Publicado en República.com
La reciente celebración en Washington del 70º cumpleaños de la creación de la OTAN reunió en la capital estadounidense a los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la Alianza. Como los resultados de la reunión son ya conocidos por los lectores de este diario y han sido divulgados por muchos medios de comunicación, parece más útil aludir a algo de lo que en ella no se trató abiertamente, a pesar de su importancia.
El llamado “Concepto estratégico” (CE) de la OTAN tiene para los Estados miembros un valor bastante parecido al de la Constitución de cualquier país democrático. Es un documento oficial “que bosqueja la finalidad y la naturaleza permanentes de la OTAN”, en palabras de la propia Organización. Algo así como su razón de ser en cada momento.
Además, el CE sirve para “identificar los rasgos esenciales del nuevo panorama de la seguridad y especificar los elementos que sirven para que la Alianza gestione la seguridad y proporciona las directrices para adaptar sus fuerzas militares”. Es decir, se trata de la base teórica esencial sobre la que la OTAN ha de funcionar en todos sus aspectos: militar, económico, político, etc.
Pues sucede que, de modo no muy distinto a como en España muchos somos los que advertimos que el texto de nuestra Constitución necesitaría una puesta al día, tras los años transcurridos desde su implantación y habida cuenta de la evolución de la sociedad desde entonces, también el CE vigente hoy en la OTAN (que fue aprobado en 2010) parece mostrar signos indudables de obsolescencia.
En él se afirma que “el espacio euroatlántico está en paz” y que la cooperación entre la OTAN y Rusia “contribuye a crear un ámbito común de paz, estabilidad y seguridad”. Ni desde Moscú ni desde Bruselas podría aceptarse la veracidad de ambas afirmaciones.
En la capital rusa se tiene como amenazadora la expansión de la OTAN hacia el Este y las reiteradas ofertas de la Alianza a Georgia y Ucrania, materializadas en un aumento de la presencia naval otánica en el Mar Negro. Y desde Bruselas se observa con recelo la expansión rusa en Crimea y su tendencia a influir en los países contiguos y reafirmar su fuerza militar y sus tendencias presuntamente imperialistas.
Pero aunque el Concepto Estratégico en vigor esté claramente desfasado, repitiendo las inestabilidades propias de las constituciones anticuadas en los Estados, nadie ha propuesto iniciar su actualización. Y poco, o nada, se ha hablado al respecto en la reunión de Washington.
Esta extraña omisión es atribuible a que, para algunos miembros, iniciar una revisión del CE sería como abrir la caja de Pandora, dadas las discrepancias existentes en el seno de la Alianza sobre el modo de plantear la seguridad. También puede suponerse que la OTAN prefiere conservar una cierta indefinición -que algunos llaman “flexibilidad”- para no sentirse constreñida a la hora de adaptarse a nuevas amenazas, sobre todo las rusas.
Todo lo anterior revela una situación de evidente incertidumbre, en la que apenas tienen nada que ver las amenazas de Trump contra la vigencia del “todos para cada uno” ni su exigencia de mayor participación financiera de Europa en los gastos de la Alianza.
Porque la esencia del problema es más antigua: volver a dar finalidad y razón de ser a una alianza que se creó contra un enemigo específico que ya no existe. E incluso desbordar el marco geográfico del “Atlántico Norte” para justificar acciones tan alejadas de él como la intervención en Afganistán.
La OTAN sigue, pues, buscando su lugar bajo el sol.
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva