Religión…ciencia…política…

 

Publicado en Republica.com

Visité en mi juventud, allá por los años cuarenta del pasado siglo, un pueblecito navarro donde se guardaba una original tradición. Si la “pertinaz” sequía amenazaba con arruinar las cosechas, se bajaba en procesión la estatua del santo patrón desde su altar hasta el seco cauce del riachuelo que contorneaba el pueblo y regaba sus tierras. Y allí se la dejaba abandonada bajo el puente, hasta que lloviese o hasta que el río trajera agua desde la montaña.

Era un asunto de pura ortodoxia religiosa. Todo santo patrón es, por definición, el intercesor entre la divinidad que envía la lluvia y el pueblo que la necesita; si no cumple bien su misión, merece ser advertido de su ineficacia para atender las súplicas de sus devotos.

Dios era allí el responsable de enviar la lluvia; pero también se le ha venido atribuyendo la capacidad de castigar el mal comportamiento de sus fieles con epidemias, terremotos, plagas de langosta, rayos y otros fenómenos naturales. Cuando a mediados del siglo XVIII Benjamin Franklin inventó el pararrayos, el clero lo condenó como un intento impío de frustrar la voluntad divina, privándola de la posibilidad de lanzar todos los rayos que deseara. Los viejos artilleros recordamos la leyenda del rayo que fulminó a Dióscoro por haber asesinado a su hija, Santa Bárbara, patrona de artilleros y gentes de la minería.

La pandemia de la Covid-19 ha dado definitivamente al traste con esas viejas mitologías. Hasta las jerarquías eclesiásticas aceptan hoy las limitaciones que la ciencia sanitaria les impone para celebrar actos de culto religioso sin riesgo de propagar la infección. Los fenómenos naturales ya solo son abordados desde las ciencias y no desde las religiones. Las casullas, sotanas, velas e incensarios con los que antaño se acudía a aplacar a las divinidades irritadas han dado paso a las batas de los médicos y del personal sanitario, a los complejos aparatos que ayudan a sostener la vida de los pacientes en las UCI y, en general, a la ciencia que desarrolla con ese fin todos sus recursos.

Una ciencia que, al contrario de las rigideces teológicas, nunca tiene certezas sino que se mueve por aproximaciones reales a los fenómenos físicos. Toda ciencia evoluciona al compás de los nuevos descubrimientos, acercándose así en lo posible a la realidad de los hechos que pretende abordar y eludiendo entelequias metafísicas.

Esto no impide que siga activo el mecanismo de defensa que son las religiones ante el hecho ineludible de la muerte y que cada persona busque por su propios medios el alivio a la angustia de la “finitud” humana, por usar la expresión tan querida por el “viejo profesor” (Enrique Tierno Galván).

Cuando se trata, pues, de vencer la amenaza mortal de una pandemia, corresponde al individuo manejar sus inquietudes íntimas del modo personal que mejor le satisfaga y al Estado financiar la ciencia que se desarrolla en las escuelas de medicina y en los laboratorios farmacéuticos.

Lo que ya en todo punto resulta irracional es recurrir al activismo político para afrontar la amenaza que supone el SARS-CoV-2, como está ocurriendo estos días en España. Las manifestaciones callejeras impulsadas por los partidos de extrema derecha, ondeando banderas y profiriendo insultos contra los gobernantes legítimamente investidos, es el peor modo de afrontar el peligro que supone hoy la pandemia que nos amenaza.

El director del Instituto de Virología de Berlín, al ser preguntado por qué Angela Merkel ha sido alabada por su capacidad de liderazgo durante la crisis, respondió así: “Está muy informada. Ayuda mucho que ella sea científica y sepa manejar los datos”. Y añadió a continuación: “Quizá una de las características más destacadas de un buen líder es que no esté utilizando la situación actual como una oportunidad política” [Cursivas de A.P.]

La áspera y bronca pugna política que desconcierta hoy a muchos españoles, entre una oposición que trata sobre todo de derribar al Gobierno y un Gobierno que para tomar decisiones tiene que basarse en los siempre variables parámetros de una ciencia que pisa terrenos desconocidos, es lo que parece impedir que la crisis del coronavirus se resuelva en España con un doble éxito: vencer la pandemia reduciendo su mortalidad y unir a los conciudadanos en un objetivo común: salvar las vidas de nuestros compatriotas. Objetivo que debería sobrepasar cualquier enfrentamiento partidista.