Los niveles de la conflictividad mundial

En un análisis publicado hace un par de semanas por el diario La Jornada, el profesor y periodista mexicano Alfredo Jalife-Rahme sintetizaba la conflictividad europea en seis crisis simultáneas:

1) Ucrania;
2) el choque con Syriza en Grecia por la viabilidad de la eurozona;
3) las sanciones económicas sadomasoquistas [sic] a Rusia;
4) la desestabilización racial (“síndrome Charlie Hebdo”); 5) las amenazas de los yihadistas libios para capturar Roma y El Vaticano;
6) el futuro de su relación con Estados Unidos.

Son seis tempestades que la Unión Europea, cuyo timón parece haber pasado definitivamente de las manos de los políticos elegidos a las de los indefinidos mercados financieros, habrá de sortear con habilidad para no naufragar.

Quizá el analista mexicano no haya acertado plenamente en su hipótesis, pero la perspectiva que confiere es más que suficiente para plantear los problemas de la conflictividad en la UE, asunto quizá más difícil para un europeo, dada su inmersión personal en él.

Bajando del nivel europeo al puramente español, los problemas que hoy preocupan a nuestro pueblo, según el último barómetro del CIS (enero de 2015), son:

1) El paro;
2) la corrupción y el fraude;
3) la economía;
4) la política interior;
5) el deterioro del Estado de bienestar (educación, sanidad).

También puede ocurrir que esta clasificación no responda exactamente a la realidad, pero es válida para lo que aquí se va a considerar.

Es el momento de saltar al nivel superior, el de los conflictos que afectan a toda la humanidad. En este nivel no es fácil decidirse por el órgano o agencia al que recurrir para obtener, como en los dos niveles anteriores, una visión simplificada pero objetiva de la cuestión.

Parecería que Naciones Unidas habría de ser la fuente principal, pero los asuntos de raíz filosófica (violencia humana, valores morales, etc.) y los de efecto a más largo plazo (hambre, deterioro medioambiental, globalización, fuentes de energía, etc.), siempre en primer plano en la agenda de la ONU, no están exigiendo perentoriamente una solución inmediata. Resulta aconsejable, por tanto, reducir la profundidad del campo y enfocar las preocupaciones más urgentes.

Según los trabajos de varios centros e institutos de estudios internacionales, se podrían resumir los frentes de conflicto inmediato a nivel mundial de este modo:

– el reajuste de los vectores del poder (económico, diplomático, político, militar) entre EE.UU., Rusia y China, siendo especialmente conflictivo el que afecta a los dos primeros países;
– la lucha por los espacios vacíos que esos vectores dejan disponibles para otros Estados o grupos de Estados: Unión Europea, Irán, India, Israel, Brasil, Pakistán, Japón, etc.;
– el despiadado resurgir de los fanatismos religiosos como motor de violencia y causa de guerras de imprecisa delimitación y distinta naturaleza.

Quedan así expuestos muy someramente tres niveles de conflictividad que a todos nos afectan más o menos. Pero a cualquier lector se le alcanza con facilidad que entre ellos hay vinculaciones muy estrechas, lo que complica el análisis de la situación general.

Así ocurre, por ejemplo, con las sanciones que en el nivel europeo Jalife-Rahme califica de “sadomasoquistas” (porque dañan a la vez a Rusia y a la UE), activadas contra Moscú a causa del conflicto en Ucrania. Éstas son también consecuencia de la lucha entre los vectores de poder ruso y estadounidense en el nivel mundial, pero sus efectos influirán en la preocupación por la economía que revela la encuesta española, preocupación que se reflejará, a su vez, en la política interior de modo difícil de prever. Como se ve, todo está entrelazado.

Esto se debe a que los tres niveles forman un “sistema”, donde cada elemento tiene modos complejos de relacionarse con los demás. Lo aprendieron los analistas del Pentágono en la “era Bush” después de invadir Iraq, al advertir que el resultado obtenido en nada se parecía al deseado, porque habían ignorado la naturaleza sistémica de la política exterior y sus variadas ramificaciones.

No es fácil analizar la situación política en un momento dado y menos aún prever su evolución. Los que se dicen expertos en política internacional, como sucede con los economistas y los estrategas militares, suelen estar más dotados para explicar con certeza y convicción lo que ocurrió que para anticipar lo que está por venir. Por eso multiplican las hipótesis, esperando que alguna se aproxime a la realidad. En fin: de los errores del pasado se puede aprender -a veces- a no repetirlos, pero la puerta queda abierta para incurrir en otros, quizá más dañinos.