Con el motivo del triste fallecimiento de nuestro compañero y amigo José Miguel Bouza Carballeira, desde el FMD queremos recuperar un artículo por él publicado en el Diario 16 en su edición de 8 de enero de 1979 a raíz de los acontecimientos ocurridos unos días antes.
El 3 de enero de 1979 fue asesinado por ETA el gobernador militar de Madrid, el General Constantino Ortin. Durante su funeral corpore insepulto en el patio del Cuartel General del Ejército, al que asistió el Ministro de Defensa Gutiérrez Mellado, los asistentes, la mayoría jefes y oficiales de las tres armas, abuchearon al Ministro, llamándole traidor. Se calificó el acto como una manifestación de militares contra la democracia. En la Pascua Militar, el Rey felicitó al Ministro e hizo un llamamiento a la disciplina. El 11 de enero dimitió el General Bartret, de la Policía Armada, investigado por los incidentes, iniciando una maniobra de desestabilización muy grave, ya que fue seguida de otras dimisiones y auspiciaban una acción de los militares seguidores.
Nuestro más sentido homenaje, descansa en paz compañero.
Uno sabe que se encuentra inmerso en la situación social que pretende observar y analizar. Se es parte del hecho objeto de estudio. De ahí la necesidad de esforzarse por ver el grupo al que se pertenece como si no se estuviera en él. Tal posibilidad, si existe, es condición privativa o, al menos, más común, en las personas de mayor formación, conocimiento y experiencia.
Dentro de las Fuerzas Armadas las cualidades culturales citadas se dan en forma paralela al grado jerárquico; esto es indudable. Los estudios académicos iniciales, los de perfeccionamiento posteriores y la práctica profesional se van acumulando en las personas, con el paso del tiempo, cultivándolas. Así pues, la condición de objetividad la deberían poseer los jefes más cumplidamente que los oficiales, estos más que los suboficiales, etcétera.
Las circunstancias ambientales configuran un marco de acción, que no siempre es el más adecuado para la reflexión reposada, tan precisa para formar juicios ajustados y para actuar racionalmente. Sabemos bien los militares que la función para la que existe la carrera de armas debe realizarse en situaciones de emoción extrema, en el combate. Lo sabemos tan bien, que nuestra preparación en la paz pretende obviar las circunstancias que puedan empujarnos hacia la irracionalidad, en los momentos difíciles.
Disciplina intelectual
Llamamos disciplina al conjunto de normas de comportamiento que dan eficacia a la acción respecto del objetivo. Aprendemos que la más dura disciplina es la intelectual. Someter el propio pensamiento al pensamiento ajeno de los superiores es exigencia que nos obliga a vigilar constantemente nuestra emotividad para encauzarla; de lo contrario, la acción conjunta podría desviarse de su objetivo, del bien supremo de los ejércitos, del mandato constitucional a las Fuerzas Armadas, de la defensa de la Patria. “Por encima de la disciplina está el honor” es una afirmación muy acertada, pues aquélla es un elemento componente del espíritu de servicio con el que se mide la honra del militar. Sin disciplina no hay honor.
En nuestros reglamentos no hay lugar para la desobediencia. Sí lo hay para la hazaña. El militar, en ausencia de órdenes superiores, tiene que encontrar sentido a la acción, porque la inactividad nunca está justificada.
Realidad militar
Lo expuesto hasta aquí, pretendidamente aséptico, sin otro juicio de valor que la intención con la que he tomado la pluma, no representa nuestra realidad militar. En la Pascua que recientemente celebramos, el dolor se metió en la Institución vistiendo ropajes ideológicos encima del uniforme militar. También nosotros poseemos ideología
política, por supuesto, aunque personal y corporativamente estamos obligados a la neutralidad en lo partidario, lo que no se cumple en todos los casos.
Según la Constitución democrática que rige España, no hay otra actitud legal, para las Fuerzas Armadas, que la subordinación a la soberanía popular y la obediencia a las autoridades legítimas. La neutralidad ante los partidos políticos nos obliga.
Antes no era así. En el régimen anterior no estaba mal visto que los militares comulgaran con el partido único, dada su función de columna vertebral. Hoy ya no. El pueblo se vertebra a sí mismo, de él emana el poder, se articula por ideologías y delega en las instituciones democráticas que sufraga con su trabajo. A este pueblo tenemos que servir, porque él es, esencialmente, la Patria.
Desafortunadamente no lo entienden así unos pocos militares. Una minoría de aquellos que, por su grado jerárquico, se les supone la capacidad para comprender la realidad que vivimos y, sin embargo, no la comprenden. Hay que decirlo con claridad, forman el residuo que nos ha dejado la dictadura. Es el pequeño grupo, muy próximo a la extinción, al que mira el terrorismo en sus provocaciones y el destinatario de las incitaciones inciviles el fascismo.
Fidelidad a la milicia
Por falta de disciplina, estos perturbadores no se pueden considerar profesionales. La primera condición de la profesionalidad es conocer y ser fiel a los fines patrióticos de la milicia. Estos no la cumplen. Están engañados con unos fines que, todo lo más, son de partido.
La mayoría de los oficiales y suboficiales, en cambio, asumen las convicciones democráticas por las que deben guiarse las concepciones castrenses legítimas. Esta es la verdad, aunque en ocasiones aparezca ensombrecida por resonancias desafinadas. Nuestras Fuerzas Armadas han recuperado el norte que les faltó.
No debo omitir en este testimonio intencionado un cariñoso recuerdo a unos compañeros que, en ausencia de órdenes, comenzaron por propia iniciativa la implantación de las concepciones que hoy asumimos con orgullo otros muchos. Se trata del comandante Luis Otero Fernández y ocho compañeros más, separados de los Ejércitos por haber sido miembros de las Unión Militar Democrática (UMD). Desde esta tribuna pública, desde la que me es permitido expresarme por el régimen de libertades que disfrutamos, mi agradecimiento a quienes me enseñaron a dar sentido a la profesión militar.
Coronel de Infantería de Marina. Fue miembro de la extinta UMD y un referente en la Armada de dicha organización. Socio-fundador del FMD.