 26 de septiembre de 2022 las estaciones sísmicas de los países nórdicos detectan una potente explosión en el mar Báltico, que resulta ser una ebullición de 30 metros de diámetro que despide gas, justo en el lugar por donde discurre la tubería B del Nord Stream 2. Explosiones que se repiten el día 27 en las tuberías A y B del Nord Stream 1 y el día 29, de nuevo en la tubería A del Nord Stream 1. Alguien está saboteando los gasoductos, pero ¿quién? y ¿por qué? Según Gazprom (3 de octubre de 2022) la tubería B del Nord Stream 2 no ha sido afectada, todavía podría funcionar, y la presión en las tuberías afectadas se ha estabilizado y las filtraciones de gas se han detenido. El problema medioambiental ha quedado sensiblemente reducido.

Tres posibilidades al quién y al porqué: Rusia, algún país europeo o Estados Unidos. Acudamos a Agatha Christie: ¿quién se beneficia? ¿a quién interesa?

Ciertos indicios aconsejan descartar a Rusia. No son sabotajes fáciles y menos aún en una zona y en un momento de extraordinaria vigilancia y control por los países ribereños y la OTAN (que ha doblado su presencia militar en el Báltico y en el Mar del Norte desde el inicio de la guerra en Ucrania). No necesita meterse en ese berenjenal para suspender el flujo del gas ya que es quien lo aporta y con no hacerlo tendría bastante, como de hecho lo ha estado haciendo como medida de presión en varias ocasiones a lo largo de esta crisis alegando motivos técnicos: “labores de mantenimiento”, “fugas de aceite”, “averías que no pueden repararse debido a las sanciones impuestas a Rusia”, etc. Aunque esté vendiendo el gas a los países europeos ahora más caro y esté encontrando compradores sustitutos, ni en estos momentos ni mucho menos en el futuro, Rusia va a encontrar mejores clientes que los ricos y próximos países europeos.

De los países europeos con capacidad naval para poderlos llevar a cabose podría pensar, dadas sus posturas y actitudes en todo el entramado de la triple crisis (la geopolítica OTAN-Rusia, la bélica Rusia-Ucrania y la energética Unión Europea-Rusia) y sus posibles intereses en debilitar y anular internacionalmente a Rusia, en el Reino Unido y en los países escandinavos. El 4 de octubre de 2022, la operadora de los gasoductos del Báltico, el citado consorcio Nord Stream AG, acusa a Suecia, Dinamarca y Noruega de obstaculizar la revisión y reparación de las tuberías dañadas. Las autoridades suecas habrían impuesto la prohibición de navegación, anclado, trabajos de buceo o uso de submarinos en el área de los escapes de gas, mientras Dinamarca y Noruega retrasan sin explicaciones la concesión de los permisos solicitados. Algo que permite pensar si además de autores materiales, no habría que tener en cuenta además la posibilidad de existencia de encubridores o colaboradores de los actos y/o consecuencias de los sabotajes.

Estados Unidos es, por su parte, y desde antiguo como ya se ha señalado, el mayor crítico y oponente al abastecimiento ruso de gas (y otros hidrocarburos) a los países europeos. Una oposición especialmente dura y significativa en el caso de los Nord Stream y de la posible apertura del 2 a pesar de estar ya construido y operativo. Recordemos las declaraciones del presidente Biden en febrero de 2022, pocos días antes de la invasión rusa: “Si Rusia invade Ucrania, no habrá más Nord Stream 2”, contestando a la periodista que le pregunta “pero ¿cómo podrían hacerlo?” con un escueto y enigmático “les prometo que seremos capaces de hacerlo”. Pocos días después, tras la invasión, Estados Unidos imponía sanciones al consorcio ruso-germano Nord Stream AG.

¿Podría ser el evitar la interdependencia energética, y en consecuencia geopolítica, entre Rusia y Alemania uno de los motivos de la presión estadounidense para que la OTAN decidiese dar a entender a Ucrania que su ingreso en ella no sería obstaculizado, sino más bien favorecido, a pesar de, o precisamente por, las advertencias rusas?

Estados Unidos, por otra parte, parece ser el gran beneficiario comercial y político de la ruptura energética y política entre Rusia y los países europeos. Actualmente hay un compromiso estadounidense de exportar a Europa quince mil millones de metros cúbicos de gas. Si los Nord Stream no volviesen a operar, esta cifra aumentaría a cincuenta mil hasta 2030, siempre y cuando se pudiese poner de nuevo en funcionamiento a tiempo la planta de exportación de gas natural licuado de Freeport (Texas) tras el accidente sufrido el pasado mes de junio de 2022. Quizás incluso detrayendo de sus propias necesidades, al ser el gas natural licuado más económico que el procedente de extracción por fracking.

Pero, si detrás de los sabotajes estuviera la mano estadounidense, ¿sería una advertencia a Rusia o a Alemania? ¿o a las dos?

Por otra parte, este sabotaje ya no es el único. Desde entonces, 26-29 de septiembre, los ha habido también en el puente sobre el estrecho de Kerch, que une la Rusia continental con la península de Crimea, en los ferrocarriles del norte de Alemania (ambos el mismo día, 8 de octubre) y en el oleoducto Druzhba (11 de octubre) a su paso por Polonia. ¿Casualidades, comandos de operaciones especiales en acción, acciones encubiertas de servicios de inteligencia?

Estos son los hechos y las circunstancias, pero desgraciadamente se ha perdido el último capítulo de la novela de Agatha Christie y nos hemos quedado sin saber con certeza quién es el quién y cuál es el porqué. Lo que no debe ser óbice para que cada uno saque sus propias conclusiones y obtenga sus propias respuestas. Ojalá que algún día se encuentre ese último capítulo perdido y podamos confirmar o desechar nuestras sospechas.

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