Palestina en la gran pantalla

A la vez que en muchas salas de cine españolas se proyecta la impresionante película Inch’Allah, sobre el irresuelto conflicto de la ocupación israelí de Palestina, el Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NPRC, un centro noruego de análisis sobre la construcción de la paz: http://www.peacebuilding.no) anunció el pasado día 1 de julio la posibilidad de reanudar la llamada Iniciativa árabe de paz (IAP), a sugerencia del Secretario de Estado norteamericano John Kerry.

Ante la inestable situación por la que atraviesa el mundo árabe, de la que los sangrientos enfrentamientos en El Cairo son hoy muestra evidente, Kerry parece decidido a enfrentarse a los variados problemas que complican la situación en Palestina: los asentamientos ilegales israelíes que siguen creciendo; la ocupación militar del territorio palestino, que viola la legislación internacional; la parcelación geográfica y política impuesta por la fuerza en Cisjordania; las discrepancias entre el Gobierno de Gaza (Hamás) y el presidente Mahmoud Abbas, en relación con la política a adoptar, son una muestra de los obstáculos que obstruyen el camino hacia la paz. Tampoco el presidente Netanyahu es ajeno al empeño de EE.UU., aunque con su tibia aceptación de la IAP pretende abordar también los problemas de seguridad que para Israel constituyen Irán y Siria, lo que, a ojos del ala derecha de su coalición política le daría credibilidad para efectuar los intercambios de territorio que crea convenientes.

La IAP fue adoptada por la Liga Árabe (LA)en su reunión de Beirut en 2001, con la finalidad última de hacer que todos los países árabes normalizaran sus relaciones con Israel, a cambio de un vasto tratado de paz árabe-israelí. Pero éste permanece olvidado, aunque la LA lo sigue manteniendo en su agenda. Sin embargo, la exigencia inicial de aceptar ciertas premisas (las fronteras de 1967, el retorno de refugiados, etc.) la hace de muy difícil, cuando no imposible, aplicación directa en la actual situación.

Todas estas cuestiones, que tan complejas aparecen en los textos, están magistralmente trazadas en la última obra cinematográfica de la directora canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette. Inch’Allah es un compendio audiovisual, narrado desde el interior mismo del problema, de lo que sucede día a día en los territorios palestinos y, según ella, “contribuye al proceso de construcción de la paz y a entender al otro”. Se puede asegurar que ha logrado algo muy difícil al mostrar “la naturaleza monstruosa de los actos terroristas”, recordando a la vez que éstos “siempre han tenido lugar”, pues son históricamente muy anteriores a la eclosión del terrorismo islamista. Sin justificar las acciones de los terroristas, se ha esforzado por “poner un rostro humano a un acto inhumano”, para mostrar el fondo más profundo de este grave problema.

El espectador vive la humillación cotidiana de un pueblo militarmente ocupado. Los controles a los que es sometida la población en los puntos de paso, donde puede ocurrir que una mujer palestina se ponga de parto y tenga que dar a luz en el mismo automóvil en el que viajaba hacia el hospital, detenido ante la punta del fusil de un soldado israelí; ella se convertirá en terrorista suicida después de que su bebé nazca muerto. Los registros domiciliarios, incluso en la clínica maternal donde los soldados abren sin miramientos los cajones de las medicinas, buscando armas o explosivos, mientras se está realizando una ecografía a una embarazada que protesta airadamente. Se vive la tristeza de una familia al visitar -gracias a un permiso excepcional logrado por amistad- las ruinas de lo que fue su casa ancestral, de la que fueron expulsados durante la nakba (el éxodo palestino de 1948). Se muestra en toda su crudeza la opresión de las tropas de ocupación, que penetran a cualquier hora en las viviendas, hacen salir a los hombres y, bajo la amenaza de sus armas, los concentran en la plaza para proceder a su interrogatorio. O la cruel justicia que impone 25 años de cárcel a un palestino porque pegaba carteles recordando a un terrorista muerto. Se reprocha a los medios de comunicación que publiquen a toda página el asalto palestino contra una colonia judía, que causa un par de heridos, y que olviden la muerte de un niño palestino atropellado el mismo día por un vehículo militar. La sensación dominante al concluir el filme es una honda desesperanza: la certeza de que eso no puede continuar así, pero no se percibe ninguna luz al final del túnel.

La directora ha confesado: “Cuando te sumerges en un tema como este, te das cuenta de su verdadera profundidad y comprendes que explorarlo es un proceso sin fin. Sigo sin entender Palestina ni el conflicto palestino-israelí”. Eso sucede a menudo cuando la cinematografía aborda problemas de gran calado y actualidad. Solo las películas históricas, bien documentadas, sirven a veces para elaborar juicios acertados sobre asuntos del pasado.

Los verdaderos expertos -si en realidad existen sobre alguna cuestión de actualidad- se pierden a menudo en divagaciones teóricas difíciles de entender. Pero en este caso, merece la pena leer el informe del NPRC, redactado por un antiguo oficial del Mossad y director del Centro de Estudios Estratégicos de la universidad de Tel Aviv, antes o después de contemplar la imprescindible película de la directora quebequense. El lector/espectador agradecerá el resultado, aunque deje en él una inevitable carga de desesperanza y amargura.