Los actores de la Historia

La ebullición geoestratégica que estos días sacude el mundo, propiciada por la invasión rusa de Crimea, pone de nuevo los focos de atención sobre ciertas personas cuyo protagonismo es evidente: Putin, Zelensky, Lavrov, Biden, Stoltenberg… Además de reflexionar sobre la influencia personal de cada actor, es frecuente en los medios de comunicación especular sobre «lo que pudo haber ocurrido si…».

El ámbito parece ilimitado: ¿Qué habría ocurrido en España si el golpe del 23-F hubiera tenido éxito? ¿Cómo se habría desarrollado Europa si Napoleón hubiera triunfado en Waterloo? ¿Y si Constantino no hubiera hecho del cristianismo la religión oficial del Imperio? Al retroceder en el tiempo, el abanico de reflexiones se hace muy amplio y las situaciones imaginadas llevan desde el campo meramente histórico al de la historia novelada o «ficción histórica», tan popular hoy.

Pero hay revisiones históricas que permiten estudiar con fundamento un pasado no muy lejano, sobre el que existen fuentes acreditadas, y extraer conclusiones de aplicación práctica para la actualidad. No es difícil conjeturar la probable evolución de la historia mundial si en 1941 Hitler hubiera aplastado a la URSS, como parecía lo más probable, y luego se hubiera hecho con la primera bomba atómica. No se trata de aportaciones a la ficción histórica sino de serios estudios a posteriori, relacionados con el «por qué no fue así». En este caso, analizar por qué el más potente ejército del momento no destruyó a su enemigo oriental, peor preparado y más desorganizado. Mucho se ha escrito sobre esto y no seguiré por este camino.

Pero dando por concluida la 2ª G.M. del modo como ocurrió y no como «podría haber sido», es tanto o más interesante descubrir por qué fue seguida por los penosos años de la Guerra Fría. Un tiempo perdido para el desarrollo pacífico de la humanidad, durante el que nacieron muchos de los problemas que aquejan al mundo de hoy.

Roosevelt se esforzaba por mantener una buena relación con Stalin. Sabía que se establecería una hegemonía soviética sobre varios países centroeuropeos antes invadidos por Alemania. Pero pensaba que todo se controlaría mejor por la vía del diálogo

A esto precisamente se dedicó el historiador estadounidense Frank Costigliola que en 2012 publicó Roosevelt’s Lost Alliances: How Personal Politics Helped Start the Cold War (Las alianzas perdidas de Roosevelt: cómo la política personal contribuyó a iniciar la Guerra Fría).

Como es sabido, Roosevelt se esforzaba por mantener una buena relación con Stalin. No cerraba los ojos a la evidencia de que, como resultado de las operaciones bélicas, se establecería una hegemonía soviética sobre varios países centroeuropeos antes invadidos por Alemania. Pero pensaba que la situación se controlaría mejor manteniendo abierta una vía de diálogo y cooperación y no mediante presiones y amenazas contra la URSS, donde Stalin desconfiaba de unos aliados a los que suponía propensos a destruir el país soviético a nada que se presentara la ocasión.

Según Costigliola, Roosevelt esperaba que en la postguerra EE.UU., el Reino Unido y la URSS actuaran juntos como la policía mundial de mantenimiento de la paz. Se oponía a los planes de Churchill y Stalin para repartir el mundo en áreas de influencia, pero aceptaba la división de facto producida por la ocupación militar resultado de la guerra. Roosevelt creía que se podría llegar a un entendimiento pacífico si se vencía la desconfianza innata de Stalin sobre la seguridad de la URSS, que le impulsaba a pedir una zona de protección entre su país y los demás Estados europeos.

Para el autor del libro, el principal obstáculo a unas relaciones armoniosas en la posguerra no era Stalin sino Churchill, por sus tendencias imperialistas y coloniales. Algunos historiadores opinan que era difícil saber de cuál de sus dos principales aliados recelaba más Churchill, que temía las ambiciones estadounidenses sobre el declinante Imperio británico.

Pero Roosevelt adolecía de una mala salud, perdió a algunos de sus mejores asesores y murió de repente en la primavera de 1945, poco antes del fin de la guerra. Entonces, escribe Costigliola, un Truman inexperto y carente de imaginación cayó bajo el influjo de sus incapaces consejeros: «Si Roosevelt hubiera vivido algo más… hubiera podido gestionar la transición hacia un mundo de posguerra dirigido por los ‘Tres Grandes'».

La versión que Costigliola construye sobre «lo que pudo haber sido si…» ha sido sometida a discusión, como es natural, pero al menos sirve para mostrar dos importantes axiomas de la Historia. Uno de ellos se refiere a la influencia que ejerce la personalidad de los grandes actores en el desarrollo de los acontecimientos y el curso de la Historia. La segunda es la consideración de que, muy a menudo, detalles secundarios de una vida personal pueden influir en el orden mundial durante largo tiempo. ¿Nos hubiéramos ahorrado las graves y prolongadas inquietudes de la Guerra Fría si Roosevelt hubiera vivido unos años más, mejor atendido por su médico personal? ¿Cómo se hubiera configurado el mundo de la posguerra?

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