Publicado en republica.com
Aunque una gran parte de los habitantes del planeta no sea todavía consciente de ello, el 30 de noviembre comenzará un encuentro internacional de máxima trascendencia mundial, en el que participarán delegados de 195 países. En París se va a reunir la 21ª “Conferencia de las partes” signatarias de la “Convención marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático”. El objetivo esencial de la Convención es oficialmente “estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que evite la interferencia humana en el sistema climático” mundial.
Establecida sobre una base científica y contra la oposición de numerosos grupos de presión industriales y políticos (como el ya famoso primo y asesor personal del presidente Rajoy) la certeza de que esa “interferencia humana” constituye un fenómeno que amenaza seriamente a la salud del planeta y a la supervivencia de la humanidad, en París se intentarán aprobar las medidas necesarias para que la temperatura de la Tierra no aumente más de 2ºC en los próximos decenios.
En los círculos más competentes de la comunidad científica internacional se ha llegado al acuerdo de que ese valor es el umbral que, si se sobrepasa, hará que el planeta entre en un ciclo irreversible de creciente inestabilidad climática, con subidas generalizadas de la temperatura y una elevación imparable del nivel de los océanos.
El informe publicado en 2014 por el Panel Intergubernamental sobre el cambio climático (PICC), que tuvo gran resonancia en los medios de comunicación, anunció un futuro de intensas sequías, diluvios y temporales, olas de calor, destrucción de cosechas e inundaciones costeras en caso de que continúe la actual tendencia climática y no se apliquen decididas medidas correctivas.
Algunas organizaciones no gubernamentales anuncian ya dónde van a estallar los conflictos a lo largo de la conferencia. Avaaz da la voz de alarma ante los poderosos grupos de presión mundiales que abogan por el uso de los combustibles fósiles, con el que obtienen grandes beneficios, y que se esforzarán por acallar “a las pequeñas naciones insulares que apenas pueden enviar un puñado de delegados” y que son las que ya están sufriendo los efectos del cambio climático.
Precisamente sobre esas naciones el pasado 16 de abril denuncié en estas páginas (“Una mirada al lejano océano Pacífico”) la tragedia de algunos pueblos oceánicos: Son pocos (no más que los habitantes de Bilbao), muy vulnerables, sin recursos críticos para el resto del mundo, perdidos entre las aguas del Pacífico occidental, pero aún así, los habitantes de Micronesia tienen derecho a no convertirse en el sacrificio propiciatorio ofrecido por las contaminantes industrias de los países desarrollados ante el altar del capitalismo mundial. Su presencia en la conferencia tendrá poco peso económico y político, pero su relevancia moral no podrá ser ignorada en el ámbito de las Naciones Unidas.
El asunto no termina aquí, porque el citado informe del PICC, reelaborado durante siete años, también aludía a los efectos demoledores que tendrá el calentamiento global en los ámbitos político y social, ya que conducirá a una “desestabilización de la sociedad humana”, causada por el deterioro de la agricultura, de los recursos hídricos y alimenticios, y por la agravación de los problemas sanitarios, sin olvidar la extinción irreversible de muchas especies naturales.
El cambio climático aumentará, por tanto, el riesgo de violentos conflictos en forma de guerras civiles y hostilidades intergrupales. Va a surgir un nuevo modelo de guerra: “la guerra del cambio climático” que básicamente será la continuación de la ya milenaria lucha de la humanidad por los recursos limitados y, ahora, aún más escasos: agua, pesca, madera, ganado… etc.
Si el cambio climático por sí solo no parecería ser la causa de tanta calamidad, no hay que olvidar que se está produciendo en la actual situación de la humanidad donde abundan la miseria, el hambre, los Gobiernos corruptos e incompetentes y las arraigadas rivalidades políticas, étnicas, religiosas o nacionalistas que ya tienen en pie de guerra a numerosos pueblos.
Es probable que los Estados más ricos y desarrollados de las zonas templadas afronten mejor el problema que los Estados fallidos, pero los inevitables conflictos anunciados se van a extender por todo el planeta, con serias consecuencias para todos.
En París no solo se discutirá sobre los aspectos técnicos del cambio climático y sus consecuencias, sino que la conferencia no podrá ignorar lo que, según la Carta de las Naciones Unidas, es uno de los objetivos primordiales de la organización (a menudo infructuosamente perseguido): preservar a la humanidad del “flagelo de la guerra”.
Habrá que considerarla, por tanto, como una conferencia por la paz, anticipándose a las calamitosas consecuencias de una degeneración medioambiental que no respetará las fronteras nacionales ni las peculiaridades de razas, lenguas o religiones, sino que, a la larga, afectará por igual a todos los seres humanos. En París se va a poner en juego un importante aspecto del futuro de la humanidad.
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva