Política de Defensa: España y la OTAN

Publicado en Nuevatribuna.es

La cuestión, hoy día, ya no es “OTAN sí, OTAN no”. Ya estamos en la OTAN y bien asentados. Y desde ese punto hay que partir. Las preguntas que, quizás, haya que hacerse hoy día son más bien: OTAN ¿para qué? y OTAN, ¿hasta dónde?

La pertenencia a la OTAN tiene la enorme ventaja de que es una magnífica escuela para la formación y actualización de los cuadros de mando, especialmente en lo que se refiere al funcionamiento de cuarteles generales y a las novedades técnicas en armamentos y equipos.

Pero todos sabemos que la OTAN tiene un primus inter paresEstados Unidos, de tendencia histórica al hegemonismo desde hace dos siglos, que actúa a su aire cuando conviene a sus intereses, pero que siempre intenta arrastrar, de una forma u otra, a sus socios en la Alianza (del Atlántico Norte). Con bastante éxito, por cierto, en términos generales.

España ha desplegado fuerzas militares en Afganistán, Irak y Turquía, lugares donde la guerra y los atentados terroristas continúan

De entre los muchos frentes que tiene abiertos en estos momentos la gran potencia, hay dos principales en los que han logrado involucrar a la OTAN, como organización o como coalición de países aliados: Rusia y la guerra contra el terrorismo, en los que, de una forma u otra, está implicado todo el Próximo y Medio Oriente.

Frentes, a los que España se ha visto arrastrada militarmente con fuerzas desplegadas en Estonia, Letonia, Afganistán, Irak y, más sorprendentemente, Turquía (¿para hacer frente a una posible invasión siria? ¿No tienen bastante con lo suyo?).

¿Tienen sentido estos despliegues militares españoles? ¿De verdad creemos que la Rusia de 2020 tiene intención (y posibilidades) de invadir los países bálticos, para continuar arrasando Europa hasta el Atlántico?

Sí, Rusia, con sus fuerzas previamente desplegadas en Osetia del Sur como operación de separación de fuerzas (antiguo modelo onusiano de mantenimiento de la paz) con aquiescencia internacional y en defensa de la población osetia, impidió en 2008 que Georgia recuperase por la fuerza de las armas dicho territorio osetio secesionado de ella.

Sí, Rusia se ha anexionado, transgrediendo el Derecho Internacional Público, su antigua península de Crimea, de aplastante mayoría rusófila y ruso-hablante.

Sí, Rusia lleva manteniendo y sosteniendo el intento de secesión del rusófilo y ruso-hablante Donbbás (provincias de Donetsk y Lugansk) desde que Estados Unidos y algunos países europeos teledirigieran, en febrero de 2014, las movilizaciones populares (“el Euromaidán”), que acabaron en el golpe de Estado parlamentario contra el presidente Yúshchenko, siguiendo el modelo ya experimentado de lo que ha acabado por conocerse como “las revoluciones de colores” (Yugoslavia 2000, Georgia 2003, Ucrania 2004, Kirguistán 2005, etc.)

Sí, pero también que, de estos casos, cuyas causas espaciotemporales concretas son manifiestas y comprensibles (aunque no siempre acordes con el Derecho Internacional Público), no puede extrapolarse sin más una voluntad estratégica expansiva rusa por Europa, empezando por los países bálticos. Hacerlo sólo mostraría escaso conocimiento de la realidad y de la geopolítica o un intento consciente de enmascarar otros intereses detrás de esa cortina.

Entonces, ¿por qué y para qué las fuerzas españolas desplegadas en Letonia y Estonia?

La llamada guerra contra el terrorismo se desencadenó en 2001 contra al-Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de dicho año en Nueva York Washington. Pero, desde el principio, no se le llamó guerra contra al-Qaeda (carente de territorio identificable), sino contra “el terrorismo”, término sobre el que, tras décadas de vueltas y revueltas, aún no se ha sido capaz de encontrar una definición operativa mayoritariamente aceptada y de límites conceptuales claros e identificables. Lo cual, sin duda, da bastante juego para la arbitrariedad.

España tiene a gala, y así debe ser, el haber derrotado al terrorismo (ETA) sin tener que emplear fuerzas militares. Todo un ejemplo. España, desde el triste 11 de marzo de 2004 -qué casualidad, tras haber intervenido militarmente en Afganistán e Irak en operaciones encabezadas por la gran potencia, como OTAN o como coalición- es decir, desde hace ya casi dieciséis años, sólo ha sufrido un atentado terrorista de connotaciones internacionales (Barcelona-Cambrils, 17-18 de agosto de 2017). Dieciséis años en los que hemos visto desarticular decenas de posibles atentados y detener a cientos de posibles terroristas, gracias a la encomiable labor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, del Centro Nacional de Inteligencia y de la Administración de Justicia, sin tener que emplear fuerzas militares.

Mientras tanto, España ha desplegado fuerzas militares, en el ámbito de la “guerra contra el terrorismo” otánica-estadounidense, en Afganistán, Irak y Turquía (debido a su frontera con Siria: ¿misiles antiaéreos contra el terrorismo?), lugares donde la guerra, los atentados terroristas y la exportación del terrorismo continúa, sin solucionarse, desde hace dieciocho, quince y nueve años respectivamente. Todo lo cual, nos lleva, inevitablemente, a seguir interrogándonos sobre la gran la pregunta retórica (porque sabemos que no tiene respuesta, pero que es utilísima como punto de partida para la reflexión y el debate): ¿estamos nosotros allí porque ellos atentan aquí o ellos atentan aquí porque nosotros estamos allí?

Entonces, ¿por qué y para qué las fuerzas españolas desplegadas en Afganistán, Irak y Turquía?

¿No parece, entonces, pertinente preguntarse y seguir debatiendo sobre?: OTAN ¿para qué? y OTAN, ¿hasta dónde?


Artículo de Enrique Vega Fernández, coronel de Infantería (retirado) | Miembro de la Asociación por la Memoria Militar Democrática