Tomo el titular de las declaraciones del comisario europeo Thierry Breton, con ocasión del terrible atentado cometido por la facción afgana del Estado Islámico (ISIL-K) en el aeropuerto de Kabul el 26 de agosto causando 183 muertos y muchísimos heridos, del que desgraciadamente pocos se acuerdan ya a la vista de los sucesos que poco después se desarrollaron en la misma zona y que, esta vez sí, coparon los titulares en todo el mundo por la trascendencia que tuvo, y tendrá, para la política internacional y en especial para las potencias occidentales encabezadas por los Estados Unidos. No es lo mismo un atentado, uno más, por muy sangriento que sea, en una zona de conflicto a lo que desgraciadamente estamos acostumbrados, que la precipitada y caótica retirada de las fuerzas norteamericanas y de la OTAN.
Según el comisario, la Defensa común europea ya no es una opción, es una obligación. No es cuestión de sí o no, sino de cuándo alcanzar la necesaria autonomía estratégica. Estados Unidos muestra ya cierto grado de tortícolis a fuerza de mirar constantemente hacia Asia-Pacífico. Europa ya no figura entre sus intereses estratégicos principales y los sacrosantos lazos atlánticos ya comienzan a verse solo en filigrana, pues conforme cambian los intereses también lo hacen las alianzas. Todo parece apuntar a que el fracaso de los veinte años de ocupación en Afganistán, culminada el 31 de agosto pasado, va a marcar un punto de inflexión. La dantesca escena de un avión C-17 rodando por la pista con decenas de afganos enganchados al tren de aterrizaje quedará en las retinas de mucha gente durante años.
En la Unión Europea las amenazas siguen perteneciendo al ámbito nacional. Preguntemos a los ciudadanos de Portugal o de Estonia, de Bélgica o de Chipre con qué se sienten amenazados o quién creen que les podría invadir. No esperemos sintonía. Por lo tanto, lo que necesitamos es definir, conjunta y solidariamente, aquellas situaciones en las que la UE debe intervenir más allá de sus fronteras para defenderse o neutralizar las amenazas que afecten al conjunto de la Unión. Las estructuras y capacidades están en marcha con la PESCO y el Fondo Europeo de Defensa pero hacen falta elementos esenciales como definir una doctrina común de seguridad y defensa, poner de acuerdo las diferentes estrategias nacionales de seguridad, unificar criterios en la industria de la defensa y, lo más difícil, ganar la batalla de la opinión pública.
Pero todo pasa por el establecimiento de un marco institucional renovado que permita la toma de decisiones por el sistema de mayorías, la fórmula democrática más aceptada en todos los ámbitos. La creación de un órgano asesor en materia de defensa, una especie de consejo de seguridad europeo –propuesto también por el citado comisario– sería conveniente para preparar los consejos de ministros de Defensa y posteriormente el Consejo Europeo en formato defensa. Hay además otros organismos que deberían tomarse en consideración para completar la estructura defensiva de la UE, algunos ya existentes como el EATC (Mando de Transporte Aéreo Europeo) o los Battlegroup (jamás utilizados) y otros que sería necesario crear, como un Cuartel General de nivel político-estratégico (los generales y oficiales de estado mayor experimentados ya los tenemos), o uno o dos CAOC (centro de operaciones aéreas combinadas) exclusivamente europeos de fácil adaptación técnica (sólo necesitaría excluir del ‘radar’ a los países no comunitarios) pero que pasaría por un complejo proceso doctrinal para no duplicar tareas asignadas hoy por hoy a la OTAN.
La OTAN fue en su creación un traje a medida confeccionado para Washington siguiendo la moda de mediados del pasado siglo y, después del hundimiento del bloque soviético en 1991, sigue sin encontrar el prêt-à-porter adecuado para los tiempos que corren. Los modelos que desde entonces luce en las pasarelas son como los diseños de Ágatha Ruiz de la Prada: no son ponibles. Podría replegarse a sus funciones primigenias como la defensa de la zona euro-atlántica, pero el mundo de la tercera década de este siglo no se parece mucho al del final de la II Guerra Mundial.
El rápido colapso del gobierno de Afganistán y la desbandada occidental subsiguiente pilló a la OTAN “de vacaciones”. En el mes de agosto, cuando ocurrieron los hechos determinantes para la retirada de las tropas USA, no se reunió a su debido tiempo el Consejo Atlántico (el secretario general Stoltenberg y su adjunto estaban on leave) ni por consiguiente hubo reunión de Ministros de Defensa del club de los 30. Añádase que en ese momento estaba aún vacante el puesto de embajador americano, según informa B2, que conoce bien los entresijos de la defensa europea. Es decir, fue un tiempo de reacción inadmisible para una organización implicada de lleno en el avispero afgano. En resumen, la OTAN, al igual que muchos viejos actores o cantantes, debería reflexionar sobre su continuación en la escena.
Estos eventos inopinados han llevado a destacadas autoridades de la UE a decidir subir a un nivel superior en el proceso de construcción de la Europa de la defensa y sus capacidades militares. Así lo anunció recientemente la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en el Parlamento Europeo y acto seguido el presidente Macron convocó una cumbre para el mes de marzo de 2022 en Toulouse (no por casualidad: es la sede del mayor conglomerado europeo de la industria aeroespacial) coincidiendo con la presidencia semestral francesa del Consejo de la UE. Queda por ver qué grado de colaboración ofrecerán Polonia y Hungría, dos socios cada vez más incómodos en todos los ámbitos que se están rebelando contra los principios y valores de los tratados básicos de la Unión, además de seguir siendo, junto a los países bálticos, muy pro atlánticos.
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Miguel López es militar retirado y miembro del Foro Milicia y Democracia (FMD).
Oficial del Ejército del Aire (R). Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Graduado Social. Especialista Universitario en Derecho y Políticas de la UE y Diplomado en Geopolítica y Estrategia por el Instituto Europeo de Relaciones Internacionales (IERI, Bruselas). Observador electoral Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores. Vocal de la Junta Directiva del Foro Milicia y Democracia (FMD).