El 27 de Marzo de 2011, durante la Operación “Unified Protector” lanzada por la OTAN contra Libia, se produjo un suceso que conmocionó las conciencias de muchas personas decentes: una embarcación atestada de subsaharianos que huían del conflicto había quedado a la deriva en el canal de Sicilia con 72 personas a bordo. A pesar de que los mensajes de auxilio fueron difundidos ampliamente desde el Centro de Coordinación del Salvamento Marítimo de Roma y de la abrumadora presencia de unidades navales militares operando en la zona bajo mando de la OTAN, la embarcación no fue auxiliada en las dos semanas que duró su angustioso retorno a las costas libias, arrastrada por los vientos y las corrientes. Del total de pasajeros, únicamente 9 sobrevivieron al trágico viaje o a sus devastadoras consecuencias.
La amplia cobertura mediática que originó el suceso dio lugar a numerosas declaraciones exculpatorias de altos funcionarios y autoridades políticas de la OTAN y de los países que tenían buques militares operando en la zona. Numerosas excusas se fueron exhibiendo para justificar la inhibición de las unidades militares en la prestación del auxilio requerido, entre las que, por su desfachatez, destaca la de no haber recibido los mensajes de auxilio.
Como todo navegante conoce, el auxilio en situaciones en que la vida humana está en riesgo en la mar es, no solo una norma primaria del código deontológico de cualquier marino, sino también una norma de obligado cumplimiento para todos los buques, civiles o militares, de los Estados signatarios del Convenio SOLAS (Safety of Life at Sea). A tal fin, todos los buques están equipados con los elementos que les permiten recibir tales llamadas de auxilio, emitidas por los Centros de Coordinación de Salvamento Marítimo que conocen de la situación de peligro.
En ausencia de explicaciones convincentes, el Parlamento Europeo abrió una investigación minuciosa de los hechos[i], incluyendo entrevistas con las víctimas y peticiones oficiales de información a las autoridades, civiles y militares, que pudieran haber tenido alguna implicación en los hechos. La lectura del informe resulta estremecedora, pero aún con las formalidades y reservas debidas al carácter “oficial” de la encuesta, sorprende el grado de cinismo, de ocultación o de elusión en las respuestas dadas por las autoridades militares de la OTAN y de algunos países con unidades navales en la zona. Entre ellos, de España, de cuya fragata “Méndez Núñez” se apuntan indicios sólidos de haber estado en algún momento en condiciones óptimas para el auxilio. Sin embrago, el Ministerio de Defensa no considera necesario precisar las circunstancias en las que se hallaba el buque, ni le parece que el caso merezca una investigación detallada.
Los Estados Unidos y el Reino Unido, simplemente, no contestan.
Tan frustrantes resultados y con tantas incógnitas por resolver, movieron a los supervivientes a interponer, el pasado verano, una serie de querellas por denegación de auxilio ante tribunales nacionales de cinco países, entre ellos, España. La irrupción de la justicia en el esclarecimiento de los hechos podría arrojar alguna luz sobre los numerosos interrogantes que subsisten, si bien no cabe albergar demasiadas expectativas, dado el historial de obstrucciones que los estados acostumbran exhibir en cuanto se refiere a las actividades de sus fuerzas armadas. El caso del periodista español Ramón Couso, muerto por el disparo de un carro de combate de EEUU durante la guerra de Irak, es un caso palmario.
La posible intervención (o, más bien, la inhibición) de la fragata española “Méndez Núñez” en el salvamento seguirá, probablemente, envuelta en un manto de opacidad displicente. Que el buque haya recibido el mensaje de socorro es algo que no se puede negar, por mucho que insistan los portavoces de Defensa. Uno puede entender que un buque de guerra envuelto en una operación de combate abierto y cuya intervención en un salvamento pudiera poner en riesgo extremo al propio buque y su tripulación, se abstenga de intervenir en tal salvamento, si bien debiera facilitar en lo posible la intervención de otros buques. ¿Dónde estaba la “Méndez Núñez” cuando la embarcación pidió auxilio? Si estaba tan cerca como todos los indicios sugieren, ¿por qué no intervino? ¿Es que se lo impidió el Comandante de la OTAN al mando de la operación? ¿Con qué fundamento?
De todos es sabido que la campaña contra Libia fue, inicialmente, una operación de aniquilación del armamento pesado que pudiera ser utilizado contra la población civil. Las capacidades militares libias para enfrentarse a las fuerzas aeronavales de la OTAN eran prácticamente inexistentes, de manera que no se puede hablar de riesgo para un buque de la OTAN que se limita a patrullar a decenas de millas de la costa para ejercer un bloqueo. ¿Qué le impedía responder inmediatamente a la llamada de auxilio? Una operación de rescate era perfectamente compatible con el mantenimiento de su labor de vigilancia.
De manera que nos enfrentamos a dos posibles explicaciones: o bien el propio comandante de la fragata hizo caso omiso de las llamadas de socorro, o su jefe en la cadena de mando militar no le autorizó a intervenir. Lo que resulta increíble es que el mensaje de socorro no llegara a ambos.
Todo este historial de despropósitos me lleva a una reflexión sobre los pretendidos valores morales superiores que con tanta insistencia se atribuye a los militares. Tal parece que el respeto a la vida admite matizaciones, de manera que lo que resulta repugnante para las mentes bienpensantes cuando se trata de personas de “nuestro” mundo, admite mucha mayor laxitud si las personas en riesgo vital son pobres, de origen remoto y de una vulnerabilidad extrema.
En el trasfondo de todo aparecen el sometimiento a y la asimilación por nuestras fuerzas armadas de, los patrones estratégicos implícitos en la OTAN: sofocar cualquier resistencia a la imposición de los intereses económicos de los poderosos, con absoluto desprecio del sufrimiento ajeno, sean estos combatientes enemigos o quienes tuvieron la desgracia de caer por allí.
Para terminar, hay que denunciar la indecente actitud de las autoridades políticas que, sin tomarse la molestia de investigar seriamente y tomar medidas contundentes para erradicar este tipo de actuaciones, permiten que se sigan repitiendo. Debe ser para no contrariar a sus amos imperiales, que nunca han considerado que haya que rendir cuentas de los desmanes de sus soldados. Un paso más en la penetración al corazón de las tinieblas de la depravación humana, tras el caso de los malos tratos a detenidos en Irak[ii].
[i]
http://assembly.coe.int/CommitteeDocs/2012/20120329_mig_RPT.EN.pdf
[ii] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=166005
Capitán de Navío de la Armada, en la Reserva